De chica era hiperactiva, no había nada que la dejara lista para ir a la cama por las noches. Hasta que apareció el atletismo. Tenía 9 años. “Era el único que me hacía volver a mi casa cansada”, cuenta Rocío Comba (29). La invitó una amiga, pero ella no lo dejó más, y hoy es una de las representantes argentinas en los Juegos Olímpicos de Río.
Su disciplina es el lanzamiento de disco y es la primera en el ranking argentino. Su mejor marca, 62,77 metros, la logró en el Gran Premio Internacional de Belém, Brasil, en el 2013, donde se llevó la medalla de oro y el récord nacional. Ojalá en agosto de este año se repita la historia.
“Hay un grupo de trabajo detrás de lo que uno hace, profesionales del Centro de Alto Rendimiento Deportivo de Córdoba; y un equipo no profesional, la familia, la contención. Tiramos para el mismo lado, trabajamos en conjunto para que a mí me vaya bien. Cuando entrás a competir estás sola; el disco, el círculo y vos. Sería un mundo muy solitario y sin ellos todo sería más difícil”, confiesa.
Su entrenador de toda la vida es Daniel Manfredi y es más que su familia, porque siempre fue su contención cuando, a veces, se quedaba sin ganas. Se ven seis días de la semana, de lunes a viernes, mañana y tarde, y los sábados sólo por la mañana. El domingo descanso total. Los fines de semana, Rocío aprovecha para salir o ir a tomar mate al lado del lago de Embalse, que le queda a unos kilómetros de Río Tercero, donde vive. “En este último año por el desgate físico, también aprovecho para dormir, ponerme horizontal y no moverme tanto. Para poder recuperarme”.
Piensa retirarse en 2017, “después de Londres, un mundial más”, pero seguirá practicando alguna actividad. “Un deportista lo tienen que hacer, porque el cuerpo te lo pide, después de tantos años no es bueno dejarlo. Seguiré haciéndolo de otra manera, andaré en bici, nadaré, iré cambiando”.
-¿Qué cambió de tu vida con la práctica deportiva?
-El deporte me abrió muchas puertas. Éramos una familia que no tenía muchos recursos, y cuando empecé a competir internacionalmente, no estábamos bien. Me permitió viajar, conocer gente, lugares. Abrí mi cabeza también, porque viajar te da experiencias, te enriquece, de cómo uno habla hasta como se desenvuelve; la seguridad en uno mismo, el no tener miedo... El deporte cambió mi vida para bien, me educó.
-¿En qué te ayudó hacer deporte?
-Físicamente me hizo una persona más fuerte. Siempre fui grandota (mide 1,80 metros y pesa 90 kilos) y lo primero que me enseñó es aceptarme como mujer así, hasta por ahí más grande que los hombres. Porque no te sentís bien, te da mucha inseguridad, entonces en ese aspecto, no importa si no entro en un jean convencional, mis piernas grandes me sirven para ser buena en el deporte. A nivel psicológico es donde más me dio, me educó.
He tenido durante mi vida problemas familiares y haber tenido el deporte a mano me salvo de algunos, me moldeó para llevarlo a buen puerto, a trabajar la paciencia y la disciplina.
-¿En la práctica deportiva, las emociones también tienen un lugar importante? ¿No es sólo lo físico?
-Creo que es más, quizá un 70/30. Mucho tienen que ver la emoción y la cabeza. Porque el físico uno lo puede entrenar, hay metodologías para mejorarlo. Pero las emociones son diferentes en cada uno. Un entrenador no puede entrenar a todas las personas de la misma manera.