Muchos de los últimos movimientos de masas en el mundo han sido protagonizados mayoritariamente por miembros de la clase media. Protestas contra el cambio climático, contra el aumento del costo de vida, luchas feministas. . .
Todos tienen en común que los reclamos se dirigen hacia el Estado como responsable final de los problemas y, paradójicamente, un rechazo a los políticos y los partidos.
También se caracterizan por su capacidad de incorporar a otros sectores tradicionalmente marginados como las mujeres y los indígenas.
Este nuevo protagonismo de la clase media va aparejado a la disminución de la importancia de la clase obrera, tanto en términos absolutos como relativos. Los procesos económicos que trajo el aumento de la globalización, el traslado de la fuerza de trabajo industrial a países otrora periféricos, el crecimiento exponencial del consumo, el aumento de los ingresos de amplias capas de la población, tuvieron como resultado la aparición en escena de una clase media de nuevo cuño que nos lleva a replantear su propia definición.
Se la puede definir por ingresos o por tipo de ocupación, dependiendo de la teoría política que utilicemos. Para definirla por ingresos hay un componente arbitrario: son los que están por encima de la línea de la pobreza pero por debajo de una cierta cantidad que se conviene, es decir, los que están en los deciles intermedios. Si la definimos por ocupación o por posición en el aparato productivo, capas medias o pequeña burguesía son los que realizan trabajo no manual o intelectual.
Pero sea cual fuera la definición que utilicemos siempre hay un componente simbólico que la caracteriza. Más allá del ingreso, la clase media es también una sensación, un prestigio, un horizonte; romantizada por el liberalismo que veía en su propia aparición y crecimiento la confirmación de las bondades del modelo. Fue menospreciada por la izquierda que la consideraba una traba para los procesos revolucionarios, al punto que el término pequeño burgués se transformó en un insulto.
Pero la actual masificación de la clase media arrasó con su orgullo de membresía. Ahora todos somos clase media. Esta democratización aparente se acompaña con una brutal concentración de la riqueza y del poder.
Esta nueva clase media no goza de prestigio, sus trabajos están precarizados, siente que su capacidad de decidir sobre su destino es mínima; los requerimientos que la sociedad de consumo pone sobre sus hombros supera sus posibilidades. En las grandes urbes, que es adonde se concentra, vive lejos de su trabajo; el transporte público es malo y caro. Una parte importante de su vida transcurre en un subte o bus. Los ricos de ahora han abandonado las ciudades y viven en barrios alejados y cerrados. Las ciudades se han deteriorado y los espacios públicos están en decadencia. Las recurrentes crisis económicas impactan profundamente en sus estrategias de vida.
Pero esta nueva clase media, además, está mucho más educada que antes y muchísimo más informada que nunca. Empieza a cuestionar el modelo mismo que. a pesar de mejorar sus ingresos, no mejoró su calidad de vida ni le otorgó poder de participación.
Reclamos ambientales, feministas, animalistas, anticonsumistas, de salud pública, se mezclan con reivindicaciones indígenas, del colectivo LGBT, democratizadores, antiburocráticos y antipolíticos, a la vez que pierden vigencia otros como lucha de clases y nacionalismo.
Estas enormes manifestaciones deberían llevarnos a repensar las categorías y las consignas con las que nos hemos movido durante el siglo XX. Tal vez sea eso lo que están reclamando: un nuevo paradigma teórico que nos permita pensar un nuevo modelo de sociedad.