El riesgo de debatir una reforma impopular

Una reforma constitucional en serio debe estar alejada del nocivo clima reeleccionista que impera a nivel nacional. No debe repetir vicios de otras reformas provinciales. En vez de agregar derechos en abstracto tiene que proponer mejores límites al poder

El riesgo de debatir una reforma impopular

El debate sobre la reforma constitucional mendocina excede la discusión acerca de su oportunidad. Es que más allá de estar aún lejos del mínimo consenso político que un cambio de esta magnitud requiere, no ayuda el clima político nacional que busca alterar la Carta Magna de los argentinos para lograr la re-reelección de la actual presidenta a como dé lugar y con la pretensión de sustituir el dogma republicano por un proyecto de poder personalista. La Constitución dejaría de fijar límites al poder para absolutizarlo. Por eso hay que tener mucho cuidado para evitar que el avasallamiento que intenta la reforma constitucional nacional no afecte a la reforma local.

Tampoco se puede obviar que en las elecciones de 2011 el pueblo de Mendoza le dio un no rotundo a flexibilizar la convocatoria para una reforma constitucional. Ese voto verificó el rechazo social a una reforma no debidamente explicitada. Es que existe una profunda desconfianza popular hacia cualquier cambio constitucional, tanto por el clima reeleccionista nacional como por lo ocurrido en otras provincias, ya que casi todas las reformas locales sólo buscaron la permanencia indefinida de los gobernantes en el poder. Reformas que, además, en nada mejoraron la calidad de vida de los ciudadanos.

En Mendoza ni siquiera ha sido posible acordar reformas políticas básicas que acerquen la política a la gente y que no requieren cambios constitucionales. Entonces, si se quiere reformar en serio una Constitución provincial "en serio" como la mendocina, habría que construir las bases necesarias para hacerlo, entre las cuales cuenta la de gestar los cambios menores que forjen el clima adecuado para el cambio mayor.

Hoy se dice livianamente que la Constitución local es arcaica, cuando lo que en Mendoza ha quedado atrasado son las reformas políticas que mejoren la representatividad de los elegidos. Unas pocas provincias avanzaron bien en estas cuestiones, en cambio la nuestra, que hasta hace poco supo ser avanzada nacional en las reformas políticas, se encuentra paralizada en esa materia por las diferencias de arriba y la legítima desconfianza de abajo.

Así, tal como están planteadas las cosas, las reformas constitucionales propuestas no parecen contar aún ni con consenso político ni con apoyo popular, y ni siquiera son capaces de definir un nuevo proyecto estratégico de provincia. En Mendoza, todas las propuestas de reforma constitucional desde los '80 a la fecha no han podido obtener el apoyo suficiente, porque la sociedad nunca tuvo en claro las razones de los cambios o el modo en que éstos se relacionaban con su vida. Por eso, si hay una precondición sine qua non para reformar la Carta Magna de los mendocinos es persuadir al pueblo de su necesidad.
 
Cosa que difícilmente se logrará si los dirigentes se pelean entre sí, como estamos presenciando con creces por estos días, cuando todo parece reducirse a ver quién muestra mejor las miserias del adversario, en vez de sumar lo mejor de cada uno. Así, lo único que logran es que el pueblo, ya de por sí alejado del debate por la reforma constitucional, se esté alejando cada día un poco más.

En síntesis, si no se trabaja previamente sobre estas bases previas indispensables, la reforma constitucional difícilmente se logrará, y aun si se lograra, en nada modificaría para bien la vida de los mendocinos. A la inversa, es grande el peligro de que cambien para mal instituciones que podrían ser reformadas siempre y cuando se lo hiciera con la altura y grandeza que en estos tiempos brillan por su ausencia.

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