River versus Boca, un matrimonio por conveniencia claramente argentino - Por Fabián Galdi

El paso reciente por Mendoza de los dos gigantes alcanzó estándares propios de la mitología griega.

River versus Boca, un matrimonio por conveniencia claramente argentino - Por Fabián Galdi
River versus Boca, un matrimonio por conveniencia claramente argentino - Por Fabián Galdi

Los tiempos que preceden, se desarrollan y sobreviven al encuentro entre dos posiciones antagónicas se retroalimentan a partir de haberse constituido éstas en un hecho cultural. Quizás, el punto de partida haya obedecido a una situación fortuita, que se presume circunstancial según el análisis -si se quiere- de matices sociológicos e históricos que la penetran. La resultante de tal cruce de opuestos, en cambio, es el material con el que se cosifica este espacio. Una medida naturalmente proclive a interpretaciones variadas de acuerdo con la mirada que se aplique. En el caso del fútbol, sin dudas un fenómeno masivo de progresión ilimitada, los parámetros se rompen a partir de la expansión territorial que ya abarca a los cinco continentes. En una dimensión más acotada, esta onda expansiva recorre el suelo argentino encarnada en una lucha de opuestos cuyo paradigma alcanzó una denominación con sello de origen: el Superclásico. Una grieta, instalada desde hace casi un siglo, que se encarna en el duelo entre Boca Juniors y River Plate, o viceversa.

El paso reciente por Mendoza de los dos gigantes argentinos alcanzó estándares propios de la mitología griega. Una hydra de siete cabezas se les presenta por delante a boquenses y riverplatenses, al menos dos o tres veces al año. Les cuesta tanto cortar una, que cuando lo logran ni siquiera tienen tiempo para descansar: al rival ya le creció otra sustituta. En vínculo directo con idéntica fuente simbólica, el mito de Sísifo es una constante: llegar a la cumbre para luego desbarrancar en una ley de eterno retorno. Es River o es Boca; no hay punto de contacto y sólo se les acepta la decantación en una lucha continua. Una lectura que bien podría aplicarse a otras categorías que enmarcan las reglas de la convivencia. Quien gana también pierde a la vez.

La psicología acuñó un término compactador, el de hiperideación, para referirse a la connotación abarcadora que se produce antes, durante y después de un acontecimiento previsto como una bisagra. Esto implica, ni más ni menos, que el estar pendiente de ello a cada momento, en todo tiempo y lugar. Una simple disputa deportiva, enmarcada en un reglamento que contempla un campo de juego como arena de confrontación de dos fuerzas en pugna, excede largamente su matriz original cuando impacta en una tierra como la argentina. Aquí, ahora y siempre, acotar el significado real del epicentro futbolístico aumenta el grado de perplejidad ante el fenómeno: es lo que es porque encaja en una construcción sociocultural que se transmite de generación en generación como si fuera una herencia naturalizada. La concepción de la dualidad amor/odio por los colores de una camiseta está incorporada en el inconsciente colectivo de nuestra comunidad tal como si formara parte de su ADN.

Paradójicamente, tanto Boca como River tuvieron puntos de contacto en sus etapas fundantes y también en el momento de consolidarse desde el punto de vista institucional. Un matrimonio por conveniencia, si cabe la expresión, ya que a ambas entidades esto les permitió proyectarse como un tsunami hegemónico en el apasionamiento argentino e inclusive desprovisto de ideologías como nutriente. El propio nacimiento de sendas asociaciones fue en la misma zona, la barriada de La Boca, en la -por entonces- incipiente Ciudad de Buenos Aires de principios del siglo XX. Allí se arraigaron, hasta que uno se quedó en su lugar de origen y el otro emigró hacia el norte citadino.

En el imaginario masivo, los Xeneizes representaron a los sectores más vulnerables y los Millonarios a la clase media en ascenso. En el plano real tal caracterización fue ficticia y alimentada por la tentación del divisionismo, tan acendrada en la edificación estigmatizante de la noción de argentinidad. Desde el punto de vista político, por ejemplo, boquenses y riverplatenses supieron cómo fortalecerse a la hora de levantar sus estadios, al cabo emblemáticos en todo el planeta. Los contactos con el gobierno nacional entre fines de los 30 y principios de los 40, en épocas de Agustín P. Justo, les permitieron conseguir créditos de la banca estatal para financiar la construcción de la Bombonera y del Monumental, respectivamente. A las pruebas hay que remitirse, en una palabra.

Los británicos, tan proclives a las objetivaciones, no sólo introdujeron el fútbol en la Argentina a fines del siglo XIX, sino que también lograron captar el significado abarcativo de un River vs Boca en acción. La prensa inglesa supo definirlo en dos expresiones, las cuales se transformaron en icónicas para el mundo entero. Para el diario The Guardian, ver un Superclásico en vivo entra dentro de "las 50 experiencias que vale la pena hacer antes de morir"; no muy atrás se quedó The Sun, con su ya célebre título: "La experiencia deportiva más intensa del mundo". En los dos casos se habla de "experiencia" y no de una simple contienda futbolística. Y es nuestra, claramente argentina hasta la médula.

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