Entre las muchas tareas pendientes de optimización del uso del recurso hídrico en nuestra provincia se encuentra la regulación de los sistemas de distribución de agua. No nos referimos a la regulación de los ríos, sino al manejo que se hace del recurso hídrico aguas abajo de los diques derivadores.
El reclamo de eficientizar el uso del agua que se declama tiene mucho que ver con la posibilidad de regular el modo de entrega de los caudales, de forma tal que le permita al agricultor racionalizar la aplicación a los cultivos. Conocido es el caso de zonas donde las fincas reciben caudales instantáneos muy altos y deben arreglarse como puedan con ellos, con un resultado de baja eficiencia (relativa) en el uso.
La regulación se logra con depósitos reservorios, balsas u otros nombres con que se las conoce, que permiten acopiar agua para ser entregada en los momentos más próximos a las necesidades reales de los cultivos, cambiando la forma de entrega de los “turnos”, de un sistema a la “oferta” a un sistema a la “demanda”.
A la oferta es como hoy: cuando viene agua en el canal y “me toca el turno”, entonces se riega. A la demanda es cuando los cultivos lo requieren o cuando lo demanda el usuario. Estos dos momentos no coinciden en general.
El “acopio” o acumulación de agua en reservorios dentro de la red es además una necesidad de operación de la distribución cuando, por motivos de accidentes, lluvias u otras causas imprevistas, es necesario interrumpir la dotación habitual.
En ellos, idealmente, el agua ingresa y egresa por gravedad, aprovechando desniveles naturales o con salida por bombeo en casos en que sea necesario, con un costo operativo mayor.
Al poder acumular el agua durante algunos períodos, que dependerán del tamaño, caudales recibidos y a entregar, etc., se podrá evitar dotar en horas nocturnas o los fines de semana a los canales e hijuelas, momentos en los que es difícil un uso eficiente, acumulando el agua y liberándola nuevamente en horarios diurnos o más accesibles a la disponibilidad de mano de obra y condiciones de trabajo actuales, con caudales ajustados a las necesidades de uso.
Debemos pensar en la red no sólo como elemento físico de distribución. Hay que pensarla como medio de producción, explotándola, sacarle el máximo beneficio posible a una inversión importante y de alto costo de mantenimiento. Al estar más equipado el sistema, esto es posible. La regulación del sistema de distribución aumenta la seguridad de las dotaciones, ya que hay más elementos en juego para garantizarla.
Este modo de operar la entrega de agua hará más fácil demostrar la “transparencia” en las dotaciones, tema pendiente en muchas inspecciones de cauce e incluso a nivel de canales. Una vez implementado y evolucionado el sistema, con las obras complementarias correspondientes y conocida la riqueza hídrica del año, cada concesión podrá saber de antemano qué volumen de agua le corresponde según su derecho.
Así, podría planificar el modo en que “gastará” ese volumen a lo largo del año, habida cuenta de que los embalses actuarían como “cuenta corriente” con un monto anual asignado para el uso a cada padrón, creando el “banco”, “cajero” y “libreta” o cuenta del agua para responsabilizar a los usuarios con el uso del agua para riego y así poder planificar sus riegos en la temporada. Esta terminología “bancaria” puede ayudarnos a aproximarnos más a un sistema de “contabilidad” del agua que hoy no tenemos y es más acorde a su condición de escasa.
Las “balsas” permitirían también acumular el agua que se produce por lluvias u otros excedentes y que generan escorrentías inaprovechables e incluso dañinas en los sectores bajos de las cuencas. Se puede hacer la llamada “cosecha de agua”, aumentando de esta manera la oferta del recurso y minimizando los problemas que esas crecidas provocan. Este modo de aprovechamiento ha sido incorporado al proyecto del subsistema Cacique Guaymallén-Jocolí-Tulumaya y anteriormente de la “presa Lagunita”, hoy imposible por el avance urbano y de rellenos practicado en la zona, una oportunidad perdida.
El llamado “uso conjunto” con baterías de pozos extractores de agua subterránea se vería también optimizado por estas construcciones, racionalizando la explotación del tesoro subterráneo del desierto. También se racionalizaría el consumo de energía, realizándolo en horas de baja, en forma similar a como hacen las explotaciones particulares que utilizan perforaciones y reservorios individuales.
Las inversiones intrafinca de eficientización del uso se aceleran y se maximizan, especialmente para aquellas superficies más pequeñas que pueden estar más lejos de la presurización o algún tipo de manejo mecanizado. Con inversión adicional de pequeños embalses complementarios y bombeo, podrían acceder a esta tecnología todos, en el caso de no presurizar el sistema común.
Llevar adelante un plan así en toda la provincia evidentemente requerirá una importante inversión y un tiempo más o menos prolongado de implementación. La gradualidad de la implementación, es también una exigencia de la adecuación de nuestras conductas de manejo del agua a esta nueva situación, labor a desarrollar por extensionistas agrícolas debidamente preparados al efecto, especialmente para las primeras experiencias a ejecutar. Las instituciones involucradas como el DGI, las inspecciones de cauce, entidades y otras deberán adecuar su capacidad institucional a esta transformación.
Conclusiones
Podemos estar frente a una verdadera revolución en nuestros oasis modificando su infraestructura de manejo, aumentando la regulación del modo de distribuir y transparentando reglas de juego. Invitamos a las entidades gremiales del sector a plegarse a esta inquietud, trabajar para fijar políticas de Estado, instalar el tema en la comunidad organizada y paralelamente avanzar en la formulación de una política hídrica provincial.