Manuel Mujica Lainez nació en Buenos Aires el 11 de setiembre de 1910. En enero de ese año el cometa Halley se había aproximado a la Tierra, envuelto en predicciones apocalípticas que, pese a los vaticinios, no se cumplieron, con lo que el país pudo entregarse fervorosamente a los festejos del Centenario. El fasto desplegado en las celebraciones, que recogen las crónicas de la época, parecía pronosticar para la Argentina, por entonces considerada "granero del mundo", un futuro de opulencia que luego los hechos se encargarían, penosamente, de desmentir.
A lo largo de sus setenta y tres años de vida, Manuel Mujica Lainez frecuentó todos los géneros literarios, plasmados en más de cuarenta títulos: novela, cuento, poesía, crónicas de viajes, biografías, ensayos, semblanzas, discursos, letras para tangos y milongas, los muy celebrados ´retratos en verso' que dedicó a sus amigos, las singulares composiciones que bautizó con el nombre de ´Laberintos' y en las que el texto se enlaza estrechamente con el dibujo, y cinco libros de fotografía artística (en colaboración con Aldo Sessa), a los que deben sumarse sus admirables traducciones de Shakespeare, Molière, Marivaux y Racine y los textos para la cantata y la ópera "Bomarzo", basadas en la novela homónima y con música de Alberto Ginastera.
Las influencias más notorias en la obra de Manuel Mujica Lainez derivan de su doble condición de epígono de la Generación del 80 y de modernista tardío.
De los hombres del Ochenta, entre los cuales se cuentan algunos antepasados del escritor (Miguel Cané, Manuel Lainez y los hermanos Héctor, Mariano, Luis y Rufino Varela), Mujica Lainez hereda el sentido de la ironía, la fascinación por lo europeo, el dandysmo, la afición por el teatro y por los viajes, el interés por las colecciones de arte y el culto a la conversación.
El influjo del Modernismo nació de la amistad que con Enrique Larreta entabló el joven Mujica. Si bien Larreta pertenecía a una generación anterior, su relación con el novelista en ciernes se asentó en una profunda afinidad espiritual, en la que los valores estéticos desempeñaron un papel preponderante. El hecho es que desde la publicación de su primer poema, "Crepúsculo otoñal", aparecido en La Nación el 26 de junio de 1927, cuando su autor no cumplía aún los diecisiete años, se advierte en el joven escritor un empeño en reproducir los artificios modernistas que luego se articularía también en sus novelas y cuentos.
De Larreta, Mujica Lainez heredó el gusto por la recreación de períodos remotos (que se iba a reflejar décadas más tarde en sus novelas históricas) y un casi obsesivo pulimento del lenguaje, como así también la intención de suscitar en el lector un deleite estético. Esta voluntad estetizante, que puede prescindir de toda connotación social o política, encuadra a la literatura laineciana en la corriente de "El arte por el arte", cuyos postulados condensó admirablemente James Whistler en la célebre fórmula que Borges citaba con frecuencia: "Art happens".
Por alguna razón, la trayectoria de Mujica Lainez como periodista nunca ha sido estudiada exhaustivamente, a pesar de que le dedicó muchos años de su vida. Sin embargo, como veremos, dicha actividad reviste gran importancia, ya que en ella encontramos varios de los temas que luego desarrollaría en su narrativa, como así también reflexiones sobre su mundo y su época que nos brindan claves fundamentales para abordar su literatura.
Si bien los trabajos periodísticos de Mujica aparecieron en las revistas Fray Mocho, Atlántida, Don Goyo y El Hogar, y en diarios como El Litoral (Santa Fe), La Gaceta (Tucumán), La Capital (Rosario), La Prensa y Clarín, fue notoriamente en el diario La Nación, en el que se desempeñó durante casi cuatro décadas (1932-69), donde pudo desplegar una actividad más intensa y sostenida. Allí publicó numerosos reportajes, artículos periodísticos y crónicas de viajes, y culminó su trayectoria como crítico de arte; en esta última actividad impulsó a toda una generación de jóvenes pintores que luego alcanzarían renombre internacional.
El mismo Mujica reconocería, años más tarde, la importancia que para su formación revistió su permanencia en el destacado matutino porteño, no sólo por la disciplina que impone la práctica del periodismo, sino también porque en La Nación -o por su intermedio- entabló amistad con un grupo de escritores y periodistas entre quienes se encontraban algunos de los intelectuales más notables de la época, como Eduardo Mallea, Leopoldo Lugones, Leonidas de Vedia, Gregorio de Laferrère, Álvaro Melián Lafinur, Adolfo Mitre y Alberto Gerchunoff.
Una de las vertientes más justamente famosas de la narrativa de Manuel Mujica Lainez la conforman las novelas que integran lo que el mismo escritor denominó "saga de la sociedad porteña": ´Los ídolos' (1953), ´La casa' (1954), ´Los viajeros' (1955) e ´Invitados en El Paraíso' (1957). A esta tetralogía inicial se sumaron luego ´Los cisnes' (1977) y ´El gran teatro' (1979). Ahora bien: teniendo en cuenta que las obras no específicamente narrativas de Mujica pueden enriquecer la "saga" con un aporte revelador de la óptica laineciana, nos detendremos brevemente en algunos textos que nos parecen especialmente valiosos en tal sentido: en primer lugar, las "Estampas de Buenos Aires" (1946), en las que el escritor evoca los antiguos barrios porteños, las quintas, los árboles y estatuas que pueblan las plazas, y reflexiona sobre el crecimiento desmesurado de la ciudad, que ya no logra abarcar; en segundo término, dos de los libros resultantes de la colaboración de Mujica Lainez con el fotógrafo Aldo Sessa y que se centran en un par de instituciones cuya sola mención basta para delimitar un espacio simbólico que remite directamente al apogeo de la alta burguesía argentina: "Jockey Club: Un siglo" (1982) y "Vida y gloria del teatro Colón" (1983); por último, los dos volúmenes de "Los porteños" (1979 y 1982), que rescatan un conjunto de crónicas, notas sobre arte, prólogos, textos evocativos, conferencias y artículos sobre temas diversos, que Mujica Lainez escribiera a lo largo de más de cuarenta años. Así, la saga establece con "Estampas de Buenos Aires", "Los porteños" y los dos libros de fotografía artística mencionados una red de vasos comunicantes en virtud de la cual los textos se potencian mutuamente.
El afán del coleccionista, que como dijimos constituye uno de los rasgos característicos de los hombres del Ochenta, se afianzó en Mujica Lainez entre 1937 y 1946. A lo largo de esa década el escritor trabajó en el Museo Nacional de Arte Decorativo, en la elaboración de cuyo catálogo colaboró activamente. Más adelante, Mujica iba a entablar contacto con algunos de los coleccionistas argentinos más destacados del período que se extiende desde las últimas décadas del siglo XIX a mediados del XX: entre otros, Luis María Carreras Saavedra, Alfredo y Alejo González Garaño, y Dardo Rocha. Esa fascinación por el objeto artístico o curioso iba a transmutarse en un inagotable venero literario, especialmente visible en la novela "La casa", aunque aparece asimismo en "Bomarzo" (1962) y en cuentos como El Salón Dorado (de "Misteriosa Buenos Aires", 1950). Aquí también resulta invalorable el material periodístico, en la medida en que nos proporciona otra "mirada" que sirve de complemento a la literaria.
Bajo el título genérico de ?La historia viva en nuestras casas tradicionales', Mujica Lainez incorpora en ´Los porteños' una serie de artículos que había publicado en la revista El Hogar entre noviembre de 1947 y mayo de 1948. Los títulos de esos trabajos son elocuentes: ´´ Retratos y manuscritos en lo de Estrada', ´Las porcelanas de los Costa', ´Las acuarelas de Alberto Vicente López', ´Retratos de los Lzica', entre otros. Cada uno de esos textos nos permite asomarnos a la trastienda de una actividad que luego alcanzará su expresión más sugerente al ser trasvasada al texto literario.
Debemos todavía detenernos en un aspecto que confirma nuestra calificación de Mujica Lainez como último descendiente de la Generación del Ochenta. Nos referimos a las notas que publicara en La Nación entre 1935 y 1977 y que luego recogería en los dos volúmenes de ´Placeres y fatigas de los viajes' (1983 y 1984). En sus páginas encontramos no sólo la relación de los viajes que Mujica realizó a Grecia, Italia y España, sino también entrevistas a Henry Moore y a Gregorio Marañón y los artículos que escribió en 1945, cuando La Nación lo envió a recorrer la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. Esas notas revelan al escritor de fuste, cuya impecable prosa es capaz de explorar con agudeza los rincones más insospechados de la realidad.
Como vemos, los trabajos periodísticos de Mujica Lainez constituyen un valioso documento a la hora de incursionar en sus textos narrativos, dado que nos ofrecen una visión "no literaria" que, sin embargo, revela numerosos puntos de contacto con sus novelas y cuentos.
Para justificar la inserción de Manuel Mujica Lainez en el panorama de la literatura argentina contemporánea bastaría con recordar que, sin él, las letras rioplatenses se verían privadas de una de las más lúcidas recreaciones de toda una época y de una clase social, así como de una prosa deslumbrante y de gran refinamiento estilístico. Ello no obstante, durante largo tiempo Mujica Lainez fue un autor injustamente postergado por la crítica. Afortunadamente esa situación se ha ido modificando en los últimos años, como lo demuestran las reediciones de sus obras y el renovado interés que suscitan sus textos, que han dado lugar a un número creciente de tesis y monografías. Es de esperar que esta revaloración incluya sus trabajos periodísticos, que nos permiten asomarnos al envés del quehacer del escritor, enriqueciendo así las vías de acceso a su narrativa.
A partir del siglo XIX, los países hispanohablantes han prodigado una figura emblemática: la del escritor-periodista. Desde distintos espacios ideológicos, y con intencionalidades diversas, autores como Sarmiento, José Martí, Ricardo Palma, Roberto Arlt y -más recientemente- Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Marco Denevi y Javier Marías han sabido aunar dos actividades que, lejos de ser excluyentes, se enriquecen la una a la otra. Manuel Mujica Lainez se suma a esos nombres, aportando una voz y un estilo inconfundibles.
Escritor de amplísima cultura, caudaloso polígrafo, viajero incansable, admirable pendolista, ?causeur' deslumbrante, esteta, ávido coleccionista, Manuel Mujica Lainez murió en El Paraíso, su residencia cordobesa, en la madrugada del 21 de abril de 1984.
Las fechas que señalan el nacimiento y la muerte de Mujica Lainez (1910-1984) son también las del paso del cometa Halley. En palabras de mi maestro Adolfo Ruiz Díaz, que había entablado amistad con el escritor en la Academia Argentina de Letras, si se le hubiese preguntado a Manucho al respecto habría respondido que ni él, ni su familia, ni sus amigos influyentes habían tenido nada que ver con esa coincidencia.