Dos mujeres brasileñas, ambas embarazadas y con la misma pesadilla. Sin embargo, sus historias son muy diferentes.
Regina de Lima y Tainara Lourenco quedaron embarazadas en un momento poco apropiado: en los albores de un extraordinario brote de zika, ya que las autoridades sospechan que el virus ha estado causando un aumento alarmante en un defecto congénito poco común llamado microcefalia, que hace que los bebés nazcan con la cabeza más pequeña.
Ambas mujeres tienen razones de sobra para temer por la salud de sus hijos que están por nacer. Sin embargo, hasta ahí llegan sus similitudes: Lima es de clase acomodada y ha sacado provecho de sus posibilidades. Lourenco vive en un barrio pobre. Ella no tiene opciones, excepto esperar que resulte lo mejor.
Para los ricos de Brasil, tomar medidas contra el zika no es algo tan difícil, pero para los pobres es algo prácticamente imposible. El embarazo se ha convertido en algo angustioso para las mujeres embarazadas en el país, donde las preocupaciones sobre la conexión entre el virus del zika y un defecto de nacimiento están empujando a algunas mujeres a tomar medidas drásticas.
Exilio forzoso lejos de los mosquitos
Cuando Lima supo que estaba embarazada, su felicidad inicial quedó sofocada casi de inmediato por el miedo.
Lima y su marido planeaban tener hijos pero decidieron suspender sus planes a finales de noviembre, después de que el gobierno de Brasil anunció que podría existir un vínculo entre el virus del zika, transmitido por mosquitos, y la microcefalia, una enfermedad en la que los niños nacen con una cabeza inusualmente pequeña y que a veces sufren retraso mental o una serie de problemas de desarrollo y de salud graves.
Con más de 3.700 casos confirmados o de posible microcefalia registrados en Brasil desde octubre, comparados con menos de 150 casos en todo 2014, el gobierno brasileño tomó la drástica medida de instar a quienes aspiran a ser padres a poner fin a sus embarazos. Sin embargo, para Lima, una productora de audiovisuales en Río de Janeiro, ya era demasiado tarde. Ella ya estaba embarazada y su primer trimestre, en el que se cree que el feto es más susceptible al zika, coincidiría con la temporada de mosquitos de verano en Río.
“Las primeras semanas fueron aterradoras”, dijo Lima. “Lloré y lloré”.
La acosaban los temores de que podría tener zika sin saberlo, la enfermedad puede causar fiebre y manchas rojas en la piel, pero es asintomática en la mayoría de los casos, por lo que su bebé podría desarrollar microcefalia, algo que los exámenes ultrasonidos sólo podrían descubrir a partir del séptimo mes.
Así que Lima hizo lo que un número creciente de mujeres brasileñas acomodadas están haciendo: pidió unas vacaciones largas en su trabajo, hizo las maletas y se fue a Europa. Ella planea quedarse allí por lo menos hasta el final del arriesgado primer trimestre.
“Tengo la suerte de tener opciones, poder tomar decisiones. La mayoría de las mujeres en mi situación no tienen ese lujo. Están completamente a merced del destino”.
Ciertamente, aunque gasta muy poco dinero y sólo se queda algunos días en las casas de sus amigos, para que no se molesten, lo que hizo Lima es algo inimaginable para la gran mayoría de las mujeres de este país que tiene una estricta y casi infranqueable división de clases.
Tan sólo su pasaje aéreo costó varias veces el salario mínimo de Brasil, que equivale a unos 200 dólares mensuales, y ante la caída de la divisa brasileña y la apabullante recesión, los gastos más básicos para un europeo serían inaccesibles para la mayoría de los brasileños.
Indefensa en la favela
Desempleada y con cinco meses de embarazo, Lourenço vive en una favela en el epicentro de los brotes de zika y microcefalia, el estado de Pernambuco, en el empobrecido y subdesarrollado nordeste brasileño. Su choza está armada con pedazos de madera y está sostenida por vigas sobre un enorme estanque de agua podrida. Para ganarse la vida para ella y su hija de dos años, Lourenço se aventura en un pantano vecino para cazar crustáceos que vende por 2,50 dólares el kilo.
“Pienso que contraje zika u otra enfermedad hace no mucho”, dijo. “¿Qué puedo hacer? Espero que no afecte al bebé”.
Aunque cualquiera puede ser picado por el mosquito, expertos sanitarios concuerdan en que los pobres son los más vulnerables porque a menudo carecen de la protección que ayuda a disminuir el riesgo, como el aire acondicionado o tener mallas en las ventanas.
La única precaución que Lourenço pudiera tomar, ropa con mangas largas, es imposible en el sofocante calor ecuatorial en el que vive.
Como muchas de las aproximadamente 400.000 mujeres actualmente embarazadas en Brasil, ella no puede comprar un repelente antimosquitos. Los temores de microcefalia han disparado la demanda de repelente, vaciando los estantes de farmacias en las zonas más afectadas. Donde sigue disponible, a menudo en tiendas de pesca, cuesta ahora varias veces el precio normal.
El gobierno ha prometido comenzar a proveer repelente para mujeres pobres y desplegar unos 220.000 miembros de las fuerzas armadas para eliminar los criaderos del mosquito, como parte de la campaña declarada por la presidente Dilma Rousseff contra el insecto. Pero las medidas fueron tomadas demasiado tarde para mujeres cuyos temores sobre microcefalia han transformado sus embarazos en un período de angustia sin fin.
En El Salvador, Guadalupe Urquilla ha dejado a un lado vestidos y sandalias y solamente luce pantalones y zapatos cerrados, limpia minuciosamente el tanque de agua de la familia cada tres días y les escribe a las autoridades de la capital para demandar que fumiguen el complejo de apartamentos públicos en el que vive con su esposo y su hija de dos años. Urquilla piensa que su esposo tuvo zika el año pasado y su hijita tuvo dengue. “Estamos realmente asustados”, dijo Urquilla, que tiene 13 semanas de embarazo.
Lourenço es más fatalista. “Si te vas a enfermar te vas a enfermar. Está en todas partes”.