El déficit producto del gasto público excesivo obliga a financiarlo con mayores impuestos, emisión monetaria, con deuda externa, o con una combinación de los tres. Esta es una historia que se repite cíclicamente en nuestro país pero que nadie quiere asumir. O peor, la sociedad le demanda cada vez más cosas al Estado, pero no está dispuesta a financiarlo.
El crecimiento del gasto público ha sido incesante y el porcentaje del gasto sobre el PBI ha crecido de forma exponencial, hasta llegar al récord actual cercano al 40%, tomando la totalidad de las jurisdicciones. Pero lo llamativo de los últimos años fue la forma en que creció el gasto en provincias y municipios. Fruto del Pacto Fiscal, y de la devolución del porcentaje que Cristina Fernández les retenía en forma arbitraria, hoy la mayoría de las provincias mantiene superávit a pesar de haber aumentado el gasto, y los municipios están tranquilos, a pesar de haber seguido sumando empleos políticos.
La Argentina equivocó su camino. El gasto crece en términos improductivos y eso se aprecia en la insatisfacción de los ciudadanos con la calidad de los servicios que debe prestar. A pesar de que estos servicios están a cargos de provincias y municipios, la calidad de ellos sigue siendo muy deficiente y no se corresponde con los niveles impositivos.
Los políticos argumentan que el gasto es inflexible a la baja pero hemos llegado a un estado de situación en la cual el volumen del gasto es tan grande que no importa si hay superávit o cómo se financia. Lo grave es el tamaño por lo que si se financia con impuestos, con deuda o con inflación el daño es exactamente igual.
Una receta tradicional decía que no se podía ajustar el gasto en tiempos de recesión pero acabamos de ver que la solución fue ajustar por enésima vez al sector privado, que es el único que puede reactivar la economía. Las recetas populistas, tan defendidas por tantos, han vuelto a fracasar.
La situación actual de la Argentina es muy delicada y demasiado seria como para que los candidatos vayan recorriendo el país prometiendo cosas que implica aumentar el gasto mucho más, al cual dicen financiar con más impuestos a sectores económicos o nuevos gravámenes sobre el patrimonio de las personas (no se sabe a qué nivel de riqueza apuntarán).
Y en medio de todo esto, donde falta plata y sobran ganas de seguir aumentando el gasto, nadie le pone un toque de racionalidad. Los ciudadanos deben saber que el país está en una profunda crisis, que no podrá pagar sus deudas el año próximo y está en condiciones de default, nuevamente, lo que no es ningún pergamino como para sentirse orgulloso. Además, la economía está paralizada y los ahorristas desorientados por falta de definiciones serias.
No hay más opción que comenzar a bajar el gasto del Estado y disminuir su peso sobre la economía y la sociedad. Existen muchos bolsones de ineficiencia sobre los cuales trabajar para hacerlo y no muchos márgenes para seguir aumentando impuestos. Quizás habría que comenzar con los costos de la política. Los gastos del Congreso de la Nación, las Legislaturas provinciales y los Consejos deliberantes deberían ser revisados seriamente. Si bien estamos en un país federal, todas las provincias han aumentado gastos de forma irresponsable y después pretenden cargarle a la Nación sus responsabilidades.
En suma, son tiempos difíciles que requieren de dirigentes responsables, pero también una ciudadanía que exija en fin de las dádivas oficiales y no seguir pidiendo que las aumenten en su propio beneficio. Si no hay un cambio profundo en las conciencias tendremos problemas serios que, por supuesto, serán pagados por los más débiles. Aumentando los niveles de pobreza indigencia. Algo totalmente inmoral.
