"La idea parece delirante", admite el capitán Nick Sloane, "pero si lo miramos de cerca, no es algo tan loco". Para proveer de agua a Ciudad del Cabo, víctima de una sequía histórica, ¿por qué no ir a buscar icebergs a la Antártida?
Nick Sloane tiene experiencia en participar en proyectos fuera de lo común. Este sudafricano-zambiano de 56 años, fundador de la empresa Sloane Mearine Ltd, se dio a conocer al sacar a flote el buque Concordia tras su naufragio frente a las costas de Italia, donde murieron 32 personas, en 2012.
Es su mayor desafío y éxito hasta la actualidad.
Pero no tan titánico como su última apuesta, que podría hacer pasar a Nick Sloane a la posteridad si lograra su objetivo, lo que supondría una primicia mundial.
En el extremo suroeste de Sudáfrica, Ciudad del Cabo y sus cuatro millones de habitantes padecen una terrible sequía. Este año, la ciudad escapó por poco al “día cero”, cuando el agua deja de salir del grifo, aunque para ello tuvo que someterse a drásticas restricciones de uso de agua, que aún hoy siguen en vigor.
Para salvar Ciudad del Cabo, Nick Sloane propone ir a buscar icebergs, esos inmensos depósitos de agua dulce que flotan a apenas 2.000 km de las costas sudafricanas, en la Antártida.
“Cada año, miles de icebergs se desenganchan y van a la deriva hacia Ciudad del Cabo”, explica. “La madre naturaleza nos hace un guiño y nos dice: 'Estoy aquí, venid simplemente a tomarme'”. Hasta la fecha, nadie ha llevado a cabo esta hazaña.
“En Rusia, empujaron icebergs a la deriva hacia instalaciones petroleras. Pero pesaban cerca de medio millón de toneladas. Aquí hablamos de... 100 millones de toneladas”, indica Sloane.
Cobertura gigante
Sloane piensa en los icebergs que se parecen a gigantescas “mesas de salón”, de forma tabular. Tienen entre 850 y 1.000 metros de largo, unos 500 metros de ancho y 220 de profundidad. El iceberg ideal se identificará desde el cielo con la ayuda de drones y de imágenes por satélite. Esa es la etapa más simple de la operación.
El hielo gigante colectado se embalará en un tejido aislante y un potente remolcador lo guiará lentamente hasta la punta sur del continente africano.
Sin embargo, la idea de llevarlo hasta Ciudad del Cabo ni se plantea. La corriente allí es demasiado caliente. Será remolcado a unos 150 km más al norte, en la bahía de Santa Helena.
El lugar ideal, según Sloane, sería donde la corriente fría de Benguela mantiene el agua a una docena de grados, mientras que un antiguo lecho del río submarino servirá de zona de almacenamiento del iceberg.
El trabajo de colecta de agua podrá entonces comenzar. El agua procedente del hielo derretido se almacenará en un inmenso recipiente construido para ello y una máquina irá apilando el hielo.
La colecta durará un año. Cada día, se recuperarán unos 150 millones de litros de agua, que se transportarán en barcos cisterna hasta Ciudad del Cabo. “No vamos a resolver la crisis del agua en Ciudad del Cabo pero aportaremos entre 20 y el 30% de las necesidades anuales de agua de Ciudad del Cabo”, augura el capitán Sloane.
El coste del proyecto, obviamente, es descomunal: en torno a 160 millones de dólares por iceberg.
El inversor al que llamó Sloane en busca de financiación, Ian Neilson, se muestra escéptico. “Parece que el recurso a la capa freática y los proyectos de desalinización son más baratos o de un precio similar”.
La sequía afecta la producción de arroz ámbar en Irak
Delante de su casa del sur de Irak, el arrocero Amjad al Kazaali mira con infinita tristeza la tierra ocre que se ha vuelto estéril por la falta de agua.
Por primera vez esta temporada, no pudo plantar arroz “ámbar” (“anbar” en árabe), un cereal cultivado desde hace siglos en su región y llamado así por su perfume parecido al de la resina fosilizada.
A mediados de junio, el ministerio de Agricultura decidió suspender el cultivo de arroz, maíz y otros cereales que necesitan mucho riego debido a la sequía.
Las pérdidas financieras para los arroceros, que ganan entre 300 y 500.000 dinares (240 a 400 dólares) por cada dunam (2.500 m2), son enormes, según Safaa al Janabi, director del ministerio de Agricultura de la provincia de Diwaniya. “Esto representa una pérdida total de 50.000 millones de dinares (40 millones de dólares)” por año, afirma.
Vestido con una dishdasha (túnica masculina) y tocado con una kufiya, Amjad, de 46 años, se desespera al ver sus 200 dunames (50 hectáreas). “Nuestros ojos no se acostumbrarán nunca al color ocre de la tierra. Es demasiado duro mirar mi campo sin ámbar”.
Irak produce 100.000 toneladas de arroz por año, de las cuales el 35% de la variedad ámbar. Más del 70% de este arroz, muy apreciado por los iraquíes, que lo llaman “arroz real”, se cultiva en las regiones de Diwaniya y Nayaf. Casi no se exporta porque la producción es escasa.
“Como mis antepasados hacían desde hace cientos de años, desde la época otomana, acostumbraba a verificar con los pies que los granos estaban bien plantados, y lo recogía a mano”, agrega.
“Es el agua del Éufrates que le da este olor fresco que se huele a kilómetros”, asegura con orgullo. Amjad y sus primos poseen unos 800 dunames de tierras agrícolas (200 hectáreas) en la aldea de Abu Teben, al oeste de Diwaniya, a 160 km al sur de Bagdad.
La siembra comienza a mediados de mayo. Sólo 267 arroceros sobre un total de varios miles se dedican al de tipo “ámbar”. Como esta región está situada en la carretera que lleva a las ciudades santas chiitas de Kerbala y Nayaf, muchos visitantes compraban este arroz en grandes cantidades.