River: una venganza premeditada contra lo peor de sí mismo

El equipo da señales de espíritu combativo y este poder simbólico hoy es más fuerte que el peso del barrabravismo y el sálvese quien pueda.

River: una venganza premeditada contra lo peor de sí mismo

Por Fabián Galdi, Editor Más Deportes Digital -  fgaldi@losandes.com.ar

Quizás habría que remontarse a cuatro décadas atrás para hallar una relación simétrica con el estado de ánimo que impregna al mundo River Plate en relación al actual. En sendos casos, durante el mismo mes – agosto – pero en circunstancias diferentes. La primera de las causas remitía, en aquél 1975, a quebrar una racha adversa de 18 años sin títulos; la más larga de la historia "millonaria". La de hoy día, en cambio, se enfoca en  proyectar hacia delante el ciclo de recuperación: tras un 2014 pródigo en éxitos (Torneo Final y Copa Sudamericana, además de dos Recopas) aún percibe que no existe otro hecho bisagra como la conquista de una Copa Libertadores para relanzarse definitivamente hacia el alto plano internacional. La razón se esconde tras la frialdad de los números, los cuales parecen ser suficientes. El sentimiento, no: está en el corazón del hincha, que reclama más y más.

En el invierno del '75, un equipo formado por juveniles – un conflicto sindical había provocado la huelga de los futbolistas profesionales – coronaba la recuperación del honor deportivo y del orgullo "Millo" con la conquista del primer campeonato luego de dieciocho temporadas de espera tras el título de 1957. Ése River, conformado por apellidos que sólo quedaron en la historia por esa circunstancia singular, vencía 1-0 (gol de Rubén Bruno) a Argentinos Juniors - otro equipo formado por amateurs - y la cancha de Vélez Sársfield se convertía en el escenario testigo de un hecho inédito para una generación de riverplatenses: dar la vuelta olímpica por fin.Las casi dos décadas sin títulos fueron recorridas en un calvario que recogía frases hirientes e irónicas de hinchas de otras camisetas. Sólo el 14 de agosto de 1975 se le encontró el punto final, en clave de desahogo. No fue necesario que estuvieran figuras superlativas como Ubaldo Fillol, Roberto Perfumo, Daniel Passarella, Jota Jota López, Reinaldo Merlo, Norberto Alonso, Carlos Morete u Oscar Más, por ejemplo, quienes habían adherido a la huelga; bastó con pibes para enterrar el maleficio definitivamente.

El efecto dominó provocó una estampida  riverplatense en una cosecha de títulos que creció cuantativamente durante poco más de tres décadas, inclusive hasta llegar a la élite continental (Copa Libertadores 1986 y 1986) y ecuménica (Copa Intercontinental 1986).

El proceso, sin embargo, fue encontrando con el correr de los años a su propio Waterloo por donde menos se lo esperaba: los efectos colaterales al fútbol propiamente dicho.

El enquistamiento y proliferación del barrabravismo, potenciado por el matonismo interno faccioso en el afán de controlar a Los Borrachos del Tablón se sumó a una estrepitosa caída en lo económico-financiero, al punto de que el club cerró su balance de 2010 con una deuda comprobable de 54.200.000 dólares. De ésta suma, debía hacerse cargo de vencimientos que orillaban los 31 millones de la moneda estadounidense a lo largo del fatídico 2011, cuando se consumó el ingreso a la B Nacional tras la serie de promoción frente a Belgrano de Córdoba.

Desde el traumático 26 de junio de 2011, la palabra descenso se grabó a fuego en un diccionario escrito hasta ese entonces con más términos asociados al éxito que al fracaso. Y más allá de la reinserción a Primera División tras la temporada siguiente y de las conquistas en cada uno de los respectivos semestres del año pasado, lo cierto es que ésta Libertadores tuvo por primera vez el justo punto medio de cocción para levantar la autoestima riverplatense: haber superado al archirrival #Boca Juniors en los octavos de final, de resolución tan controvertida como polémica por el escándalo del gas pimienta en La Bombonera.

Hasta el propio Marcelo Gallardo, habitualmente medido, hizo referencia a la serie en tono taxativo: "Hicimos nuestro partido con nuestras armas ante un equipo que en dos partidos no supo patearnos tres veces al arco". Una frase, que – palabras más o menos – también partió desde Juan Román Riquelme, en actitud crítica hacia la producción xeneize. En sendos casos, se enfatizó el valor del nuevo estereotipo cultural que remite al River post regreso a Primera: espíritu combativo y mentalidad fuerte más que fútbol vistoso o efectista. Si lo primero se consolida, el volumen de juego crece naturalmente. Y así es.

Situaciones similares, aunque en diferente grado de alcance – desde ya – soportaron otros equipos en diferentes momentos de su historia. El hecho de retornar a la máxima categoría del fútbol argentino trae consigo una historia cercana de equilibrio psicológico y de potenciación de las cualidades, de las cuales el jugador se convence definitivamente de que está capacitado para exponerlas en las instancias clave de una definición.

En 1987, por ejemplo, Rosario Central se consagró ganador de la "A" luego de haber llegado desde la B Nacional y se convirtió en el primer campeón en conseguirlo tras un ascenso. Más cerca en el tiempo, Godoy Cruz supo achicar el margen de error para regresar a Primera luego de su primera experiencia en 2006 y tras pasar por entrenadores tales como Sergio Batista, Daniel Oldrá (dos veces), Diego Cocca y Enzo Trossero vivió su momento de apogeo con Omar Asad y Jorge Da Silva, al punto de que entre 2010 y 2011 se sentó la base para la participación en cuatro torneos internacionales. Un año después, en 2012, San Lorenzo siguió por el mismo camino y evitó el descenso gracias a ganarle la promoción a Instituto; al año siguiente fue campeón del Inicial 2013 y elevó su techo hasta ganar por primera vez la Copa Libertadores en 2014.

Cuando River aún parecía confiado en que la pesadilla terminase en un abrir y cerrar de ojos durante 2011, recién empezó a observar la tabla de promedios con convencimiento a partir de las fechas finales. La falta de acostumbramiento a situaciones de desastre futbolístico terminó depositando la ira en los destinatarios directos – jugadores, dirigentes y cuerpo técnico (ciclo Jota Jota López) – hasta que esa descarga emocional representó una carga adicional en la ya de por si mochila pesada que portaba cada protagonista. Así, debía enfrentarse cada fin de semana a dos rivales, de los cuales el de la camiseta de enfrente terminaba siendo el menos complicado.

Hoy, en cambio, el hincha está inserto en un contexto sociocultural en el cual el fútbol asoma como un factor identitario y predomina el concepto de hiperideación, lo cual significa estar pendiente del tema en forma recurrente, en todo momento y lugar. Así, palpa que la empatía Equipo-Gallardo-Simpatizante es completa y conforme a los tiempos que corren. Como en aquél 1975, cuando hubo que dar una señal referencial para demoler la serie negativa, este 2015 marca que el principio vigente es uno solo: ser, en vez de parecer.

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