Acostarse a dormir con hambre es algo cada vez más común para Norma y su familia. A veces pasa el día sin comer algo. Quizás algún tecito hace un poco de bulto en la panza de esta mujer de 54 años que comparte suerte con sus dos hijos adolescentes, sus parejas, sus cuatro nietos y su otra hija. Son 10 en esa casa que casi se viene abajo. "Se me llueve todo", dice con la naturalidad propia del acostumbramiento. Y muestra cómo está cediendo por partes el techo de la vivienda, hecho de cañas, de madera y vaya uno a saber qué más.
Así se hacen las casas en el asentamiento donde vive: como se puede y con lo que hay. En El Martillo, este improvisado caserío de Pedro Molina (Guaymallén), algunos tienen la oportunidad de conseguir materiales y hacer su propia vivienda, quizás con poco conocimiento, pero con maña. Otros, simplemente, se las arreglan con telas, cartones, maderas, nailon, palos y hasta un elástico de cama, metálico, que puede perfectamente transformarse en una pared.
"Ahora se complicó todo. Ayer no comió nadie porque no teníamos qué -contó a Los Andes-, y hoy no tengo nada hasta que mi hijo llegue por la noche, de hacer una changa".
Los hijos, de 16 y 18 años, son los que salen a trabajar, pero aunque ahora uno es mayor, si son menores se les paga poco y hay que hacer lo que surja. "Abandonaron la escuela en primer año para ayudarme", reconoció la mujer.
Hay cada vez menos trabajo, y por eso con suerte traen $ 200 o $ 300 por día, que alcanzan sólo para la jornada. Si no hay suerte, salen a pedir: en la feria les dan verduras y algún vecino generoso también aporta. "Lo que más comemos es arroz con verduras o hago un menjunje con todo lo que tengo. La carne acá no la vemos. Desde que empezaron a aumentar más las cosas no sabemos lo que es un yogurt o la manteca", dice esta abuela con cuatro nietos tan chiquitos que aún no van a la escuela.
Su historia remite, sin dudas, a una trágica y reciente: la del pequeño Thiago Videla, de un año y ocho meses, quien murió atropellado cuando había ido a buscar leche en Las Heras, cerca de la medianoche.
Laberintos
"Los pobres": esa categoría que conforma un conjunto de desconocidos que parecen tan lejanos, conforman muchas vidas que pelean día tras día por comer, proveerse y abrigarse. Hay en cada historia una lucha, o muchas; hay frustración, resignación, dolor, abandono, que se cargan pesados en una mochila que no afloja. Pero hay también dignidad, esfuerzo y solidaridad.
Según los últimos datos disponibles de la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas (DEIE), en octubre de 2018, 36,2% de los habitantes de las zonas urbanas se encontraban bajo la línea de pobreza, lo cual equivale a unas 511.479 personas distribuidas en 105.036 hogares. De este universo, unas 70.000 personas son indigentes; o sea, no alcanzan a cubrir sus necesidades alimentarias básicas.
Para entrar a la casa de Norma hay que tener cuidado de no tropezar con una canaleta en el piso de tierra. No hay puerta, sólo una cortina. Hay una esquina repleta de ropa, amontonamiento que se repite: claro, son muchos y el espacio no alcanza.
El techo es bajo. Al llegar a otra habitación, uno se encuentra con la cocina-comedor, sin buena iluminación y con un color otorgado por el piso con baldosas de diverso estilo. Al menos hay baldosas.
Norma tuvo nueve hijos. Dos fallecieron. Hace muchos años se hizo cargo sola de ellos. Después de separarse, el padre no los ayudó más.
La casa en la que vive estaba armada cuando llegó de otro caserío parecido. Era de un asentamiento anterior, así que ya estaba bastante dañada. El baño es un laberinto de caños y tachos, con inodoro, pero sin cloacas, por lo que todo va a un pozo. Otro laberinto, más peligroso, son los cables que se enmarañan en un enchufe tras la puerta y se extienden como una telaraña por los techos. No quedó más que "colgarse".
"Me da bronca y muchas veces por la noche lloro. Antes los podía tener bien a mis hijos pero que ahora tengan que trabajar para mantenerme, me duele", dijo angustiada.
Tamara, una de sus nueras, tiene 18 años y dos hijos: explicó que recibe asignación universal por hijo. En total son $ 3.000: "Con eso no les doy de comer y menos los puedo vestir".
Ser nadie
Sonia tiene 54 años, vive un poco más allá por el terregoso y sinuoso pasillo. No puede trabajar por su estado de salud ni recibe ingreso o pensión alguna. "Vivo de lo que me acercan unas amigas o los vecinos, pero a ellos no les puedo pedir porque tienen niños, yo estoy sola", contó.
Como otros habitantes del lugar, se ha dormido varias veces sin comer: "Pero sólo soy yo. No soy un ser humano para nadie. Siento que piensan que soy una porquería; para la sociedad soy nadie", dijo entre lágrimas esta mujer que en otra época cuidaba a adultos mayores.
Algunos vecinos son solidarios, pero no todos, y cada tanto los "desvalijan" y pierden lo poco que juntaron. Ayer a Sonia le habían regalado un paquete de harina y por la tarde habría un festín: "Junté $ 15 y compré levadura. Les haré sopaipillas a los niños", anticipó entusiasmada.
El piso se hunde
Eulogio Flores (34) está tratando de construir una habitación más, ya que sólo tiene dos y una es la cocina. Los que viven allí son él, sus cinco hijos y su pareja. "Están todos amontonados y el piso es de tierra", explicó.
Inmediatamente alertó que el principal problema que tienen es que se les hunde el piso: como no hay servicios para el baño, se hace un pozo. Cuando se llena, se hace otro al lado. Pero con el tiempo el terreno cede.
Eulogio hace changas, salen pocas. Más de una vez se fue a la cama sin comer, pero no sus hijos. Como sea, aunque no sale a pedir: en caso de emergencia vende algo de ropa o la cambia por mercadería. "No quiero que mis hijos me vean pedir", confesó.
Sus niños van a la escuela. Es pública pero les piden uniforme y, por no tenerlo, a veces los han retado. Destacó que los ha mandado aun sin útiles. Sólo con lo que hay, al menos un par de hojas sueltas.
La salud
Centros abarrotados. Aunque hay una sala de atención de la salud cerca de El Martillo, ser atendidos no es cosa fácil. A veces hay que ir a pasar la noche y hacer cola. Ya a la 1 de la madrugada hay gente y recién a las 8 dan turnos. Si no se consigue llegar primero quizás hasta las 2 de la tarde no se vuelva a casa. Pero eso si se tiene suerte: "Hay gente que vende turnos a $ 100. Hasta se llevan colchones para dormir. Entonces, cuando dan turnos, no alcanzan. Además yo no tengo 100 pesos para pagar así que por eso en general no vamos", apuntó Sonia.
La asistencia en las zonas más vulnerables
Cuatro de cada 10 viviendas de la provincia (43,7%) no alcanzan a satisfacer sus necesidades por lo que apelan a la ayuda del Estado. Así lo informó en setiembre el Barómetro de la Deuda Social Argentina, en un informe con datos de 2018.
Desde el Ministerio de Salud, Desarrollo Social y Deportes informaron que Guaymallén es la zona desde donde más asistencia se demanda, pero que también hay sectores de gran vulnerabilidad en Ugarteche (Luján), El Borbollón (Las Heras), Palmira (San Martín) y áreas de Rivadavia, entre otras. No se sabe con exactitud cuáles son las localidades más afectadas. Desde la DEIE explicaron que sólo miden la pobreza en la provincia y no por departamento. En parte, para no estigmatizar.
La ayuda que llega del Estado es fundamental. En el Barrio San Jorge de Bermejo (Guaymallén) algunos vecinos reciben bolsones de alimentos del municipio. Romina (34) tiene 5 hijos de entre 15 y 1 año. De a poco han levantado habitaciones pero las puertas y ventanas se cierran con telas.
"Me ha pasado muchas veces no tener qué comer, a veces lo mínimo: un paquete de fideos al almuerzo y un té por la tarde. Después acá nadie cena. Ya estamos acostumbrados y, además, ahorramos", relató.
Alejandra, referente social del lugar, dijo que también reúnen ropa y leche de la municipalidad y con eso armaron una escuelita de fútbol y un merendero. Muchos niños reciben allí una taza de leche.
Silvia Donati, directora de Desarrollo Social de Guaymallén, dijo que las zonas son las mismas desde hace mucho tiempo y se complican en invierno cuando se reducen las "changas" en los galpones. "Trabajamos mucho, la pobreza es estructural, aunque ahora se ha complicado más", señaló. En el departamento hay 28 asentamientos y el gran problema es habitacional.
En Ugarteche hay otra realidad, según Victoria Capozucco, a Cargo de la Dirección de Desarrollo Social de Luján. Allí llegan trabajadores golondrina del norte del país y de Bolivia y terminan quedándose en malas condiciones. Suelen reunir dinero, comprar un lote, construir habitaciones y luego traer a sus familiares.
"Hay una variable compleja que es mucha población móvil. Se quedan con lo puesto y sin comida, porque lo anterior era peor", refirió. Dijo que influye negativamente que el jefe de familia no tenga instrucción ni trabajo estable y que los chicos no se escolaricen o salgan a trabajar.