Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
La época posmoderna, ésa que apareció luego de la caída del socialismo real, no hizo que finalizaran las utopías ni los grandes relatos, sino que les cambió sus contenidos. Antes, en los tiempos típicamente modernos, cuando peleaban capitalistas contra comunistas, unos y otros apostaban a ver quién se quedaba con el progreso, por eso el relato y la utopía hablaban de lo que iba a pasar en el futuro.
Ahora es al revés: los relatos y las utopías hablan del pasado, de un ayer idílico al que querríamos volver. Son retroutopías, son revisiones del pasado, son nostalgias de tiempos perdidos. Por eso la política ha perdido tanto de su viejo encanto. Ese encanto que la hacía partera de la historia.
Ese encanto que, al decir de Jauretche, comparaba la política con el deseo de estar más cerca de la cuna del hijo que nace, que de la tumba del padre que muere. Para hacer buena política en los buenos viejos tiempos bastaba con ponerse del lado de los nuevos que venían y abandonar a los viejos que se iban. Pues bien, todo eso ya no está más.
Volver a los 30 con Alfonsín. En democracia la primera gran retroutopía fue la que se gestó durante el clima de época que dio cabida histórica a Raúl Alfonsín. La "República perdida", que significaba nada menos que imaginar un país donde no hubiera ocurrido el golpe de 1930, donde la democracia hubiera seguido su camino libremente, sin interrupciones institucionales de ningún tipo.
De no haber surgido la reacción liberal a través del militarismo, quizá no hubiéramos tenido democracia fraudulenta ni democracia populista y toda la secuela de consecuencias que recién finalizó cuando la violencia descontrolada hizo implosionar a todos los protagonistas de esos cincuenta años en los que la república se perdió.
La tarea, entonces, de Alfonsín, era recuperar la república. Una retroutopía, una especie de by pass donde se uniera el viejo tiempo idílico y el presente, borrando -aunque más no fuera imaginariamente- todo el pasado fatídico que separó la vieja república de la nueva que se quería construir. Borrar del 30 al 83. Como si después de Yrigoyen hubiera asumido directamente Alfonsín.
Volver a los 70 con los Kirchner. La segunda gran retroutopía fue la kirchnerista, bastante más extraña e inesperada que la de Alfonsín porque no surgió de un clima social previo que Néstor Kirchner expresó, sino de un clima que Kirchner inventó desde el Estado para cubrir el desierto en que había quedado la sociedad luego de la crisis de 2001/2. Lo que acá se intentó fue reconstruir, en un nuevo tiempo, toda la década del 70 del siglo XX, pero al revés de como ocurrió. O sea, no sólo se propusieron volver a un viejo tiempo histórico obviando lo que quedó en el medio, sino también inventar una historia que nunca existió. Una retroutopía de ciencia ficción, un relato contrafáctico.
La hipótesis central que los Kirchner se formularon fue la de preguntarse qué hubiera pasado si Cámpora le ganaba a Perón en 1973 y los Montoneros le ganaban a los militares en 1976.
En su imaginario (basado argumentalmente en las nostalgias de los restos sobrevivientes de la vieja izquierda setentista), de haber ocurrido eso, no hubiera habido dictadura militar sino revolución popular, con lo cual tampoco hubiera existido la democracia -según ellos, condicionada- de Alfonsín y la neoliberal de Menem.
Por el contrario, Kirchner hubiera sido la lógica continuidad del triunfo de la revolución nacional y popular luego de Cámpora y los Montoneros. O sea, Kirchner hubiera sido el nuevo Perón, pero no su continuidad sino el que se levantó sobre sus escombros. Acá el by pass hubiera consistido en pasar directamente de 1973-6 a 2003, obviándonos todo ese entretiempo de ignominias, según los setentistas K.
Alfonsín hizo suya una retroutopía que soplaba en el viento de la época, Kirchner inventó una retroutopía en un tiempo en el que no soplaba ningún viento de época salvo el deseo de que se fueran todos los políticos y de que desapareciera la política. Por eso pudo sacar una pesadilla del arcón de los recuerdos y transformarla en un supuesto sueño positivo.
Porque una cosa es recrear como utopía el primer radicalismo o incluso el primer peronismo, pero otra muy distinta es tratar de hacer lo mismo con la década más violenta de la historia cuando todos perdieron y nadie quedó en pie. Más que una retroutopía fue una necrofilia pero, por algún raro designio cultural, Kirchner la pudo imponer como espíritu de su tiempo, un tiempo ultrapolitizado por arriba y despolitizado por abajo. Agrietado por arriba pero ni unido ni dividido por abajo, sino indiferente a la grieta.
Tanto Alfonsín como Kirchner quisieron ser los creadores del tercer movimiento histórico que continuara o superara al radicalismo y al peronismo. Ninguno de los dos pudo lograrlo. Ahora estamos en otro momento, bastante diferente de ambos pero que también contiene su retroutopía.
¿Volver a los 80 con Macri? Hoy, el clima de época está haciendo nacer otra retroutopía, pero esta vez no parece ser asumida ni expresada directamente por ninguno de los protagonistas políticos del momento, que simplemente ven el nuevo espíritu del tiempo y tratan de no ponerse en contra, pero no mucho más. Expliquemos.
La retroutopía esta vez nos hace imaginar qué hubiera pasado si el alfonsinismo de los 80 junto con la renovación peronista de la misma década se hubieran continuado en los tiempos sucesivos, habiendo impedido con el triunfo de sus ínfulas modernizantes y democratizadoras en el sentido republicano, el advenimiento del populismo neoliberal y del setentista. O sea, cómo habría sido el país sin haber tenido a Menem ni a los Kirchner.
En los 80 no existía el maniqueísmo a que nos acostumbró el kirchnerismo de dividir todo entre buenos y malos. La historia sumaba, no restaba. El culto a la personalidad había desaparecido. Si se revisaba el pasado era para intentar comprender el presente, no para justificarlo. O para hacer más tolerantes las viejas vertientes históricas. Lo cierto es que la cultura política de los 80 fue en todo sentido incomparablemente superior a la que nos dejó la suma de los peronismos menemista y kirchnerista.
Odios y agresiones de la política que luego se tolerarían como normales, en los años 80 eran despreciados por la sociedad, quizá porque teníamos allí nomás el genocidio militar y la locura sesentista, a las que luego frivolizarían Menem con el indulto y los Kirchner cuando compararon la desaparición de goles con la desaparición de personas, acusando de golpista o genocida a cualquiera que no pensara como ellos o indultando a cualquier golpista o genocida que pensara como ellos.
En fin, que la retroutopía que hoy vuela por los aires de la política es la de recuperar el espíritu inicial de la democracia tal como se la vivió en los años 80 que, a pesar de no haber culminado como una década exitosa, nos dejó raíces fuertes que permitieron, a la formalidad democrática, sobrevivir a los vientos más impíos, aunque aún no hayan podido cumplirse la mayoría de sus sueños.
No es que Macri o los peronistas que se van alejando del modelo kirchnerista sean particularmente ochentosos. Los macristas tienen una concepción de la política bastante diferente a la de Alfonsín. Los peronistas rebeldes al teléfono, desde el cual ordena Cristina, parecen más ortodoxos que renovadores. Por eso no es que alguien en particular esté proponiendo esta retroutopía, sino que se está haciendo, de la necesidad, virtud. Para los unos y para los otros.
Macri necesita un peronismo que no se crea ser la resistencia peronista del 55 o que quiera combatirlo como los montoneros lo intentaron contra los militares en 1976. Los peronistas necesitan alejarse de ese aire de genuflexión y de oportunismo y de nula identidad propia que les quedó luego de aplaudir por igual a los experimentos menemistas y kirchneristas que hicieron retroceder la cultura política de los argentinos a la época de las cavernas.
Y para ambas necesidades -las macristas y las peronistas- refugiarse en las ilusiones de los ochenta, es una módica pero razonable propuesta. Al menos hasta que los argentinos todos podamos abrir nuevamente las puertas del futuro y, en vez de soñar con volver a supuestos pasados mejores, construyamos los mañanas que nos supimos merecer.