La expansión del COVID-19 ha colocado al mundo en alerta y está trastocando la vida cotidiana de miles de personas. Pero no es la primera vez que esto sucede. Un siglo atrás, se expandió por el globo la llamada “gripe española” de 1918-1919, una enfermedad que provocó más de treinta millones de muertos y fue una de las peores crisis de mortalidad de la historia occidental.
Al parecer, el virus habría sido fruto de la mutación de una cepa aviar originada en China y comenzó a expandirse entre los soldados norteamericanos que volvían a su país, luego de luchar en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Los primeros casos se registraron en Estados Unidos a fines de 1917, con síntomas como fiebre e insuficiencia respiratoria, falta de oxígeno y hemorragias pulmonares que provocaban vómitos y sangrado nasal. El virus afectaba a ancianos, a adultos sanos de entre 20 y 40 años e incluso a animales, como perros y gatos.
Sin duda el virus se globalizó gracias al masivo y rápido movimiento de militares por todo el mundo. La estricta censura informativa –común en tiempos de guerra- impedía que la prensa europea y estadounidense informasen sobre los contagios. Sólo en España -neutral en la guerra- se pudo dar noticias del virus, y por eso la epidemia fue conocida en el mundo como “gripe española”.
Entre septiembre y diciembre de 1918, la epidemia tuvo su fase más mortífera. En países como España, el sistema de salud se vio desbordado y llegó a haber enterramientos en fosas comunes. Hacia 1919 la expansión del virus fue global, aunque hubo excepciones, como la de Australia, que impuso una cuarentena estricta y consiguió librarse de la gripe en su fase crítica. La enfermedad comenzó a declinar a mediados de ese año, y se registraron en muchos países otras muertes, pero las políticas sanitarias y la mutación genética natural del virus pusieron fin a la epidemia.
En nuestro país, la prensa periódica comenzó a informar de la llegada del virus en octubre de 1918. La enfermedad es denominada indistintamente en los diarios como “Grippe española”, “la Grippe” o “Influenza”. Se le asignan también otros nombres como “influenza española”, “soldado de Nápoles”, “catarro epidémico”, “fiebre piadosa”, “trancazo”, “germen de los hunos”, “influencia china” o “gripe rusa”.
Mendoza no fue la excepción y se vio afectada por el virus. Los Andes informó en los meses de octubre y noviembre sobre el arribo y la evolución de la pandemia en el país y la provincia.
Los primeros casos se presentaron en Capital Federal, entre viajeros llegados desde Europa en barco a nuestros puertos. Se destacó desde la prensa local el gran “poder difusivo” del virus y la recomendación de un mayor cuidado higiénico, una alimentación sana y la provisión de agua pura en los hogares, como así también de la importancia de los paseos al aire libre y el “soleamiento del organismo”.
Con el correr de los días se difundió información sobre nuevos casos en Buenos Aires y se cuestionó la “inactividad del gobierno de la Nación” ante la propagación del virus, incluso por la falta de nombramiento de un director titular para el Departamento Nacional de Higiene. Un editorial de Los Andes del día 19 de octubre advierte la necesidad de cubrir con urgencia tal cargo con un especialista “liberado de las influencias del comité” y las “persecuciones políticas”, haciendo de la agencia un “foco de idoneidad científica”. Advierte también al Ejecutivo Nacional –encabezado por Hipólito Yrigoyen- sobre la preocupación de los mendocinos por su cercanía con el puerto de Valparaíso y por la posible llegada del virus por medio del tren trasandino.
El día 23 de octubre Los Andes informa que la gripe ya arribó a la Provincia, aunque por el momento se la califica de “benigna”. Pero advierte que Mendoza no es una ciudad higiénica y sus autoridades sanitarias carecen “de los recursos más indispensables para el buen desempeño de sus funciones”. Al respecto otras notas posteriores evidencian problemas como la falta de agua potable en numerosos barrios, o el hacinamiento y la falta de higiene en los conventillos, lugares que ya eran epicentro de otras enfermedades como la fiebre tifoidea o el sarampión.
Días después, el matutino publicó una entrevista con el Director de Salubridad –el doctor Eduardo Teisaire (hijo)- y se difundieron las primeras medidas preventivas. El funcionario anunció la colocación de una posta sanitaria en el tren trasandino, a fin de examinar a los viajeros procedentes de Chile, e “impedir el paso” en Puente del Inca o Las Cuevas a aquellos que tuviesen síntomas de la enfermedad. Asimismo, la Municipalidad de la Capital prohibió a los concurrentes a los mercados de abasto de la ciudad tocar carnes, verduras y otros alimentos con las manos. Con gran tino, el cronista interpretó estas medidas como insuficientes y pidió la implementación de un control sanitario estricto y el cierre de salas de espectáculos públicos “donde todas las noches se aglomeran espectadores en crecida cantidad”.
Si bien no se ordenó luego una cuarentena ni el cierre total de la frontera, se llegaron a cerrar escuelas, iglesias, cementerios, bares, confiterías y teatros hasta que pasó la epidemia. Vale recordar, a poco más de un siglo, que Mendoza pudo hacer frente al desafío de la enfermedad, a pesar de las limitaciones de recursos, conocimientos técnicos, coordinación y comunicación de las incipientes burocracias estatales de entonces.