Como todas las mañanas el reloj sonó a las 4:30. Dante ya había despertado. Tanteó buscando el control remoto y lo encontró a un costado, entre las sábanas. Se había quedado dormido en el segundo tiempo mientras jugaba su equipo favorito.
La TV encendió en el mismo canal deportivo, entregándole un resultado positivo de tres a cero. -¡Vamos Millo!- pensó alegremente. Imaginó a su nieto que vive en la Argentina, hincha de su mismo cuadro, feliz. A la tarde cuando llegase de trabajar lo llamaría para comentar el partido que no terminó de ver porque se quedó dormido.
Se incorporó en la cama y se puso las pantuflas, caminó hasta el baño arrastrando los pies. Los sentía pesados. Había estado la tarde anterior cortando el pasto, arreglando las flores podando las plantas, ya no tenía treinta años y el espejo le devolvió esa imagen. Abrió la ducha y como siempre y como tantas veces, se introdujo en ella. Se sintió privilegiado.
Yo estaba de visita y desde mi habitación lo escucho canturrear la canción de siempre (Rara, como encendida, te hallé bebiendo, linda y fatal, bebías y en el fragor del champán loca reías, por no llorar...) y supe que la estaba recordando.
El olor a café y pan recién horneado me sacó de la cama. Bajé las escaleras y el murmullo comenzaba a escucharse cada vez más cerca. Al entrar a la cocina encontré a todos sentados a la mesa, comiendo como si fuese el medio día.
-Buongiorno – me saludó Francisca con un beso y abrazo. No me dio tiempo a contestar que continuó diciendo en su lengua italiana mezclada con español: - Che cosa ci fai in piedi a quest`ora? (levantando el tenedor que tenía en la mano).
-Es que el aroma me sacó de la cama.
-Hola mi amor – Me saludó mi padre- y frotando su cara contra la mía, como el ritual del saludo de los gatos, me dio un beso. Buscando un olor común y familiar.
-¿Porque te levantaste tan temprano?, seguí durmiendo si estás de vacaciones.
-Cosa vuoi?, alcune uova? Eso no te engorda,é proteína pura.
-No gracias, voy a comer tostadas
-Francisca, sírvele café. – Ordenó.
-Il pane é un male, come Dante dice?, eso, te infla.
-Déjala si quiere comer pan, que coma lo que quiera. Al decirlo, me dio un beso en la mano, como cuando era pequeña.
Mientras él se terminaba de arreglar, ella le envolvía el almuerzo que se llevaría al trabajo. ¿A qué hora se levantaba esta mujer para prepararlo? Le colocó en otro recipiente dos manzanas, a lo que él le dijo:
- No, solo una Francisca, tengo el azúcar un poco alto.
-¿ Si sta prendendo las píldoras?
-Claro que las estoy tomando, pero anoche comí esos duraznos ¿vos los probaste? – me dijo levantando uno – son de mi huerta, están exquisitos.
Como niño que se va al colegio, Francisca repasó todo lo que debía llevar. Se arrimó a acomodarle el cuello de la camisa y le acarició la cabeza, mirándolo sin sacarle los ojos de encima. Lo besó en los labios, apenas, como rozándolo y caminó hasta la puerta para despedirlo. Se quedó allí con el intenso frío de New York esperando a que pusiera en marcha la camioneta. Se adelantó unos pasos, cerrando la bata, lo saludó con la mano. Ella se perdía en él.
– Senza il tuo padre io muero.- No hacía falta que me lo confesara. Yo lo sabía. Su amor era incondicional. Traspasaba todo tipo de barreras.
Subí a mi habitación y me metí en la cama tapándome hasta las orejas. Intenté volver a dormir, pero había algo que me lo impedía, un pensamiento, casi de traición ¿Cómo sería si ella hubiera seguido viva? Seguramente igual, dulce, amorosa, complaciente. Me duele no poder imaginarlos.
Conservo en mi memoria esos días de mi infancia en Mount Kisco. Nuestro patio no tenía límites, era un jardín verde, extenso, con lagos, bosques y montañas. Allí viví los momentos más hermosos de mi vida. Libre, tan libre que nunca volví a conocer nada igual. Quizás esa parte de mi niñez con mis hermanos y mis padres, la hice más real de lo que fue.
Era perfecto, casi peligroso. Pienso ¿qué habría sucedido si nos hubiésemos quedado todos juntos en New York? Tal vez, ella habría sido más feliz. Tal vez, ella, seguiría incondicional, como el día en que papá nos cargó en el auto, en medio de la noche en pijamas para ir a Ontario. Había un temporal. La nieve golpeaba el parabrisas. Él siguió manejando en silencio, mirando la carretera. Todos dormían, menos mamá y yo. Era como si pudiera leer su pensamiento. Estaba muerta de miedo, pero no decía nada. Confiaba en él. En su habilidad para manejar todas las situaciones. Llegamos sanos y salvo a las cataratas del Niagara. No recuerdo demasiado de ese viaje, sólo que había mucha agua que caía como al infinito. ¿Hacía mucho frío? Seguramente un frío de nieve porque teníamos abrigos de piel.
Mi padre llegó a Manhattan en 1965, sin ningún plan. Johnson fue elegido presidente por segunda vez consecutiva. Liberaron a Martin Luther King después del arresto de Selma. Asesinan a activista Malcon X. 3500 marinos desembarcan en Vietnam del Sur y Bob Dylan estrena la canción "Like a Rolling Stone". La liberación sexual había comenzado. Todo era amor y paz.
Durante toda su vida trabajó en una galería de Arte. Nosotros nos fuimos a la Argentina, sin una razón lógica o al menos que yo recuerde. A veces lo que pensamos es chico comparado con la vida real, o es un mito si lo relacionamos con la verdad. Quizás nunca lo sabremos. Muchos años de alejamiento y silencio.
Para mi madre debió ser muy difícil. Nunca nos habló mal de él. Todo lo que supe de esa época me lo contó ella, con amor y sin rencor. Aunque debo admitir que algunas veces, en mi rebeldía adolescente no lo comprendí, no lo reconocí, no lo encontré.
Pero el hombre que ví, en mi viaje de vacaciones, sentado en su oficina cuando llegamos con Francisca, era el que yo siempre conocí. Dulce y generoso, contando anécdotas de su vida, cantando canciones, yendo a pescar, viajando a cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier tiempo.
Siempre tuvimos secretos, solo nuestros, como esa tarde en que fuimos al sótano y me enseñó una porta traje, de cuero, cosido a mano en color marrón, impecable, colgado en un placar viejo.
– Esto era de tu madre, es lo único que conservo de ella.
Y no supe que decirle. Cuando volvimos Francisca le reclamó que no se había comido el lunch.
–Es que pasó Rubén y me trajo unas empanadas del restaurante Argentino que han abierto en Verbank.- Lo miró con cara de enojada, pero él se le acercó y le hizo una risita, con una caricia en la cara.
– Gringa, ¿Querés que cenemos en ese lugar que tanto te gusta camino a casa? ¿Cómo se llama? Ella lo miró con un amor eterno. Quizás mi madre también lo miró con un amor que creía eterno.
Nos subimos a la camioneta y comenzó a nevar. Lo recorrimos en silencio. Me doy cuenta que allí está el final mismo de esta historia.