Ricardo Rastrilla, entre motos y cuero. El ‘hippie’ que se hizo talabartero

Ejerce el arte de trabajar con cuero y desde hace 36 años atiende su local en el microcentro. Hizo borcegos para la película “Siete años en el Tíbet” y cascos antiguos para “Diarios de motocicleta”.

Ricardo Rastrilla, entre motos y cuero. El ‘hippie’ que se hizo talabartero

La mañana de Ricardo comienza luchando contra el tráfico céntrico de cada día. Tras estacionar, con alguno de sus hijos abre una tienda que dice “Almacén de Suelas Viejo Fuelle”. Afuera del local pone alguna moto antigua para llamar la atención y se dedica a trabajar el cuero para terminar los pedidos que tenga.

Esta historia comenzó décadas atrás, cuando en 1970 el adolescente Eduardo Ricardo Rastrilla quería una mayor independencia. Así lo recuerda este nacido y criado en Maipú, que desde joven tuvo admiración por las motos (su otra pasión) y empezó a trabajar para juntar dinero y comprarse una. Hacía cinturones, carteras, suecos de madera, ojotas e incluso sandalias con gomas desechadas por gomerías.

“No tuve ningún maestro. Con el tiempo sí un socio y amigo que se llama Hugo Varas”, rememora Rastrilla en su negocio de calle San Juan, entre Rondeau y Vicente Zapata.

De sus anécdotas, recuerda que vendía sus artesanías en la plaza de Maipú y que con el tiempo organizó la primera feria de artesanías en donde hoy está ubicado el reloj. Otra anécdota bien maipucina fue cuando empezó a trabajar con metales y terminó haciendo las coronas para las reinas distritales del departamento.

Por usar pantalones pata de elefante, pelo largo y moto, era señalado como “El Hippie”, detestado por padres y admirado por jóvenes. Si bien le molesta el uso de drogas, cuenta que en la dictadura lo detuvieron con la moto y cuando volvió a buscarla habían rajado el asiento buscando marihuana.

Poco a poco, con su amigo armaron un taller e iniciaron viajes en moto para vender sus cosas hasta en San Rafael. El orden no era lo que más les importaba y así cuando unas chicas se interesaron en hacer pasantías, se llevaron una sorpresa: “Apenas llegaron se quisieron ir a la miércoles...

¡Más que un taller era una covacha! Al final se quedaron y aprendieron”.

En 1980, este artesano compró un almacén de suelas en el centro y es allí donde ocurre esta entrevista. Rodeado por llaveros, cinturones de elaboración propia y productos de calzado, a cada rato entran clientes preguntando por tachas, plantillas, suela tabartalera y más. Su pasión por las motos es evidente y a pocos metros tiene a una de las suyas.

Un trabajo de película

Con alegría, Rastrilla recuerda cuando le pidieron hacer trabajos en cuero para la película “Siete años en el Tíbet”, como los borcegos de Brad Pitt, un set de primeros auxilios que sale en pantalla y otros cientos de borcegos (“con distintos modelos según la casta social de aquella zona”).

“Recuerdo los 4 pares para Brad Pitt, número 40. Necesitaban 4 para arruinar algunos y que se vieran más gastados. Un día había que medirle el pie para hacerlo y las empleadas que teníamos peleaban para ver cuál lo hacía”, cuenta entre risas.

Para éste y otros trabajos similares necesitó mano de obra adicional y ser asesorado por especialistas de vestuario. Otra película en la que participó fue “Diarios de motocicleta”, recomendado por la producción anterior. Allí le tocó armar diez cascos de cuero como se usaban antes, y aún conserva uno de los modelos. También trabajó para una publicidad estadounidense que se hizo en Villavicencio parodiando a “Siete  años...” pero nunca la vio terminada.

Rastrilla se define como un artesano tabartalero. Ocurre que, según explica, la talabartería se vincula más con el trabajo en monturas de caballos y él prefiere dedicarse a otros artículos.

Así, en su taller prepara llaveros, cinturones, vainas, estuches para celular a medida, alforjas para motos BMW y Harley Davidson, rastres para bailes folclóricos y refacción de bombos legüeros. Además, es minorista de curtiembres para quienes manejan el cuero y hacen sus propios productos.

En ese momento entra al local Fausto Occhionero, un artesano que le trae unas billeteras para una exposición. Sobre nuestro personaje, afirma: “Conmigo ha sido generoso, un tipo de primera. Me ha enseñado varias cosas, eso es generosidad”.

Cerrando la conversación, Rastrilla cuenta que el cuero le gusta por ser uno de los primeros materiales usados por la humanidad. “Tengo algo especial con el cuero. Si lo cortás mal se arruina y te sale diez veces más que una cuerina. Pero es dúctil, uno lo puede moldear y darle forma, así como relieves y efectos en colores”.

Ya con 65 años en su haber dice que ya puede jubilarse aún cuando ninguno de sus hijos planea seguir el negocio, aunque “quién sabe, en una de esas cambia la cosa”.

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