El ministro de Educación de Portugal fue asaltado a punta de cuchillo. Lo mismo le ocurrió al jefe de seguridad de la ceremonia inaugural mientras se marchaba del Estadio Olímpico. Un agente de policía fue asesinado cuando su vehículo fue rociado con disparos, y un autobús olímpico -que transportaba periodistas- fue atacado por gente que lanzaba piedras.
Una serie de delitos había dirigido la atención a las carencias de Brasil para suministrar seguridad a los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro. Sin embargo, para muchos en esta ciudad desgastada por la delincuencia, persiste un interrogante mayor: ¿Qué pasará después de los Juegos?
Con miras a frustrar la delincuencia en torno a la Olimpíada, Brasil ha movilizado un gigante operativo de seguridad en Río del doble del tamaño de aquél usado para los Juegos de Londres en 2012.
Teniendo en cuenta la reputación de Río por la delincuencia violenta, los brasileños han desplegado 85.000 integrantes de seguridad. Esta demostración de fuerza incluye a 23.000 soldados patrullando la ciudad, algunos en vehículos militares, a la par de helicópteros y acorazados materializándose alrededor de las playas más populares de la ciudad.
“La ciudad nunca se había sentido tan segura”, dijo Gilberto Dias, de 50 años, vendedor de salchichas calientes que describió cómo oficiales vestidos de paisano habían saltado a la acción una mañana de la semana pasada luego de que dos asaltantes acosaran a un turista en el elegante vecindario de Copacabana.
“Ellos simplemente aparecieron de la nada, lo cual es algo que nunca había visto”.
Pero, incluso antes de que empezaran los Juegos, Río enfrentaba un repunte en ilegalidad en meses recientes que había sacudido a residentes y alarmado a las autoridades.
Con la agitación de la economía, asaltos y hurtos en la calle se dispararon 42 por ciento en mayo, con 10.000 robos. Después de años de tasa de homicidio decreciente, el número de asesinatos subió más de 7 por ciento durante la primera mitad del año con más de 1.500 personas asesinadas.
A medida que el temor persiste por la violencia en las calles y estallan batallas con disparos en favelas de Río, algunos brasileños temen qué pasará después, cuando los soldados sean retirados y la ciudad quede -a sus recursos- para luchar con una crisis financiera.
Las finanzas de Río estaban tan mal antes de los Juegos que la ciudad había declarado un “estado de calamidad”. Se han destripado presupuestos, al tiempo que oficiales de policía y bomberos, protestando demoras para recibir su paga, sostienen pancartas en el aeropuerto que dicen a los visitantes: “Bienvenidos al infierno”.
El gobierno federal respondió con un paquete de rescate por 850 millones de dólares para ayudar al Estado de Río de Janeiro a mantenerse a flote, pagar salarios y mantener en funcionamiento servicios esenciales durante la Olimpíada.
Sin embargo, persiste la crisis en las finanzas de Río, que dependen considerablemente de los precios mundiales del petróleo, y los lapsos de seguridad amenazan con socavar las ambiciones por un resurgimiento en la fortuna de la ciudad.
Las autoridades invirtieron miles de millones de dólares en locales deportivos, sistemas de tránsito y mal llamados proyectos de pacificación en áreas urbanas de pobreza, argumentando que la Olimpíada serviría como un eje para remodelar la ciudad. En las semanas previas a los Juegos, el alcalde Eduardo Paes incluso arguyó que Río sería “la ciudad más segura en el mundo”.
Muchos residentes han dado la bienvenida al aumento de seguridad. “Es agradable ver a soldados patrullando las calles, cuando menos donde vivo”, dijo Cassius Almada, de 39 años, profesor de matemáticas de preparatoria que vive en Copacabana. “Podría ser mucho peor”.
Sin embargo, quienes viven más allá del collar de vecindarios elegantes frente al mar dicen que el aumento de seguridad ha tenido escaso efecto en comunidades que han estado agobiadas por la violencia desde hace tiempo.
María do Rosario Silva Santos, de 54 años, quien estaba de visita en Río proveniente de Brasilia, la capital de la nación, dijo que había quedado pasmada al ver a hombres jóvenes -no oficiales de policía- blandiendo armas casualmente en Acari, barrio de clase trabajadora al norte de Río, donde ella se estuvo hospedando durante los Juegos.
“Era inquietante verlo”, dijo. “Hasta donde yo puedo ver, nada ha cambiado”.
Algunos expertos de seguridad hicieron énfasis en que persistían considerables riesgos alrededor de la ciudad, particularmente en las favelas, las áreas pobres que surgieron por lo general como asentamientos de ocupantes ilegales y que siguen siendo controlados por pandillas del narcotráfico. Debido a la crisis financiera de Río, se vinieron abajo planes enfocados a establecer una red de puestos de avanzada policial en Maré, gran área de favelas.
Julita Lemgruber, la directora del Centro para Estudios de Seguridad Pública y Ciudadanía en la Universidad Candido Mendes en Río, dijo que era ingenuo esperar una drástica caída de la delincuencia durante los juegos.
“El gobierno creyó que un chasquido de sus dedos traería paz a una ciudad que ha pasado por muchísima violencia en los últimos años”, dijo. “No hace bien alguno tener esta demostración de miles de agentes de policía extra, a menos que se diga a cada atleta olímpico que camine por las calles con un policía a su lado”.
La Olimpíada, prosiguió Lemgruber, efectivamente había incrementado el derramamiento de sangre… pero sólo en las vasta favelas, donde la policía ha estado combatiendo milicias y pandillas del narcotráfico. En Complexo do Alemao, gran grupo de favelas, un estallido de batallas armadas desde el comienzo de la Olimpíada ha dejado al menos dos residentes muertos y dos agentes de policía heridos.
“Fuerzas policiales están invadiendo las favelas cada día y matando gente, lo cual es indignante”, dijo. “¿Cómo puede alguien tener la esperanza de traer paz propagando violencia?”.
Heder Martins de Oliveira, vicepresidente de la Asociación Nacional de Oficiales de Policía de Brasil, dijo que la muerte del agente en Río la semana pasada destacaba los riesgos que enfrentaban a diario las fuerzas de seguridad en la ciudad. Al referirse a la ola de asaltos armados durante los Juegos, dijo: “La situación sería incluso peor, una desgracia internacional, si dedicados policías no estuvieran haciendo su trabajo en este momento.
Por supuesto, hay más atención sobre estos episodios porque el mundo está viendo a Río”.