River, la persistencia de un estilo

El equipo de Gallardo se quedó con un nuevo título internacional.

River, la persistencia de un estilo

Mucho más allá de la extrema debilidad del adversario de turno, el remoto Gamba Osaka, la nueva conquista de River tiene el valor de ser la cuarta en competencias internacionales en el lapso de ocho meses y todo eso sostenido por el infrecuente valor de la persistencia de un estilo de juego capaz de resistir variaciones en los intérpretes y sacudones de las circunstancias.

Parece sencillo pero no lo es, nada se revela sencillo en un fútbol argentino asediado por la cultura de los espasmos, de la corriente alterna, de la premura, de la crispación y de la extrema dificultad de armonizar un club estable con un equipo estable y un equipo estable con resultados positivos en el alto nivel.

Parece mentira que hace cuatro años River haya estado en la B Nacional, que hace tres haya consumado un ascenso sufrido y a primera vista poco prometedor y que incluso ni el título conseguido de la mano de Ramón Díaz haya prefigurado las mieles de hoy; mieles que, es oportuno recordar, han tenido cierta dosis de azar en el nacimiento del camino, por cuanto nada hacía prever que el riojano diera el portazo cómo y cuándo lo hizo.

Pero que al cabo River haya devenido batallador, rocoso y copero nada tiene de azaroso, más bien Marcelo Gallardo supo honrar un guiño de la divina providencia y echar a rodar el caudaloso bagaje atesorado en sus años de futbolista y en su breve experiencia al mando de Nacional de Montevideo.

Y se ve que el Muñeco descartó la posibilidad de enrolarse en una parroquia de las clásicas, de las que mejor prensa tienen, para abocarse a una amalgama que como toda amalgama corre los riesgos de la fatal languidez pero sí se consuma tal y cómo la concibe su escultor, bien puede estar a la altura de las más altas exigencias, incluso destacar, incluso destacar cada día más.

River es un poco de todo pero en ese todo jamás encontraremos alardes y jactancias, he allí una de las principales virtudes de un equipo que tiene muy bien aprendida la premisa de defender sus modos sin dejar de contemplar que no son modos en general sino modos en particular: los que en cada partido obligan a desempolvar rivales siempre diferentes entre sí, o por lo menos dueños de su impronta específica.

River, el River de Gallardo, es un equipo corredor y metedor, pero no corredor a tontas y a locas, no metedor en cualquier zona de la cancha y sin un objetivo claro: River vive de la presión bien entendida (la presión destinada a jugar y no viceversa), cuanto más lejos de su arco, mejor, para desde esa plataforma soltar sus mediocampistas exteriores y sus laterales y capitalizar la eventual inspiración de sus delanteros.

Nótese que en las sucesivas coronaciones internacionales (Sudamericana, Recopa, Libertadores, Suruga Bank) encontraremos mucha selección de personal del medio campo hacia adelante pero poca, sólo la inevitable (lesiones y suspensiones), del medio campo hacia atrás.

River sale de memoria hasta Carlos Sánchez, es decir, Barovero, Mercado, Maidana, Funes Mori, Vangioni, Kranevitter, Ponzio, Sánchez… y todo lo demás es negociable, intercambiable y adaptable. (Vayan como muestra, salidas que en principio parecían dolorosas, las de Ariel Rojas y Teófilo Gutiérrez).

El techo de este River multicampeón está por verse, pero el piso ya está visto, y es el piso de un equipo confiado, confiable, bien parado, bien movido y juramentado para ir en pos de las altas cumbres: un muy buen arquero, dos centrales atléticos, de espléndido juego aéreo, dos laterales competentes (uno de ellos, Mercado, además, acostumbrado a hacer goles importantes), un doble cinco quitador, sobrio, prolijo, un carrilero derecho de buena técnica, dueño de un admirable sentido de la oportunidad para pisar el área ajena, y atacantes más o menos hábiles, más o menos certeros, pero todos con un profunda convicción de las necesidades del conjunto.

Y aunque un equipo de fútbol es algo bastante más complejo que un estado de ánimo, deberá admitirse, cómo no, que cada victoria viene con un poco más de confianza y la confianza crecida allana el camino a la victoria siguiente y cuando el círculo virtuoso toma un buen ritmo, un equipo es capaz de pasar un día de avión en avión, bajar, jugar, ganar, llevarse una copa y subir al avión de regreso satisfecho por el deber cumplido y la vez esperanzado en los laureles por venir.

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