Carlos S. La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
El peronismo mendocino perdió el domingo pasado, pero logró una buena elección, mejor de lo que pensaba, porque supo explotar el espíritu de las PASO en su verdadero significado, aunque no lo hizo ex-profeso sino que circunstancias impensadas llevaron a sus dirigentes a un enfrentamiento desde las bases cuando lo que ellos verdaderamente querían era una unidad de cúpulas.
Pero lo cierto es que el debate ocurrió y dio sus frutos: se pudieron sumar tendencias políticas e ideológicas contradictorias detrás del candidato ganador de la interna justicialista.
Ahora habrá que ver si esa suma de contradicciones es capaz de mantenerse cuando un solo dirigente, en este caso Adolfo Bermejo, deba contenerlas a todas en sí solo.
Es la duda que carcome el espíritu de los peronistas locales en sus reuniones post-Paso, acerca de qué camino elegir o si es posible sumarlos, que sería, claro, lo ideal para intentar mantener el poder, aunque no se sepa demasiado para qué, más allá del aferramiento a los cargos.
El justicialismo mayoritario en Mendoza tomó una opción bien clara: desdoblar las elecciones provinciales para no compartir el riesgo de las nacionales.
En realidad su estrategia era más defensiva aún: los intendentes querían separarse tanto de las nacionales a presidente como de las provinciales a gobernador para ver si, de ese modo, podían salvar sus feudos frente al supuesto de candidatos opositores más competitivos tanto en la provincia como en la Nación.
Pero ocurrió que a la postre la fórmula de gobernador se colgó de los caciques locales, despreciando su alianza con la Nación.
Nada de todo esto fue ideológico, sino por mera sobrevivencia, pero el gobierno de Cristina Fernández lo interpretó del peor modo o más bien de todos los peores modos posibles y decidió venir a la guerra en un territorio donde es minoría.
Por eso, para el conflicto bélico colocó todos los recursos inimaginables para cualquier candidato local. El objetivo no era tanto ganar sino herir en todo lo posible al adversario para que la desobediencia no se propagara por el resto del país. Guerras claramente tribales.
Lo que hay en juego es un peronismo inmensamente descentralizado donde el corazón de su poder está en las tribus municipales, contra otro peronismo inmensamente centralizado donde se piensa que el éxito del “proyecto nacional” implica el manejo de la mayor parte de los recursos por parte del gobierno nacional porque (se justifica ideológicamente) la redistribución social centralizada es más importante que la redistribución federal y descentralizada de impuestos.
Es una vieja lucha entre federales y unitarios que alguna vez pareció encontrar alguna síntesis precaria en el país pero que hoy ha renacido con todas sus fuerzas.
Los kirchneristas critican a los mendocinos que quieren mayor autonomía de la Nación, cuando en realidad lo que ocurre es exactamente lo contrario: que tanto las intendencias como el gobierno nacional buscan independizarse de la provincia quitando a las autoridades todo su poder, para compartirlo entre ellos dos.
Un esquema donde el gobierno provincial deviene doble rehén de ambas ambiciones: la que proviene de abajo y la que amenaza desde arriba.
Por eso es que día a día, y no importa qué partido esté al frente, si oficialista u opositor, las gobernaciones en Mendoza van perdiendo entidad propia, como que para gobernar de verdad a la provincia sólo se necesitaran señores feudales municipales y monarcas nacionales.
Mientras, los príncipes y nobles locales de provincia -gobernador y ministros- cada vez cuentan menos porque no manejan más recursos que aquellos necesarios para alimentar los estipendios de sus burocracias crecientes, con las cuales si bien satisfacen clientelismos, cuando los nuevos empleados públicos se instalan dentro del Estado, son un obstáculo más para los propios gobiernos que los designaron porque no contribuyen a la eficiencia estatal por el modo en que han sido reclutados, pero sí a su conflictividad creciente. Además se suman en capas concéntricas donde los gobiernos se van pero las burocracias que vinieron con ellos, quedan.
Paco Pérez llegó al gobierno provincial por el empate político entre tres fuerzas hace cuatro años: ni al ex gobernador Celso Jaque le alcanzó para poner su candidato, ni a los intendentes ni al gobierno nacional.
Entonces los tres eligieron al único que no era de ninguno de ellos pero no porque estuviera por encima de nadie sino porque no representaba a ningún sector salvo a sí mismo y a un pequeño grupo de amigos políticos, con los cuales formó su gobierno, tras la esperanza de poder conducirlos a todos aprovechando la importancia que ofrece estar sentado en el sillón más poderoso de Mendoza, el que alguna vez ocupó San Martín.
Una apuesta que no dejaba de tener su lógica y su razonabilidad, pero este país no es demasiado lógico ni razonable como lo demuestra este final donde los señores feudales y la monarca se enfrentaron en unas PASO para medir fuerzas entre sí.
La experiencia indica que a la larga ambos sectores de poder, las tribus y el poder central, terminarán pactando y el único perjudicado resultará el que está en el medio. Que a Paco Pérez le pasará algo parecido a lo de Celso Jaque: lo homenajearán con un cargo protocolar pero ya difícilmente podrá incidir en la política provincial.
Lo lamentable es que con esta lucha entre feudos y reyes. la más afectada será la provincia, no sólo por la pérdida del valor político relativo de sus gobernadores sino porque con ello la posibilidad de conseguir la mínima dosis de autonomía con la cual poder gobernar Mendoza desde sí misma, se desvanece cada vez un poquito más.
Hasta el día en que sinceremos las cosas y pongamos directamente un virrey designado por la Nación con la conformidad de las tribus locales, que por ese camino está conduciendo a Mendoza la nueva estructura del poder político nacional.