La noticia nos sorprendió bien temprano y en día feriado. Cada cual tendrá sus razones para la sorpresa o no.
Trataré de expresar, lo más fielmente que pueda, mis sentimientos.
Por lo que pasaré a explicar, a mí me sorprendió gratamente la novedad.
No, ciertamente, porque renuncie y se vaya, sino por lo que esa renuncia contiene y significa.
Me gratifica, porque Benedicto es un hombre de carne y hueso como cualquiera de los mortales y, como tal, envejece, enferma y tiene derecho a cansarse de la pesada tarea asumida.
Me gratifica, porque no es un semidios -como algunos lo consideran- sino un mortal con virtudes y defectos como los que todos acarreamos. Y, si bien su misión es acompañada por la promesa de asistencia de Jesús, de modo alguno es impecable e infalible.
Me gratifica, porque no hay ningún derecho a que a una persona entrada en años y que siempre estuvo cargada de responsabilidades importantes no se le dé el respiro y la recompensa de una ancianidad serena. Bien conocemos el calvario que le hicieron pasar a Juan Pablo II y su insistente ruego: "Déjenme partir".
Me gratifica, porque siendo Benedicto el obispo de Roma con responsabilidades sobre toda la Iglesia, pueda caberle lo dispuesto para todos los obispos y sacerdotes del mundo: a los setenta y cinco años deben presentar su renuncia, porque se entiende que, normalmente, a dicha edad la persona ya ha dado lo mejor de sí.
Me gratifica, porque este gesto del Papa Ratzinger puede abrir -y así lo deseo- un nuevo rumbo hacia adentro y hacia fuera de la comunidad católica.
"Mis fuerzas ya no me acompañan"
Entiendo que esta breve frase es el grávido símbolo de la renuncia de Benedicto XVI.
No sólo porque están decayendo sus fuerzas físicas, sino también -y sobre todo- porque la abrumadora cantidad de problemas por los que la Iglesia Católica está pasando le están quitando las fuerzas psicológicas y espirituales necesarias para enfrentarlos.
Piénsese en la pedofilia practicada por sacerdotes y religiosos, el Vatileaks, la corrupción existente con los dineros del Vaticano, la lucha de camarillas y de poderes en la curia romana, la rápida y creciente descristianización del otrora occidente cristiano, la poca incidencia que tienen las palabras y los gestos de la Iglesia Católica en nuestra sociedad, etc.
Es de desear que este valiente y profético gesto del Papa sea correctamente recibido y comprendido por toda la feligresía católica, comenzando por los que mayores responsabilidades tienen en ella.
Desde los albores del Concilio Vaticano II se pidió una total y profunda "reforma" de la curia vaticana, el organismo que secunda al Papa en su tarea del cuidado de la entera comunidad católica. Fue esa curia -dicho sea de paso, 'curia' es un nombre militar tomado del imperio romano- la que enfrentó duramente a Juan XXIII cuando convocó al Concilio, la que puso palos en la rueda a Juan XXIII, a Pablo VI y a Juan Pablo I.
Fue esa curia la que Juan Pablo II, con su sagacidad, supo esquivar inteligentemente. Esa curia que, ahora, acaba de dar el último empujón para la renuncia de Benedicto.
¿Cuál era la comunidad que deseaba Jesús?
Lo indica claramente con estas palabras: "Ustedes tienen un solo Padre, que está en los cielos (en todo el universo) un solo Maestro, el Cristo; y todos ustedes son hermanos". Entonces: un Padre, un Maestro y una comunidad de hermanos.
Entre los 'hermanos' no deben, ni pueden, existir jerarquías, títulos aristocráticos y honoríficos, quien sea mayor y quien menor, no debe haber 'carreras y luchas por el poder', no deben haber 'dignidades' e indignos.
Fue claro, Jesús, al decir que "esas cosas" quedaban para las autoridades de este mundo que sojuzgan y esclavizan a los habitantes.
Y, ¿qué decir de Estado del Vaticano y del Papa como jefe de Estado? Seguramente es lo que a Jesús, ni por asomo, se le ocurrió que debería ser.
Lo mismo sea dicho de los Nuncios, embajadores del Jefe de Estado del Vaticano ante los Estados políticos. Y lo mismo sea dicho de toda la 'diplomacia vaticana' que, en la mayoría de sus intervenciones, no lleva el sello del evangelio de Jesús.
¿Qué puede suceder después de esta renuncia?
Creo que tres son los escenarios:
* Que quien sea elegido como sucesor de Benedicto se mantenga en la misma línea de conducta, de pensamiento y de disciplina que Ratzinger.
* Que se profundice la marcha atrás dada después del Concilio Vaticano II.
* Que, como lo deseó Juan XXIII, se vuelvan a abrir las puertas y las ventanas de la Iglesia para una necesaria reforma interna y para llevar más simplemente, y más encarnadamente, la vida y la palabra de Jesús a una sociedad sedienta de diálogo sincero y de construir caminos para otro mundo posible y, por eso mismo, necesario.
Obviamente me agradaría que ocurriese la tercera posibilidad, a la que desde mi ordenación presbiteral adherí de corazón y con la que me comprometí todos estos años.
Desde ya comprometo mi humilde y pobre Oración, y sugiero la Oración de todos los creyentes, para que los cardenales electores se dejen penetrar por el Espíritu de Dios a fin de que elijan al mejor hermano entre ellos para transitar el camino que Dios está indicándonos con los gozos y las esperanzas, con las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.