Tomás (Javier Cámara) vuelve a España después de muchísimos años para visitar a su mejor amigo Julián (Ricardo Darín), un actor argentino exiliado que vive en Madrid. Paula (Dolores Fonzi), la prima de Julián, le avisó que está atravesando unos momentos difíciles.
Ambos vivirán cuatro días maravillosos recordando los viejos tiempos. Pero esta reunión será también el último adiós de ambos. Esta es la trama de esta corproducción con España que dirige el español Cesc Gay y que se estrenó con mucho éxito en la edición número 63 del Festival Internacional de San Sebastián (ver aparte). Antes de su viaje a España -el largometraje compite para ganar la Concha de Oro-
Los Andes pudo hablar con Darín y Fonzi sobre este filme que toca tópicos como la amistad, el respeto por el otro, las relaciones entre las personas y el valor ante la toma de decisiones difíciles.
-¿Sentís que es la primera vez que la gente se va a encontrar con un personaje tuyo tan vulnerable? Es algo distinto a lo que venías haciendo.
Ricardo Darín: -No lo veo tan así. De todas maneras es una historia muy vulnerable, más que el personaje. Porque todo está muy a flor de piel, en carne viva, y además porque tiene algunos giros que son polémicos por las decisiones que toma en contraposición a lo que su prima, interpretada magistralmente por Dolores Fonzi, propone.
Eso hace que sea particular todo el desarrollo de la historia. No sé si es la primera vez que hago un personaje tan frágil. Sí entiendo la pregunta porque es un personaje que está en su último tramo y da señales de que no se arrepiente mucho de la posición que tomó. Como es una historia tan tristemente conocida por todos nosotros, creo que la diferencia está en el enfoque. Después es un tema que todos conocemos tristemente de memoria por las distintas relaciones o pérdidas que hemos tenido, ¿no?
-Tu personaje también es un actor, y hasta el público se puede identificar con vos en el sentido de "qué pasaría si Ricardo Darín no estuviera".
RD: -Puede ser, igual creo que no es lo que busca el director. Me parece que su objetivo es defender un poco el derecho que deberíamos tener todos de poder decidir sobre nuestras vidas, sin que eso signifique una irreverencia o una falta de respeto para con los demás. Es difícil, ¿pero no te pasa que cuando esperás que alguien tome una determinada posición y toma la contraria te produce cierta incomodidad?
Porque uno dice: “No, esperá, no estás pensando en nosotros”. Somos muy exigentes y muy poco comprensivos en eso, y estamos muy atados a lo que es el “sentido común”. Que indica que un tipo de estas características, un personaje sumergido en esta situación, debería cumplir con una serie de normas que, si no las cumple, nos incomoda, por lo menos. Me parece que lo que busca, Cesc Gay, es provocar desde ese ángulo. Decir: ¿qué pasa con alguien que toma dos decisiones polémicas defendiendo su derecho a decidir lo que se le cante sobre su vida?
-¿Cómo te llevaste con esto de filmar una película en donde el personaje está instalado todo el tiempo en esa incomodidad y que se sabe que va a generar polémica? ¿Qué te generó a nivel de la composición donde tu cuerpo también estaba incómodo?
RD: -Mirá, lo puede decir Dolores, me la pasé enfermándome durante toda la película. Hay algo que funciona en el caso de nuestro oficio: uno estás entero, sólido, sino no podría hacer el trabajo; pero cuando jugamos a acercarnos al abismo, a estar más débiles, más frágiles, más vulnerables, en algún momento se te filtra alguna cosa. Me la pasé enfermo, de una cosa a la otra. Si no me dolía la garganta, estaba con gripe, o sentía que tenía 140 años, o estaba muerto de frío, siempre me pasaba algo. No estamos hablando de un tema fácil, no es una comedia que transcurre dentro de un departamento. Es una historia que es complicada y te ponés medio en carne viva, entonces te entran más balas que de costumbre. Te bajan un poco las defensas, de verdad. Porque estás jugando a eso. A veces te lo terminás medio creyendo.
-¿Qué te pasa con el tema de los años y la muerte?
RD: -El paso de los años me parece mucho más grave que la muerte en sí misma, sobre todo a la hora de jugar al fútbol (risas). No sé, es un poco de lo mismo. Depende de cómo te pares frente a eso y yo hago lo que puedo. No me siento tan mal como debiera, a pesar de estar cascoteado, pero es lo que hay. Es así y creo que lo mejor es darle la mejor cara. Detesto esa vertiente de la gente que justifica el paso de los años con la famosa frase “Y, claro, ya estamos más grandes”. Estoy más grandes, ¿y qué? Eso no significa nada, tiene un montón de cosas positivas también… Muy pocas (risas).
-Hace poco hiciste "La Patota" (2015), de una intensidad emocional muy grande, y acá hacés de la prima que acompaña al personaje principal que es un enfermo terminal. ¿Cómo es para vos dosificar estas películas donde, lejos de la complacencia, estás más en una situación muy tensa todo el tiempo?
Dolores Fonzi: -A mí el cine que me gusta es el que viene a romper esta estructura de estancamiento. La Patota fueron dos meses como de “cine guerrilla” en el conurbano de Misiones muy intensos y muy demandantes físicamente y mentalmente. Ahora pasé a hacer Truman en el que el peso de esa labor la tenía más Ricardo. En cierto sentido para mí fue más un bálsamo: me fui a España, estaba con amigos, filmando con gente nueva, en la ciudad, por todo lo que tenía la propuesta laboral, ¿no? Después, ahora en el tiempo, me doy cuenta de que las dos películas hablan más o menos de lo que a mí me interesa.
Odio hablar de “mensajes” en el cine porque no creo en eso, pero sí me gusta que las dos, sin darme cuenta, terminen hablando de lo que me parece importante, que es la libertad, la soberanía sobre tu propio cuerpo, las decisiones que nadie puede juzgar sobre lo que uno decide en su propia vida. Es un camino único, es tuyo, es personal, y solamente te pueden acompañar. En una me pasó ser víctima y en la otra acompañarla. Hay algo que, sin querer queriendo, termino haciendo personajes que tienen que ver con algo que me parece fundamental que es este camino hacia la libertad en todo sentido.
RD: Es muy interesante lo que acabás de decir. De verdad.
DF: Entonces siento que mi personaje era difícil para mí porque no soy como él. Yo no tomaría la decisión de pelearme con Julián (Ricardo Darín) por la decisión que tomó, porque sé que trataría de acompañarlo sin juzgar, más allá de que después me quede sola o que haya un enojo con la vida -que puede suceder-. Me parece que es un punto de vista que es necesario que es el de la persona que no entiende lo que le sucede a él. Así que estoy contenta con este movimiento que va sucediendo en el cine en general, no argentino solamente sino en todos lados, como de poder hablar de lo que importa.
-Ustedes trabajaron juntos por primera vez juntos hace diez años en El Aura. ¿Cómo se encuentran una década después? Actoralmente hablando.
RD: -Somos muy amigos, nunca dejamos de vernos y estamos muy al tanto no sólo de nuestros trabajos sino también de nuestras familias, las distintas instancias por las que andamos dando vueltas. Para mí Dolores es una actriz descomunal, y toda vez que tiene oportunidad de demostrarlo, lo hace. Más allá de que para mí la aparición de ella en pantalla es un rayo de luz que la atraviesa. Pero ella, no conforme con eso, lo que tiene es que aplica su talento de una forma casi diría natural. Es porque trabaja con lo que ella es, con su persona, pone su organismo al servicio de la funcionalidad de la historia.
DF: -Creo que lo interesante de los encuentros en la vida es que uno ve algo que no va a cambiar, en el sentido que Ricardo es una persona fácil, alegre y siempre está contento de estar haciendo algo porque está agradecido de vivir. Y eso es único. Cuando lo conocí hace diez años me dio esperanzas al entender que no podés ser actor y disfrutar de todos los procesos, pero sí encontrarle la gracia y la chispa a cada situación. Y eso se volvió a repetir en esta película siendo que es un relato, una narrativa más intensa.
-Hay varias escenas en que el personaje sobredimensiona pequeñas cosas, tal vez por está cercanía con la muerte. ¿Ustedes en qué situaciones de la vida cotidiana se encuentran haciendo lo mismo?
DF: -Yo si no dormí o si no comí, sobredimensiono cualquier cosa. Soy muy niña en ese sentido: no comí, no puedo hablar.
RD: -Hay situaciones en las que hay una ligera tendencia a sobredimensionar, como por ejemplo cuando te lastimás un codo y te das cuenta de que todo el mundo viene y te agarra de él. En realidad siempre lo están haciendo, sólo que te das cuenta cuando lo tenés herido. Funciona más o menos parecido. Yo sobredimensiono algunas cosas cuando estoy especialmente en carne viva por lo que fuere. Es decir, cuando estoy más sensible tiendo a exagerar todo y estoy atento a no pasarme de rosca porque cuando me pongo medio fanático-obsesivo no me aguanto.
-Desde que te dedicaste a esta profesión hiciste reír a la gente en innumerables temporadas, ¿te hace algo de ruido que la gente mire esta película y llore a mares gracias a tu actuación?
RD: -Son circunstancias de los libros. A veces sucede y otras veces no. La relación que tuvimos en este rodaje pocas veces se vio. Disfrutamos muchísimo. Creo que era un poco para escapar de la temática, ¿no? Teníamos esa pulsión por reunirnos e ir a tomar una cañita, una cerveza, la pasamos realmente muy bien teniendo entre manos semejante tema.
Cesc Gay venía de hacer la comedia Una pistola en cada mano (2012), con vos y con Javier Cámara. Y, salvo Dolores, todos ustedes cambiaron de género. ¿Te sorprendió su cambio de registro?
RD: -Creo que era lo qué perseguía y lo consiguió. A juzgar de lo que me llega de España está muy feliz con la repercusión y con la expectativa que generó allá.