Retroceder nunca, rendirse jamás

La elección presidencial en la Argentina y la legislativa de diciembre en Venezuela, probarán la vitalidad electoral del populismo. Pero cualquiera sea el resultado, la idea es no entregar el poder.

Retroceder nunca, rendirse jamás

Después de años de explicar el crecimiento de la primera etapa de la “década ganada” como producto de sus méritos, el kirchnerismo termina su gestión atribuyendo los pesares de la economía en los últimos cuatro años al “viento de frente” que se fue armando en tiempos recientes. En particular a dos ingredientes: la caída de los precios internacionales de las materias primas y la crisis que atraviesa Brasil.

En verdad, el "factor externo" siempre fue clave. Prácticamente todas las expansiones locales han coincidido con contextos positivos, sea por los precios internacionales, la tracción de la economía mundial y la fuerza de las corrientes comerciales, de inversión y financieras. Ello es así porque la Argentina no ha podido superar aún su cíclico problema de "estrangulamiento externo": esto es, no ha logrado crecer sin perder en algún momento su capacidad de generación o atracción de divisas suficientes, con las cuales sustentar el crecimiento. 
Las novedades de la primera década del siglo XXI fueron lo fuerte y extensa que fue la racha de buenos precios internacionales, con pico en  2008, posterior recuperación y muy buenos registros entre 2010 y 2013, y el hecho de que los buenos precios coincidieran, por primera vez en décadas, con bajas tasas de interés internacionales, lo que favoreció el comercio y la inversión y la financiación relativamente barata de los desequilibrios en las economías emergentes. La gran irrupción de China en la economía global, demandando materias primas y alimentos y acumulando excedentes financieros, fue decisiva para eso.

Esa etapa, sin embargo, quedó atrás en el último bienio y coincide, de hecho, con los problemas que enfrentan algunas experiencias populistas de América Latina. Porque así como el kirchnerismo enfrentará el 22 de noviembre en las urnas la posibilidad cierta de perder el gobierno nacional, también el chavismo en Venezuela afrontará el domingo 6 de diciembre una elección legislativa en la que, según indican las encuestas, lleva las de perder.

Mientras, en Brasil (donde no hubo un experimento abiertamente populista, pero el populismo sí fue el recurso al que el PT acudió para ganar su cuarto gobierno consecutivo), Dilma Rousseff sigue en la cuerda floja, atrapada entre los escándalos de corrupción, una economía en recesión, un gran descontento social y una crisis política que la podría llevar al juicio político y a su remoción y remplazo por el vicepresidente, Michel Temer, del pendular PMDB, que suele fungir como fiel de la balanza del sistema político brasileño.

El populismo no es un fruto exótico ni es privativo de América Latina. La emergencia de candidatos como Donald Trump y Marco Rubio en la extrema derecha del partido republicano en EEUU, el auge del nacionalismo xenófobo en Europa, que se anotó un reciente triunfo electoral en Polonia, y la perspectiva de que resultados así se repitan en España en las elecciones legislativas de diciembre y en Portugal en las presidenciales de enero de 2016, son recientes ejemplos de que, más que en la revolución socialista que predican las izquierdas doctrinarias, las crisis suelen desembocar en tentaciones populistas, a menudo cuasi-fascistas.

América Latina, sin embargo, tiene sus peculiaridades: es la región con mayores índices de desigualdad y tasas de criminalidad del mundo. Ahora agregó otro primado: es la región del mundo de menor tasa de crecimiento económico.

Esos problemas son comunes a varios de los países y los partidos o regímenes políticos y no es posible argumentar que el populismo los haya resuelto mejor. “La verdad es que (en los años de bonanza) la pobreza se redujo tanto en Bolivia como en Colombia, en Ecuador como en Perú, en Brasil como en México. Lo mismo pasa con la desigualdad, que se ha reducido en todas partes, aunque mucho menos que lo que era de esperar”, dice el historiador y ensayista italiano Loris Zanatta. “En todo caso, cabe señalar que, ahora que el ciclo económico favorable se ha quedado atrás, las economías abiertas de la Alianza del Pacífico están demostrando, en general, ser más robustas y dinámicas que las economías nacionalistas y autárquicas de los países que bordean el Atlántico”.

Zanatta, estudioso del populismo en general y del peronismo en especial, señala que para entender este proceso, más que los datos de la economía hay que analizar la naturaleza de los regímenes políticos. Al respecto, nota que si bien Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia están mejor parados que el chavismo y el kirchnerismo, cuando ellos no son candidatos los resultados distan de ser buenos. Sin “líder carismático”, el populismo flaquea. Por cierto, no sólo el populismo. Los presidentes Ollanta Humala en Perú, Michelle Bachelet en Chile, Juan Manuel Santos en Colombia, están lejos de ser casos de mucho éxito.

La diferencia, dice Zanatta, es que ninguno de ellos gobernó en nombre de una supuesta revolución. Se les cuestiona la calidad de gobierno, no el régimen político. Un cambio de líder o partido en esos casos es un evento normal de la democracia. 
Con los populismos es diferente: en tanto desconocen la legitimidad de sus oponentes y se asumen moralmente superiores a sus alternativas, no están dispuestos a entregar el poder. Zanatta cita a Nicolás Maduro, el devaluado heredero del chavismo, quien dijo que de perder las elecciones "no entregaría la revolución; pasaría a gobernar con el pueblo en unión cívico-militar".

El kirchnerismo, pese a la profusión de cadenas y discursos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y al machacón mensaje de que si el candidato oficial no es elegido las diez plagas de Egipto se abatirán sobre la Argentina, no lo ha dicho tan brutalmente, pero es reconocible en las palabras de Maduro. De perder, el plan es entregar el gobierno pero no el poder, plan que se ha visto complicado con la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires.

La llave, en cualquier caso, es la agitación social y aprovechar que, en caso de que Macri gane y apenas asumido libere el cepo cambiario y el valor del dólar se unifique en algún lugar de la zona entre el actual valor oficial y el del “blue” o ilegal, haya un fogonazo de precios y, tal vez, una espiral inflacionaria.

El riesgo en ese sentido es altísimo. CFK entregará un gobierno con gasto y déficit fiscal desbordados, alta inflación y un Banco Central quebrado y con reservas negativas: esto es, compromisos de pago en divisas por montos superiores a los que verdaderamente dispone. 
En esas condiciones, el éxito no es evitar un ajuste macroeconómico sino minimizar sus costos y enfilar rápidamente la recuperación. Martín Lousteau, ex ministro de Economía de la propia CFK, lo dijo claramente. "La culpa de la devaluación es del que se va, no del que llega".

Será bien difícil explicarlo porque otra de las características del populismo kirchnerista ha sido no hacerse nunca cargo de nada.

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