"Esas motos que van a mil, sólo el viento te harán sentir".
Mientras los eventos más significativos de nuestros pibes en su último año del secundario se limitan a la presentación de las camperas o los preparativos para la fiesta de promoción, los últimos meses de 2013 encontrarán a los estudiantes secundarios de Brasil, Ecuador, Chile, Uruguay o Cuba estudiando para su examen de egreso.
Mientras muchos de los educadores latinoamericanos están priorizando contenidos y discutiendo acerca del conocimiento significativo a desarrollar, nuestros debates giran en torno a protocolos, o a la crítica al sistema de evaluación Pisa.
Más allá de que no es la crítica al termómetro la manera de bajar la fiebre en un niño, este tipo de discusiones nos aleja de lo que da sentido a la relación pedagógica: el vínculo con el conocimiento humano.
El conocimiento, capital estratégico del siglo XXI ha perdido protagonismo en la agenda escolar argentina. Por eso, no es extraño ver que, según las pruebas internacionales mencionadas, más de la mitad de nuestros estudiantes del secundario (53,6%), no entienden lo que leen según los requerimientos actuales.
Estos datos son relevantes porque nos permiten advertir que hay un derecho a la comprensión del mundo que muchos de nuestros pibes no están ejerciendo.
En el mar de cifras contundentes que expresan nuestra crisis, hay que reconocer la inversión educativa durante la última década. Sin embargo, esa realidad convive con dos datos irrefutables: por primera vez en la historia de nuestra educación, Argentina tiene estándares de calidad más bajos que la mayoría de sus países limítrofes y, al mismo tiempo, ha disminuido la cantidad de estudiantes en sus escuelas públicas.
Me gustan y he disfrutado de los rituales de nuestras escuelas secundarias: las camperas, las fiestas y los viajes de promoción, pero me da pena comprobar que chicos inteligentes y hermosos pasen por una adolescencia gris.
Sólo conocerán el sabor de la intensidad (ésa que se disfruta cuando algo cuesta esfuerzo y genera pasión) los que han vivido actividades deportivas fuertes. De esa manera, muchas mentes y cuerpos capaces de alimentarse con grandes conceptos, formas, ideas, belleza, se limitan a lo simple y lo divertido.
Como lo repiten algunos historiadores, numerosas cosas que nos pasan son construcciones humanas más que leyes naturales.
Lo que me provoca tristeza no son tanto los Messi o los Bergoglio en humanidades, ciencias, artes o empresas que desaprovechamos como sociedad, sino los momentos intensos, la posibilidad de conocimiento de sí mismos y de emocionarse, que se están perdiendo estos jóvenes. Porque el trabajo y el estudio pueden despertar pasión y eso no es propio de los "nerd"; es propio de la belleza de la condición humana.
Los adultos debemos demostrar que esa intensidad buscada puede encontrarse cuando se descubre la maravilla de este mundo a través del conocimiento humano. Pero ese descubrimiento se hace a partir de esfuerzos y de rituales específicos. Levantarse temprano, sentarse a leer y a debatir, pueden generar la llave para engancharse con un cálculo hasta que se resuelva, para emocionarse con una metáfora, para asombrarse con los grandes acontecimientos humanos o con las maravillas de la cultura y de la naturaleza.
Límites, exigencia, esfuerzo (tanto de los que enseñan como de los que aprenden) son peldaños previos a ciertas pasiones. La intensidad es como una rayuela en la que para llegar a lo alto, es necesario saltar otros casilleros.
Nuestros pibes tienen derecho a esa energía natural de la condición humana. Sin esfuerzo y sin exigencia, los condenamos a una nadería que se manifiesta tanto en las cifras elevadas de fracaso escolar, como en las de las problemáticas de jóvenes por accidentes de tránsito, delitos o adicciones que a veces encubren una búsqueda y un vacío. Es que el placer efímero de zafar, no puede remplazar al entusiasmo y a la satisfacción honda de lograr.
Yo sé que hablar de exigencia y esfuerzo tiene poca rentabilidad política. Por eso, no quieran espantar votos jóvenes destinados a mis amigos con mis expresiones de deseo. Digo estas cosas a título personal. Estoy pensando en la próxima generación, no en la próxima elección.
Como profe de literatura trato de mostrar a los estudiantes que esas páginas de las grandes obras maestras, que tanto nos cuestan, pueden ser las que más goce nos deparen. "El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante", hubiera dicho un principito. Es que la educación sirve para algo más concreto que una sociedad mejor o que el futuro declamado por los discursos políticamente correctos. Cito a un gran maestro, para decir que al educarnos ejercemos también el derecho a disfrutar del "festín de la vida".
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de diario Los Andes.