Se respiraba pasión. De un lado y del otro. Apenas diez minutos bastaban para el inicio del encuentro y comenzaron a dar una muestra de lo que tenían preparado para el clásico.
Arrancaron esos más de 5 mil simpatizantes “botelleros” y tocaron el orgullo de los más de 3 mil “celestes”. Fue un concierto de voces que intentaban imponer su repertorio por encima del otro. Dieron ganas de aplaudir, más allá de los colores.
Cuando el reloj dio la hora señalada, se vino lo mejor de la tarde. El maravilloso recibimiento que entregaron ambas hinchadas superó lo previsto. Bombas de humo y papelitos formaron una cortina que por momentos impidió ver los últimos movimientos de los jugadores antes del inicio.
Fue cuando creció el aliento, se hizo ensordecedor y aparecieron los celulares para retratar el momento. No importaba hacia qué popular señalaban las cámaras, Norte o Sur, lo mismo daba. El espectáculo se había trasladado a los límites del rectángulo de juego y sobró pasión por doquier.
La mancha de la tarde, la única por suerte, fue ese cruce entre hinchas de Gutiérrez durante el capítulo inicial. Las corridas comenzaron a sucederse en lo más alto de la tribuna, aunque el incidente no duró demasiado. Tras el encuentro, algunas voces señalaron que podría haber un apuñalado en la batahola, aunque nadie se animó a confirmarlo de manera oficial. Es más, desde la Policía de Mendoza lo negaron rotundamente.
Antes y después dejaron en claro que se podía vivir un clásico como corresponde, con las dos hinchadas y sin tener que lamentar el coraje de organizar un espectáculo de estas características con ambas parcialidades.
No hubo incidentes en las inmediaciones del estadio y los ingresos y egresos fueron en paz, como todos habíamos soñado.
En tiempos cuando no sobran ejemplos de moderación y respeto, los simpatizantes de Deportivo Maipú y Gutiérrez Sport Club nos dieron una lección. ¡Sí se puede! Y nos regalaron una fiesta.