Parece que la arena siempre estuvo allí. Desde que el portugués Gaspar de Lemos denominó Río de Janeiro, en su llegada a la bahía en enero de 1502, ese terreno ya celebraba la fiesta del color.
Miles de personas de distintas latitudes del planeta contagian su efervescencia en estos días sobre la arena de Copacabana. Los arcoiris de las patrias deportivas pincelan rivalidades efímeras, tal como el olimpismo lo promueve. En general, es así. Salvo que la nación que tenga representación sobre un campo de juego sea la Argentina y, en las tribunas, los brasileños se autoconvoquen para alentar al adversario albiceleste de turno.
El enfrentamiento que presenciamos no escapa a esta lógica. La dupla conformada por Ana Gallay y Georgina Klug gozan de los cánticos tradicionales que acompañan las banderas celestes y blancas con inscripciones de distintos puntos del país, vaya donde vaya y juegue donde juegue un argentino. Sin embargo, las checas Hermmannová y Sluková resultan ser locales, porque en SU arena, los cariocas se unen en una prédica antiargenta que se hace sentir. Y, sumada a las desinteligencias de nuestro binomio nacional a partir del segundo set, el “jeitinho” típico brasileño le quita piernas emocionales a nuestras chicas. Más allá del tablado, la cordialidad de los dueños de casa le gana a cualquier hostilidad deportiva.
El voley de playa o beach voley ingresó de manera oficial al olimpismo en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, pero deberíamos decir que consolida su identidad recién en esta trigésimo primera edición de Río de Janeiro, porque son las arenas de Copacabana las que vieron nacer a este singular deporte.
El embelezo cautivador de la bossa nova nacida en estas playas, es reemplazado por los reiterativos segmentos pop que caracterizan a esta disciplina y que en las gradas se replican coreografiados, dividiendo protagonismo con las competidoras. Todo está icónicamente programado para ser transmitido y televisado. La “kiss cam” es um ejemplo de ello. Igualmente, los besos reproducidos por las pantallas no igualan ni igualarán a las tantas sorpresivas manifestaciones de alegría que recorren las clásicas y distintivas veredas de la Avenida Atlántica llamadas calçadão, diseño ondeado en blanco y negro que el paisajista brasileño Roberto Burle Marx inaugurara en 1971.
El ritmo se apropia del aire, de los sentimientos nacionalistas, del merchandising imperante, de las selfies y del deporte de la volea. No es casual que la foto más buscada para representar estos Juegos, sea la de los anillos olímpicos ubicados en la playa de Copacabana, sobre la arena. Una arena que es tierra y es origen, testigo único del espíritu verdeamarelho y también, desde hace una semana, de la gloria eterna.