El tan anhelado (y publicitado) último largometraje de Damián Szifrón finalmente llega a las salas mendocinas.
El director, quizás más conocido por sus trabajos en televisión como "Los Simuladores" y "Hermanos y Detectives", llega con su tercer trabajo para el cine con un compendio de historias independientes que como único hilo conductor tienen el desborde (emocional y visual) que hace de su título un concepto absolutamente literal.
Excelente; violenta pero, por sobre todo, entretenida.
Si bien "Relatos Salvajes" es presentada como un largometraje, dudamos si en estrictos términos técnicos se trata (sólo) de eso o más bien de un compendio de historias que podrían ser cortos individualmente.
Incluso el mismo Szifrón había deslizado que podría haberse tratado de capítulos para una serie de televisión que no fue. En sus 122 minutos despliega seis historias con nada más en común que una dosis de violencia; no hay una continuidad narrativa, ni un escenario en común, ni siquiera intercambio de personajes de un relato a otro.
Un capítulo sencillo y breve, pero sorpresivo, abre las historias en la que al igual que en el segundo relato el movilizador es la venganza. Después viene un altercado de tránsito, absolutamente familiar para cualquier espectador, que termina llevando la furia hasta un límite inesperado. La cuarta historia es, quizás, la que más poder de identificación genere con el público; una situación de trabas burocráticas impecablemente conducida por Ricardo Darín en su lucha contra la injusticia hasta en el más pequeño detalle. Oscar Martinez tuerce el rumbo del quinto episodio en el cual su personaje da un vuelco cuando la corrupción indigna al corrupto. El sexto, y final, es el más largo y quizás el más complejo en el que en un segundo el clima de fiesta se nubla cambiando la vida de los protagonistas tal vez para siempre.
Cada uno de los actores principales despliega una excelente performance, y éste quizás sea uno de los puntos más fuertes de la película. Nombres como Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Rita Cortese, Érica Rivas o Darío Grandinetti son grandes convocantes del cine nacional y en este caso con absoluta justificación.
Los personajes de Darín y Martinez transmiten efectivamente su frustración y logran la empatía del espectador, aún en decisiones de dudosa ética. Érica Rivas encarna un personaje apasionado y avasallante, como nos tiene acostumbrados, y lo hace de una manera absolutamente eficiente.
El punto flojo de la actuación, y quizás del cine nacional en sí, son los extras y Relatos Salvajes no es una excepción. A pesar de ser una falencia mínima, en algunos momentos es suficiente para sacarnos del trance e incluso opacar la impecable técnica que poco tiene que envidiar al cine hollywoodense.
Sin duda se trata de un thriller (o de varios) con gran dramatismo, en el que los pequeños gags aportan una cuota de humor pero con sello propio sin caer en la estrategia cómica de “Tiempo de Valientes” o incluso de “Los Simuladores”.
Relatos Salvajes no aborda ningún género nuevo pero su fortaleza radica en la manera de contarlo. Cada una de las situaciones está narrada impecablemente, desde el guión, la técnica y la actuación. Las historias y diálogos son cotidianos y absolutamente verosímiles realzados por la música y la mirada del director en que cada plano.
En una fórmula que no puede fallar, la performace de los actores y sus desempeños tragicómicos transforman a Relatos Salvajes en una suerte de fusión entre Un Día de Furia (Joel Schumacher, 1992) e Historias Mínimas (Carlos Sorín, 2002) con fórmula de éxito pero sin traicionar ni abandonar su identidad propia.
