Como si aún estuviera shockeado por los efectos de un partido que empezó a jugarse en el entretiempo del último supeclásico en la Bombonera, River Plate ofreció una caricatura de sí mismo en el juego que terminó perdiendo 1-0 frente a dos rivales claramente marcados: Cruzeiro y la propia inoperancia que desperdigó en casa propia. La posibilidad de mantenerse en la Copa Libertadores dependerá de que retome el volumen de juego y la consistencia de una formación que demostró estar mentalmente fuerte en la mayoría de las instancias decisivas que disputó bajo la era Gallardo. El miércoles próximo, en el Mineirao, sólo una victoria lo mantendrá con vida para ganar el pase a semifinales en el tiempo reglamentario o en la definición por penales.
Este River está forjado a la usanza del tiempo que atraviesa, en el cual el instinto de supervivencia lo mantuvo vivo y le cambió las coordenadas en su afán de recuperar la gloria perdida. El impacto de la pérdida de categoría aún se mantiene en el inconsciente colectivo del hincha: nada fue igual desde ese tajo en la historia que se produjo casi cuatro años atrás. Nada es igual en este presente, gobernado por la urgencia de la recuperación.
El cambio fue absoluto, sobre todo desde el punto de vista cultural: el jugador, el cuerpo técnico, la dirigencia y la gente - desde ya - llegan al éxtasis en una trabada a fondo de Leo Ponzio o de Carlos Sánchez, cuando en otro momento el linaje se exponía en una pisada o en una gambeta de los Pisculichi o los Pity Martínez de cualquier otra etapa. Varió la forma, pero no el fondo. La premisa fue y sigue siendo la única: crecer desde el juego y proyectarlo en el resultado. No siempre lo hace. No siempre lo puede.
Encima, la pesada carga simbólica respecto de la traumática clasificación en octavos contra Boca Juniors, tiñó de ansiedad a una multitud que también participó del partido a su manera.Sin embargo, el protagonismo debía ser el del equipo en la cancha y no el de la tiranía de la ansiedad en la tribuna. Y una cosa es la presión del afuera, pero otra - bien diferente - es la que se expone en el campo de juego, donde quien demuestre cómo saber aprovechar los detalles suele marcar diferencias. Como ocurrió aquí en el Monumental, donde River fue superado por un adversario cuyo mérito principal fue el de mostrarse ordenado y no perder la concentración.
¿En qué falló River? Primero, en no poder superar al vértigo como arma de ataque. Rapidez no es sinónimo de eficacia y menos de precisión. A veces, el correr y correr es un contrasentido que termina anulando la inteligencia en la gestación de la acción colectiva. En esta oportunidad, el cambio de ritmo que produce Carlos Sánchez encontró una escasa continuidad en la triangulación: Teo Gutiérrez participó poco del circuito de juego y Mora se mostró inusualmente errático en la definición de la jugada. Pity Martínez tardó casi media hora en asentarse pero sobre el final de la primera etapa demostró que podía ser un arma para armar o encarar por el sector izquierdo; en el complemento, se apoyó demasiado en el lateral y empezó a diluirse solo hasta que terminó reemplazado.
¿En qué acertó River? Mammana ratificó que es un futbolista de categoría por su capacidad para resolver en dos tiempos: quite en cruce o anticipo más primer pase en la salida del mano a mano; paradójicamente, fue un responsable directo del gol visitante, cuando le pelota le quedó encima y despejó hacia el medio. Además, el entrenador brasileño Oliveira leyó correctamente la situación y en el complemento le envió un hombre en zona para evitar que su rival saliera limpio por la región del lateral derecho. Kranevitter - aún con un par de brusquedades - fue otro acierto, tanto para el auxilio de Ponzio como para el corte y el ir a buscar la descarga para activar el circuito de juego.
Cruzeiro supo detectarle otro punto flojo al local en jugadas aéreas con pelota detenida y en movimiento, máxime sabiendo que dos cabeceadores especialistas como Mercado y Pezzella estaban en el banco de suplentes. Así, empezó a cruzar disparos con envíos combados que sobrepasaran la línea de los centrales y moviendo a Barovero de lado a lado del área chica. Tuvo dos chances hasta que Marquinhos aseguró tras el despeje fallido de Mammana. Antes y después, a excepción de sendos disparos de Teo - uno en la parte externa del arco y otro sobre el travesaño - más otro de Mora, también alto, su arquero Fabio fue menos exigido que su colega millonario.
A River, en definitiva, aún le dura el efecto Boca. Positivo para marcar diferencia sobre su archirrival, pero negativo - también - porque el cruce ante su adversario histórico fue recién en octavos...y no en una final. Los rivales, lo saben. El Millo, aún parece que no.