Quiero aprovechar esta columna para hablar sobre un tema no menor y bastante controversial. Me refiero a la renovación y alternancia dirigencial en las entidades vitivinícolas.
Sin desmerecer la experiencia adquirida y el aporte que esto implica en momentos decisorios, hoy la vitivinicultura necesita dirigentes con espíritu innovador y emprendedor, propio de las nuevas generaciones.
La vitivinicultura no transita por su mejor momento. Mucho ya se ha dicho sobre la crisis del sector, crisis que depende de varios factores. Algunos vinculados al contexto internacional, como son la caída del consumo mundial de vinos y las cosechas abundantes, que han presionado sobre el precio y sobre nuestro mercado interno. A lo que se suman variables macroeconómicas nacionales que deben mejorar con el tiempo.
Pero hay otros, característicos del sector en nuestro país, como por ejemplo, la concentración comercial que genera una inicua distribución de los recursos, en desmedro del pequeño y mediano productor.
Para ilustrarlo con un ejemplo, el productor recibe $ 2 por litro de vino, la bodega menos de $ 6 por la venta al supermercado y sin embargo, en la góndola se vende a $ 14, más del doble. Esto fue expresamente señalado por el Gobernador de la Provincia ante todo el sector vitivinícola en el último desayuno de la Coviar.
El escenario actual exige a los dirigentes de las entidades creatividad y voluntad de diálogo para que, junto con el Estado, diseñen alternativas de solución viables y sostenibles para los problemas de competitividad.
Ambas perspectivas, la del Estado y la del sector privado, son fundamentales para proponer estrategias y soluciones. Los empresarios tienen el conocimiento y muchas veces la información específica pero el Estado tiene la visión integral necesaria para velar por los intereses de todos los actores, especialmente de los más débiles.
Tengo la suerte de ser parte de ambos sectores. Provengo de una familia vitivinícola y siempre me he involucrado con la vitivinicultura. También desde hace unos años he tenido la oportunidad y el enorme agrado de conocer otras aristas de esta industria, desde mi rol de subsecretario.
La responsabilidad que esto conlleva me ha permitido tener una mirada más amplia de la vitivinicultura, mirada que es muy difícil conseguir cuando se está solamente en el sector privado.
Por esto, defiendo y adhiero al trabajo conjunto entre el Estado y las entidades, por la riqueza que genera. Evidencia de mi postura son las numerosas mesas vitivinícolas y el diálogo permanente que tenemos con los actores que componen la cadena productiva.
Necesitamos una dirigencia vitivinícola dispuesta a sentarse a discutir la revisión del Plan Estratégico Argentina Vitivinícola 2020.
La vitivinicultura argentina tiene la ventaja y el potencial de contar con una planificación pionera desde hace más de 12 años y es en esta visión estratégica sobre la que tenemos que trabajar.
Cuando el sector se sentó a discutir el futuro de la vitivinicultura, el 2015 era el largo plazo, el futuro. Hoy es el presente y este escenario actual nos obliga a replantearnos esos objetivos definidos hace tantos años.
Un instrumento de planificación debe ser flexible y estar en función de la realidad que pretende transformar.
Están cambiando los hábitos de consumo de vino (principalmente en las generaciones jóvenes), están surgiendo nuevos países productores como China, la tecnología ha revolucionado las técnicas de producción, así como también las estrategias de comercialización y el packaging, sólo por mencionar algunos cambios sustantivos a tener en cuenta.
El año pasado, durante el 37º Congreso Mundial de la Viña y el Vino, el director general de la Organización Internacional del Vino advirtió sobre el surgimiento de nuevos países productores como China, Nueva Zelanda, Sudáfrica y sobre nuevos polos de consumo en países emergentes, fuera de la Unión Europea.
También habló de la ampliación mundial del mercado de vinos espumosos, mercado que solo en los últimos 10 años ha incrementado su consumo 30%.
Existen empresas que ya han vislumbrado estas nuevas tendencias y gracias a sus estructuras, lograron adaptarse. Han reconvertido, han incorporado tecnología, se han desarrollado comercialmente en función de los nuevos mercados internacionales.
Pero es responsabilidad de los conductores, tanto de las entidades privadas como del mismo Estado, transmitir estos conceptos y orientar los recursos necesarios para que el resto de las empresas puedan seguir el mismo proceso. Todo enmarcado en una estrategia global.
Debemos conservar tradiciones que hacen a nuestra identidad vitivinícola, pero como toda actividad también estamos insertos en un contexto económico y cultural cambiante y la sustentabilidad y rentabilidad del negocio dependen en gran medida de la capacidad que tengamos de innovar y adaptarnos a estos cambios.
Cambios en la demanda, crisis hídrica, concentración en la cadena, mejoras en la tecnología de producción, dificultades en la integración de los pequeños productores.
No estamos hablando de una coyuntura adversa o de una crisis temporaria, son todos problemas estructurales que condicionan el futuro de la actividad y que nos obligan a sentarnos, Estado y sector privado, a discutir y proponer soluciones. Sin mezquindades, sin intereses personales pero sobre todo sin miedo a los cambios, más aun cuando son tan necesarios.
El Estado tiene que seguir aportando recursos para acompañar el desarrollo de la vitivinicultura, pero debe hacerlo en el marco de una estrategia definida en conjunto con el sector.
Las nuevas oportunidades y potencialidades del contexto demandan una conducción flexible, creativa, que oriente y acompañe a que la industria en su conjunto avance en las transformaciones productivas, industriales y comerciales que aseguren su competitividad.