Un personaje inolvidable puede alumbrar una carrera soñada en Hollywood, pero también puede ser un lastre para la eternidad. Una mezcla de ambas cosas fue lo que experimentó Rita Hayworth, que mañana habría cumplido cien años y cuyo recuerdo sigue anclado a su papel estelar en "Gilda" (1946).
Clásico incontestable del cine negro, "Gilda" convirtió a Hayworth en un mito de la gran pantalla y en un objeto de deseo para millones de espectadores, hasta el punto de que la personalidad de la propia actriz pareció difuminarse y desaparecer bajo la abrumadora presencia de su rol en la ficción.
"Todos los hombres que he conocido se enamoran de Gilda pero se despiertan conmigo", dijo la intérprete en una triste cita que refleja los devastadores efectos que puede ocasionar la fama.
Bajo la dirección de Charles Vidor y con Glenn Ford como protagonista masculino, la película se rendía a Hayworth desde la frase promocional de sus pósteres: "¡Nunca hubo una mujer como Gilda!".
Y es que entre las sombras de los casinos de Buenos Aires, con el sonido de fondo de tangos y de los cubitos de hielo en las copas en los clubes, y en medio de intrigas criminales colándose por los pasillos de un mundo completamente masculino, emergía el personaje de Gilda como una "femme fatale". Arrebatadoramente sexual y libre, pero también herida y víctima de abusos y violencia de todo tipo.
Volver a ver la película ahora, más de setenta años después de su estreno y en tiempos de un feminismo en auge y del movimiento #MeToo, puede hacer que los cinéfilos actuales se muestren sorprendidos ante ciertos pasajes.
No es solo la famosa bofetada que Johnny Farrell (Ford) le suelta a Gilda, sino que la protagonista es vigilada al milímetro por sus diferentes maridos y prácticamente no puede dar un paso sin que los celos, gritos, abusos o bruscos gestos de sus parejas se interpongan en su camino.
Pese a todo, Gilda parecía en los años cuarenta una mujer libre y seductora que disfrutaba de todo lo que se le antojara.
Su presentación, con Hayworth irrumpiendo en la pantalla con su melena al aire, su "striptease", una de las escenas más sensuales del séptimo arte con solo quitarse un guante, o su interpretación de la canción "Put the Blame on Mame" se convirtieron en momentos para los aplausos y suspiros en los cines de todo el mundo.
De hecho, Morgan Freeman y Tim Robbins, en el drama carcelario "The Shawshank Redemption" (1994), hallaban en Hayworth y "Gilda" un motivo ideal para sonreír y olvidar la vida entre rejas.
Con temas como el pasado, el azar, el fatalismo o el amor-odio como líneas maestras de su narración, "Gilda" fue la cima de una actriz que todavía no había cumplido treinta años cuando se estrenó esa película.
Antes había brillado en cintas como "Blood and Sand" o junto a Fred Astaire en "You'll Never Get Rich" (ambas de 1941), y después de "Gilda" también interpretó algunos papeles para el recuerdo como "The Lady from Shanghai" (1947), que dirigió uno de sus cinco maridos, el cineasta Orson Welles.
Con una vida marcada por los desengaños y fracasos románticos, su huida de Hollywood y regreso posterior, y los abusos que sufrió por parte de su padre, el español Eduardo Cansino, Hayworth falleció en 1987 en Nueva York a los 68 años debido al alzhéimer que padecía.