El riego y el cambio climático

El cambio climático ya está mostrando algunas de sus consecuencias. Hay que trabajar con urgencia y con la seriedad que el caso exige para mantener el recurso hídrico, esencial en una provincia con un clima desértico como el nuestro.

El riego y el cambio climático

Las señales de alerta se han encendido y los estudios ya tienen sus conclusiones. Sólo resta trabajar para anticiparse a los hechos y evitar que Mendoza, una provincia que supo ganar tierras al desierto, pueda continuar con su actividad agrícola y cubrir también las necesidades de una población cada vez más numerosa.

No es una tarea fácil ni de pronta solución por lo que se debe actuar en forma inmediata a los efectos de contar con los medios financieros suficientes para hacer frente a las nuevas necesidades.

Del cambio climático se viene hablando hace tiempo y gran parte del sector privado ha trabajado en ese sentido. No es casualidad que las tierras cultivables, especialmente en la industria vitivinícola, se hayan trasladado hacia las zonas altas, especialmente en el Valle de Uco, en la búsqueda de mantener las condiciones climáticas para el desarrollo de los mejores vinos, que necesitan de uvas cultivadas en terreno donde exista una importante amplitud térmica entre el día y la noche.

Sin embargo, la situación no sólo se centra en la modificación de la temperatura en determinadas zonas de la provincia sino que tiene especial incidencia sobre otros aspectos fundamentales para una provincia como Mendoza, que vive del agua proporcionada por deshielo cordillerano.

En ese esquema, los estudios proporcionados por el Panel Internacional sobre Cambio Climático determinan que, en nuestra provincia, el proceso se hace visible a través de la retracción de los glaciares, que constituyen los reservorios naturales de agua dulce, a lo que se suma los pronósticos que indican que también van a disminuir las nevadas en alta montaña y que paralelamente aumentarán las lluvias en el llano.

A modo de muestra, señalan lo sucedido en febrero último, cuando cayó en sólo una semana lo que hace diez años caía en todo el verano.

Con esos datos en la mano, el Departamento General de Irrigación desarrolló un plan estratégico a 20 años (el Plan Agua 2020) “para adaptarnos a la nueva realidad”, según señaló su titular. Contempla, entre otros aspectos, la construcción de grandes reservorios distribuidos en distintas zonas de la provincia para aprovechar el agua de lluvia, haciendo hincapié en las zonas Este y Sur que son las que actualmente se encuentran más afectadas. Se afirma que esas obras permitirán planificar mejor el riego y que ya se ha solicitado un subsidio internacional para concretarlas.

La iniciativa aparece más que interesante pero debería ser complementada con otras iniciativas no menos importantes. En primer lugar debe pensarse en la impermeabilización de los canales de riego, en razón de que aún se mantiene aquella tendencia que indicaba que, de 10 litros que salían desde las represas, sólo cuatro llegaban a la planta, situación que podría haberse ampliado si tenemos en cuenta lo que sucede con el fenómeno de aguas claras, que generan un mayor escurrimiento en el recorrido.

Se deberá trabajar también en el apoyo a los productores, especialmente los frutícolas, vitivinícolas y olivícolas, a los efectos de que modifiquen el riego “a manto” por otras alternativas que permitan un mayor aprovechamiento del líquido (situación que no se puede aplicar en el caso de verduras y hortalizas).

Otro aspecto, no menos importante, es el de establecer la necesaria concientización en la población a los efectos de que no malgaste agua. De todos modos, los especialistas consideran que la mejor “concientización” se da con la instalación de medidores a los efectos de que ese cuidado se alcance a través de la factura, como sucede en el resto del mundo.

No debemos olvidar que en Mendoza, por ley, se establece que la prioridad en el consumo de agua la tiene la población y que sólo el resto debe ser derivado al riego.

El cambio climático pareciera venir más acelerado de lo que muchos esperaban. De allí que surge la necesidad de que se trabaje de inmediato para atenuar sus consecuencias, porque lo que está en juego es nada más y nada menos que la supervivencia de nuestras futuras generaciones.

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