La tecnología pudo haber hecho muchos favores a la humanidad pero aún no consigue aportar algo fundamental para nuestra vida cotidiana: la capacidad para darnos cuenta de dónde viene la conducta de mentir. Ni el mejor detector de mentiras creado en el mundo sirve para develar la mentira, ni al mentiroso en cuestión. Pues, como todo, estos aparatitos tienen su margen de error. Y en esto de detectar, es mejor desarrollar "habilidades personales", para así reconocer cuándo estamos frente a un "buen mentiroso".
La acción constante de mentir se denomina "mitomanía". Básicamente hace referencia a aquellos que "padecen" el hábito de ser mentirosos patológicos: "mienten todo el tiempo y, muchas veces, esas mentiras tienen como destino el quedar bien parados ellos mismos", analiza la psicóloga Bárbara Farías. Esta afirmación de la profesional hace referencia, principalmente, al hecho de que quienes apelan a los enunciados falsos no miden las consecuencias de su conducta y trabajan fuertemente -conscientes o no- en sonar creíbles para lograr su cometido.
La acción de mentir es tan antigua como la vida misma y sus razones tan variadas que la lista sería interminable. Lo cierto es que aquellos que padecen esta patología son excelentes estrategas: "saben bien cuándo el otro se da cuenta o sospecha que está cayendo en una mentira, y pueden salir victoriosos de la situación", agrega Farías. Conocen la magia en la que envuelven al otro y por lo tanto "saben qué cosas evitar para no ser descubiertos, o qué camino tomar para seguir sosteniendo su discurso engañador".
Lo cierto es que, según los profesionales de la salud mental, el motivo de los mitómanos está en la falta de autoestima o en la baja de la misma. "Muchas veces son personas insatisfechas con sus vidas y eligen crear una realidad paralela", relata la psicóloga social Alicia Corvalán. Lo curioso es que esa vida alternativa que inventan es tan fuerte, que terminan por creérsela y viven de acuerdo a esa realidad.
Si analizamos el perfil del mitómano -en sus rasgos compulsivos- veremos que "miente sin escrúpulos"; pues suele relacionárselo con alguien que nos engaña cuando lo invade el nerviosismo, el estado de incomodidad o incluso tartamudea. Pero, pese a estos indicadores externos, en lo más profundo de estas personas, hay que saber que ni se inmutan: solo mienten compulsivamente.
La familia o los seres cercanos son los únicos capaces de ayudar a quien padece mitomanía.
Esta patología puede ser descripta también como un círculo vicioso, pues se transforma en un hábito cotidiano. Puede ser que en diferentes momentos de la vida la misma situación nos haya incentivado a decir "mentiras piadosas", o "pequeñas mentiras", que nos permitan salir del paso. Pero la compulsión indica una conducta, no esporádica sino de rutinaria, una constante de cada día. Cuando nos referimos a este trastorno hablamos de "una persona que miente constantemente para conseguir atención o admiración de otro", dice Corvalán.
Por su parte Farías añade que el propósito no es estafar a nadie, sino "ser protagonistas de cada una de las historias que comenta. Lo que provoca que, cuando los demás descubren esta manía, comience a quedarse solo; porque ya dejan de tomarlo en cuenta y en serio".
Cabe destacar que esta patología entraña un círculo vicioso porque la mentira genera una serie de beneficios que motivan a la persona a repetir la conducta: "y no se trata de mentiras piadosas, sino que se refiere a una sensación de abuso e impunidad que siente el sujeto que la practica", agrega Corvalán. Como sea, esta persona no puede dejar de reincidir, pues ese es su comportamiento diario y termina por creerse sus propias falsedades.
¿El origen de todo? Imposible saberlo con exactitud; pero puede reconocerse un factor común: alguna situación de estrés en la que sintió que sólo mintiendo podría salir de ella. La familia o los seres cercanos son los únicos capaces de ayudar a quien padece mitomanía para lograr que se dé cuenta de su conducta reiterada, de la necesidad de una consulta profesional, y de que entienda que si continúa le espera el aislamiento y la falta de confianza: dos aspectos que, socialmente, construyen una realidad dura y solitaria para el sujeto.
Al fin y al cabo, estas personas entran en éste círculo para esconder miedos y deficiencias. Por eso, si bien el origen no se conoce, sí se puede afirmar que el seno familiar es el lugar más importante para enseñar y aprender la diferencia entre mentir y decir la verdad. "Valorar la autoestima de los integrantes del núcleo familiar y, sobre todo, reconocer los logros de cada quien, fomentar lo positivo de todo, a pesar de que ese 'todo' implique aspectos que generen frustración", concluye Farías.