Reservorio del origen

Parque Nacional el Palmar cuenta como principales estrellas a las palmeras yatay. Los animales y el río Uruguay, también protagonistas.

Reservorio del origen

Cuando el sol comienza a bailar con el oriente de Entre Ríos, lo que en la noche fueran siluetas extravagantes, presencias enigmáticas de un cielo estrellado y prometedor, se convierten en elementos palpables, deseos hechos realidad, elixir vegetal constante y sonante. Son miles, y miles, y más miles de palmeras yatay, erguidas y peluconas, las que dan los buenos días.Ver una ya es un regalo. Ver tantísimas, hasta 20 los metros de altura que cargan, un delirio. Todas juntas conforman la esencia del Parque Nacional El Palmar. Rincón insólito, de 8.500 hectáreas repletas de estas plantas emblemáticas, seducción mesopotámica en fauna copiosa, y perfumes del Río Uruguay. Otro “as” que el Litoral resguarda en su verde e interminable manga.

Estacionado en el centro-este de la provincia, el espacio protegido respira como lo que es: un pulmón de dos millones de años de vida, de cuando comenzaron a brotar las lungas figuras, en un entorno de vertientes, montes y pajonales que aún sirven de laderos. Igual que el embrollo de animales, muchos traídos desde Europa, hoy inquilinos vitalicios del lugar.

Por ejemplo el jabalí y, fundamentalmente, el ónix. Ciervo hermoso, de pintitas blancas en los muslos que, al descubrir al forastero madrugador, sale disparando, las orejas para atrás, los saltos surrealistas sobre el pastizal ¿Quién se hubiera imaginado semejante aparición? Si ni siquiera venía en el folleto. Es el parque añadiéndole intérpretes a su puesta en escena, como si le hiciera falta, como si la mágica postal de infinidad de cocoteros sin cocos no fueran suficientes.

Por los senderos

Al paseo conviene realizarlo en auto particular y si no se cuenta con uno, en taxi o remise (la localidad más cercana para contratar es Ubajay, distante a 7 kilómetros). El consejo obedece a las grandes distancias a recorrer para visitar los principales puntos de interés. En ese sentido, basta con decir que desde la entrada (al costado de la Ruta Nacional 14), hasta el extremo que marca el Río Uruguay, hay 12 kilómetros de extensión, los cuales se sortean a través de un camino de tierra.

A mitad del trayecto, del polvo y la sensación salvaje, del nunca acabar de palmeras, de la mirada atenta de un carpincho grandote y sus hijitos, empiezan los desvíos hacia los senderos. En total son seis. Cada uno muestra un sector distinto, aunque en todos se repite la misma virtud: bosque de yatay (cada vez parecen más altas) y abundancia de espinillo, mataojo, clavel, tala, guayabo colorado, molle, verbenas y margaritas. Incluso de ñandubay y mburucuyá, especies arbóreas cuyo nombre remite a al paso de los indios guaraníes por estas latitudes (posterior su presencia a la de los charrúas).

Algunos senderos llevan al agua, como los de La Glorieta, El Palmar y El Mollar. Los dos primeros conectan con el Arroyo El Palmar, y el tercero con el Arroyo Los Loros. Entonces, nuevas sensaciones invaden la reflexión del viajero. Un enamorado de los sortilegios entrerrianos, que va loco pateando picadas y barrancos, siguiendo las huellas de una vizcacha, del osito lavador (el de los antifaces) de la exótica tortuga pintada. La arena se llena de sombras verdes y del canto de cuanta ave (se calcula que existen 250 especies). Algunas de ellas son el pato, la garcita, el carpintero, el pirincho, el ipacaá (otra vez los guaraníes), la preciosa urraca, su pico y plumaje azul-celeste, sus ojos amarillos e hipnóticos.

Selva ribereña y ruinas jesuiticas

Al final del camino, en las adyacencias del río, surge el Área de Servicios, compuesta por un camping organizado, sanitarios, zona de picnic, restaurante, proveeduría, seccional de guardaparques, centro de visitantes (se pueden realizar excursiones a caballo, bicicleta y canoa) y un pequeño museo. Este último estimula a continuar por la selva ribereña y explorar las ruinas de la Calera del Palmar.

Se trata de un sitio histórico que exhibe los despojos de uno de los primeros asentamientos jesuiticos de la región; emprendimiento donde desde mediados del siglo XVII y por cerca de 100 años más, convivieran religiosos españoles y guaraníes, produciendo cueros en un punto estratégico del continente. Hoy, lo poco que hay para contemplar transporta a esas épocas distantes, mientras el agua convoca.

Hacia allá habrá que ir entonces, y saludar al antiguo muelle, a la playa ancha y la correntada generosa. Al frente descansa la República Oriental del Uruguay, sabia y bella. A las espaldas, un oasis de palmeras que no para de despertar admiración.

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