Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Todavía suenan los ecos de un 25 de mayo que pasó sin mucho fervor y es posible, aún, hablar del tema. Todavía estamos en territorio de celebración del Cruce de los Andes al cumplirse 200 años. Es posible, entonces, retroceder en el tiempo y rescatar a aquellos que hicieron posible la hazaña.
La Mendoza de 1814, cuando San Martín llegó a proponer su epopeya era una aldea de apenas treinta manzanas, con casas bajas de adobe y obviamente, calles de polvo y tierra. De costumbres mansas, siestas dormidas con intensidad en el verano, algunas formas simples de divertirse en conjunto y una especie de amistad colectiva que los llevó a conocerse a todos.
Sin embargo Pepe Pancho (José Francisco) contó con la ayuda de ese pueblo para hacer lo imposible: un ejército libertador. A la gloria, al bronce pasaron aquellos notables que comandaron las acciones militares o políticas de la empresa. Pero la gente del pueblo simple apenas si tiene un rescoldo de memoria. Y sin embargo, sin la ayuda de ellos, el propósito enorme del libertador no hubiese sido.
Gente simple de pueblo que puso todo lo que tenía o lo que sabía para que la intención se hiciera realidad. Recordemos al tropero Sosa que hizo la hazaña de ir y volver a Buenos Aires a traer material para el ejército en la mitad del tiempo de lo que habitualmente tardaban.
Recordemos al Molinero Tejera que transformó su molino para abatanar las telas de los uniformes, es decir hacerlas impermeables. Mulato y loco de buena locura, inventor de cosas tan increíbles como una alas que fabricó con tiento, lienzo y madera y con las que se tiró del edificio más alto de la zona para intentar emular a los pájaros.
Recordemos a la India Magdalena, pehuenche de La Consulta, que intentó teñir de azul los uniformes de los soldados y a Fray Inalicán que sirvió de traductor en aquel célebre parlamento del General con Ñacuñán y los Pehuenches en San Carlos, como parte de la Guerra de Zapa que el General manejaba con la misma destreza que lo hacía en la guerra real.
Recordemos a Pedro Vargas, que en un pacto secreto con San Martín, se hizo pasar por español, para recibir y dar información, que viajaba hacia el otro lado de la cordillera y que se ganó el escarnio de la población hasta que el General contó los detalles de aquel acuerdo.
Recordemos a Andrés Vargas, melómano por excelencia, que juntó entre sus esclavos a morenos a 16 habilidosos con la música, los llevó a Buenos Aires, los instruyó en el idioma castellano y el de las partituras y terminó regalándole una banda morena al ejército próximo a partir.
Recordemos a las Patricias Mendocinas, las que hicieron la bandera, dicen que con el diseño del propio San Martín, las que cosieron y bordaron ese paño celeste y blanco que iba a buscar desde el aire los aires de la independencia, pero también a las “Peladas de la corrupción”, mujeres presas y peladas por cuestiones sanitarias que cosieron, hilaron, confeccionaron, uniformes y talegas, mochilas, carpas, mantas y otros enceres.
Son algunos nombres que ahora se nos caen dentro del charquito de la memoria, hay muchos, pero muchos más, pero a la hora del reconocimiento vale el rescate de este puñado para enaltecer la tarea que se hizo cargo el pueblo de Mendoza en una gesta que iba a trascender al mundo entero.
Nuestra memoria está desmemoriada. Muchos de ellos tienen nombres de calles pero nadie sabe quienes fueron y qué hicieron. Algún día deberemos levantarnos en homenaje para que al menos resuenen otra vez sus nombres, para que sepan los que viene quienes fueron los de los orígenes, para que podamos, simplemente, completar la patria.