El viejo pueblo de pescadores es una promesa del Nordeste. Localizado aproximadamente 300 kilómetros al oeste de la ciudad de Fortaleza -capital del Estado de Ceará-, la mística de su acceso difícil no es un mero asunto de distancias. A Jericoacoara no se puede llegar por cuenta propia. Hay que atravesar las dunas y el paisaje cambia con el viento.
La carretera termina en Jijoca, hasta donde hay que viajar para tomar una jardineira, el único vehículo autorizado -un carrindango de aspecto precario- que llevará el equipaje apilado en el techo, y cuyo conductor nos pedirá sostener las mochilas bien aseguradas bajo las piernas, por si “salta demais”. Olvídese usted, viajero independiente, de su remota idea de alquilar un buggy y encarar el paseo con los cabellos al viento. No será posible.
El trayecto hasta el pueblo será atravesando primero algunos matorrales y arbustos de color verde oscuro por senderos indescifrables de arena rojiza. En la jardineira, los pasajeros vamos sentados atrás, bajo un techo sin ventanas, por lo que usted, viajero precavido, vaya pensando en las medidas a tomar para el tema de la arena en los ojos.
El aire caliente bajo el sol implacable del norte de Brasil y el ruido del motor copan la escena, hasta que el paisaje se abre en un desierto blanco que parece interminable, donde la visual sólo abarca elevaciones de una arena que encandila y el cielo azul sin nubes del sertão.
Con los pies en la arena
Llegar es una promesa cumplida. Jericoacoara -que significa “lagarto al sol” y remite a una silueta que solamente se ve desde el mar, de oeste a este- es un caserío de techos bajos, palmeras, rosas chinas y buganvilias de colores, clavado en la arena que hechiza desde el primer avistaje. No tiene calles, ni veredas. No circulan autos. La suerte -o el factor que sea que haya intervenido- nos arrojó a una posada cuyo “patio” es la mismísima playa.
Desayunaremos entonces con los pies en la arena y la vista clavada en el mar, de modo que el tiempo hasta el primer chapuzón transcurra de una forma muy amable, bajo la sombra de los coqueiros y rodeados de la abundancia de las frutas tropicales, los jugos naturales, las tapiocas de leche condensada y los platos de herencia indígena, portuguesa y esclava que reinan por estas latitudes. Usted, viajero, tenga en cuenta este detalle cuando piense en su alojamiento. Agreste sí, pero Jericoacoara no repara en lujos.
No en los de esta naturaleza, al menos. A la hora del equipaje, no cargue peso inútil: su par de ojotas favorito será el calzado universal para circular por este pueblo de playa sin límites.
El clima tropical semi árido promete días de sol y ausencia de lluvias. El viento impone los de portes anfitriones de Jeri: kitesurf, windsurf y surf, que se practican en el mar, en los ríos y en las lagunas. Los menos aventureros, se limitan al programa de baños de sol y mar.
Permítame una sugerencia, viajero: madrugue. Las mañanas son largas -al revés de las tardes- y bien vale la pena una caminata por la costa y un primer chapuzón a las seis de la mañana, con las playas desiertas, antes de tomar las excursiones, las clases de deportes de agua y viento o inclusive, antes del tomar el desayuno.
Por la tarde, proliferan los picaditos de fútbol improvisados; trailers que ofrecen tablas y clases de surf; los vendedores ambulantes -que ofrecen desde pareos y aros de caracoles hasta versiones de pastafrola de goiabada- y los cuerpos esculturales que practican capoeira con esa destreza asombrosa que pareciera que sólo tienen los mulatos. Los pescadores dueños de la historia de este lugar, no desaparecieron: conviven con las propuestas modernas y acomodan sus barcas y sus redes junto a los puestitos de artesanos sub 25 que ofrecen tuqueras y anillos de piedras regionales.
Hacia las cinco de la tarde, comienza a dibujarse la postal típica del lugar: desde todos los puntos surgen caminantes que se dirigen en silencio hacia la cima de la Duna do Por do Sol -a su izquierda, si se encuentra mirando el mar-, para contemplar el crepúsculo. Desde allí arriba, sentados o recostados, con las cámaras de fotos y los celulares preparados para registrar el espectáculo, se asiste a la mejor vista de la puesta de sol. El fin del día está marcado por el descenso de la duna, caminando o haciendo sky bunda (o culopatín), con el último chapuzón de la tarde.
Todo vuelve a comenzar
Cuando los instructores de surf cargan sus bártulos y desaparecen, desde la playa y hasta el centro de la aldea comienzan a extenderse las barracas callejeras o barras ambulantes que aparecen cuando el sol se esconde, y ofrecen tragos, bebidas y helados a precios módicos. Vale el regateo, sobre todo porque la noche es larga y el consumo es abundante. Salen caipirinhas preparadas ao vivo en vaso de plástico por algo de siete reales, aunque con sonrisas y promesas de otras vueltas, se pueden conseguir por menos. Siete reales, amigos, cosa de no tener que andar reparando en gastos.
Las calles de arena de Jeri están siempre animadas y repletas de gente caminando, sentada en las plazas comiendo bocados callejeros o comprando artesanías. Todos los locales comerciales abren de noche, el mejor momento para el shopping, como en todo pueblo de playa que se precie de tal. Se encontrará usted, viajero amigo del diálogo, con compatriotas argentinos que reconocerán su acento y le contarán su historia -que en muchos casos se repite- de unas vacaciones que nunca terminaron porque se enamoraron del lugar.
Los bares y restaurantes promueven shows en vivo con carteles en sus veredas, pero la verdad verdadera seguramente se comentó más temprano en la playa. Hay que estar atentos, porque antes del atardecer comienzan a circular las versiones de los mejores lugares para bailar danzas típicas y escuchar los mejores grupos sambistas. Por lo general, la entrada no supera los R$ 10 y adentro hay barras con cervezas y gaseosas por no más de R$ 5.
Siempre en Buggy
Lideran el ranking las visitas a las lagoas Azul y do Paraíso, para almorzar comida típica, relajarse en las hamacas tendidas sobre el agua cálida o practicar kitesurf. Otro periplo de postal es el de la Pedra Furada –piedra agujereada-, un arco en las rocas formado por la erosión del mar y del viento, por donde pasa la luz del sol durante algunos días de junio.
El reino de Bin Lata
La primera vez que lo vi, estaba sentado entre los pescadores que jugaban a las cartas en el muelle de la ciudad de Fortaleza. Llevaba una corona gris plata de rey, totalmente hecha de latas de gaseosa. Despotricaba en un portugués comprensible, negándose rotundamente a posar para las fotos, mientras con una habilidad asombrosa y sin dejar de hablar, formaba un cenicero con los restos de una lata de cerveza con la chapita que se usa para abrirla como única herramienta.
Días después, en la topísima posada Chili Beach de Jericoacoara, reconocí en las lámparas plateadas de la galería donde cenamos el sello inconfundible de los diseños Olavo Torquato, alias Bin Lata. Esferas enormes de diversos tamaños que, a simple vista, cualquiera hubiera adivinado que fueron compradas en una galería de arte de alguna capital del mundo, provenían ni más ni menos que del hombre que recorre las playas de Ceará convirtiendo materiales reciclables en obras de arte y diseño.
Lo llamaron también Rei da Lata y Gladiador, quizás por sus atuendos siempre confeccionados a partir de desechos metálicos. Circula con un turbante de reminiscencias talibán y su inconfundible vestimenta de hojalata. Camina las playas visitando restaurantes y puntos turísticos, y su modus operandi consiste en elaborar sus piezas parado frente a su potencial cliente, bautizándolas con nombre y contando su historia de trotamundos, artista y rebelde, que fue descubriendo la belleza que otros desechos le aportan a sus creaciones.
Todas las tarifas
Paquete Fortaleza / Jericoacoara
2 noches de alojamiento en Fortaleza. Hotel Oasis Atlántico Imperial*** con desayuno (combinadas a la ida y regreso de Jericoacoara)
Traslados regulares aeropuerto/hotel/aeropuerto
5 noches en Jericoacoara. Pousada Blue Jeri (categoría turista) con desayuno
Traslados regulares hotel/Jericoacoara/hotel
Pasaje aéreo con Gol. Vuelo directo Buenos Aires – Fortaleza, salida los sábados
Precio por pasajero en base doble U$S 842 + U$S 260 de impuestos. Percepción AFIP por servicios terrestres U$S 143.
El mismo paquete con el hotel Magna Praia**** y la pousada My Blue (turista superior), ambos con desayuno: U$S 1.023 + U$S 272 de impuestos. Percepción AFIP por servicios terrestres U$S 193.
Vigencia de los precios: baja temporada desde el 06/04 al 30/06/2015.
Otros precios
Vuelo directo Buenos Aires – Fortaleza con Gol desde $ 4.118 precio final.
Jardineira Jijoca – Jericoacoara por cuenta propia (los paquetes incluyen el traslado) R$ 100.
Pousada Isabel R$ 140 habitación doble con desayuno.
Pousada Galoo R$ 180 en temporada baja a 350 en temporada alta, en habitación doble con desayuno.
Excursión: Paseo en buggy hasta las lagoas Azul y do Paraíso, a 30 minutos de Jeri. Duración 6 horas, para hasta 4 pasajeros: U$S 263 + U$S 84 de impuestos y percepción AFIP.
Alquiler tabla de surf: R$ 30 por hora.
Clase de surf: R$ 80 por hora.
Más información:
Sector de Turismo de la Embajada del Brasil
Horario de atención: Lunes a Viernes, de 9.30 a 12.30 y de 14.30 a 16.30. Tel.: 11 4515 2422
turismo.buenosaires@itamaraty.gov.br
http://buenosaires.itamaraty.gov.br
www.visitbrasil.com