Sin ideas ni ideales, sin hombres que conciban grandes proyectos ni los lleven a cabo, no podría existir la política. Pero no hay que engañarse: en el plano de las motivaciones personales -siempre dentro de la política- lo que predomina es el interés personal.
En otros tiempos esto estaba bien claro. Los romanos definían como "clientela" a un grupo de personas asociado a un líder político por los beneficios directos o indirectos que les reportaba cooperar con sus iniciativas. Las ideas, los principios y las discusiones teóricas quedaban reservados a los círculos patricios. El resto participaba por algún tipo de recompensa material.
Pero después sobrevino un gran cambio. La Era Moderna trajo la ideología, la revolución y la democracia.
La ideología mostró a sectores cada vez más grandes de la población un diseño ideal de sociedad, más o menos realizable.
Las ideologías, unidas a otras fuerzas sociales, produjeron cambios cada vez más acelerados, incluso violentos, que fueron conocidos como revoluciones.
Éstas produjeron la radicalización de las ideologías, que llevaron a la formación de regímenes democráticos en sus diversas formas.
Uno de los presupuestos de la democracia es que el pueblo "debe saber de qué se trata", ser un pueblo ilustrado, entender la discusión del interés público, las posiciones enfrentadas y las soluciones posibles, y sobre todo saber representarse a sí mismo como un todo.
De esta forma, el esquema clientelar del interés particular en política hace crisis, al menos desde el punto de vista de los requisitos del sistema. Es preciso discutir programas, proyectos, ideas que se refieran al destino común.
El ideal de la democracia es, en términos propuestos por Max Weber, el político vocacional, no el político profesional (otra cosa es la lógica del Estado, pero eso no está en cuestión).
En general, el prejuicio ilustrado nos dice que en el despertar de la vocación política están los ideales, las convicciones. Los intereses aparecen después, cuando la política se convierte en una profesión. Pero también se da el esquema opuesto, es decir, el proceso desde el interés individual a la perspectiva política grupal, como muestra F. G. Bailey desde la óptica de la antropología política.
Lo que resulta innegable es que si se atiende a su lógica intrínseca, la democracia es incompatible con un sistema clientelar de intereses particulares en los que ninguna facción es capaz de representar el bien común.
En todo sistema representativo constituye la tensión fundamental: es preciso que el comerciante, el artesano y el agricultor pongan en suspenso (o al menos relativicen) sus intereses particulares y vistan la toga senatorial del interés público.
Pues bien: en los diez años de hegemonía el kirchnerismo ha supuesto una monumental regresión en este sentido. Desde las estructuras del Estado ha reconstituido un sistema reticular de clientelismo político fundado en intereses particulares: la privatización mimetizada de lo público.
Probablemente, su inspiración ideológica provenga de los montoneros de los setenta. En los hechos reconstruye las montoneras de mediados del siglo XIX: soldadescas al servicio de un caudillo, a cambio de la paga y el botín.
Las lealtades del gobierno -me refiero aquí a militantes, no votantes- pasan esencialmente por la red de beneficios directos que prodiga desde las arcas públicas. Es lo que puede verse en las instituciones, las conversaciones diarias, los medios de comunicación o las redes sociales. La ideología k es una superestructura que sirve básicamente para reforzar/ocultar los lazos de vinculación material.
Largas o cortas, gruesas o delgadas, pesadas o livianas, las cadenas que sujetan a los monitos danzantes del kirchnerismo casi siempre llevan al mismo organito: el Estado. Empleos públicos, contratos, becas, licitaciones, concursos, subsidios, planes sociales, adjudicaciones directas, el pagador siempre es el mismo.
Poco importa que el organillero gire cansinamente la manivela o incluso deje de hacer sonar la melodía: el mico continúa con su contoneo espasmódico. El universo de los militantes k es casi por entero una subcategoría de beneficiarios de las arcas del Estado.
Será interesante observar qué subsistirá de tan fervorosa militancia en un contexto de pérdida del poder. Quienes quedan en el estrecho margen del entusiasmo militante no remunerado pertenecen a limitados sectores de una clase media algo atolondrada y con la vida más o menos resuelta.
En este sentido, las estrategias de persuasión, comunicación y propaganda del kirchnerismo suponen un enorme fracaso y un dispendio colosal de recursos, puesto que las lealtades de las que dispone provienen del sistema de beneficios directos. La mayoría de los que "bancan el proyecto" están cobrando de él.
De hecho, y para los magros resultados que le reporta el gobierno, el aparato de propaganda perfectamente podría operar sin costos, como contraprestación de servicio del beneficiado. Pero claro, eso reduciría el universo de quienes pueden beneficiarse del recurso público…
En cualquier caso es necesario estimar las consecuencias de tal regresión.
Primero, en el Estado. La lógica del rendimiento electoral puede o no coincidir con la lógica de la eficacia estatal: pero la asignación y distribución de recursos públicos con criterios clientelares/electorales implica renunciar a hacer un empleo adecuado de ese formidable instrumento político que es el Estado.
Rectificar no va a ser fácil, pero es un problema acotado y hasta podría resultar providencial: separar militantes de funcionarios puede traer a la discusión la imperiosa necesidad de profesionalizar la administración pública.
Segundo y más preocupante, en la cultura política. La instalación de una estructura clientelar como sistema principal de lealtades en un régimen democrático supone el predominio de la lucha de facciones, del cálculo de la ventaja inmediata, de la incapacidad de trascender la visión a corto plazo: la abolición de toda política.
En ese ámbito los daños son profundos: las labores de reconstrucción, lentas y trabajosas. También en esto llevará tiempo recuperarse de la "década ganada".
El retorno de las clientelas, o la regresión de lo público
En sus diez años de hegemonía el kirchnerismo, desde las estructuras del Estado, ha reconstituido un sistema reticular de clientelismo político fundado en intereses particulares: la privatización mimetizada de lo público.
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