La montaña como cualquier otro elemento del universo, es bella, desafiante, mágica, impredecible, cautivante, y entre muchos otros adjetivos, también peligrosa.
Por ende, ante semejante escenario natural majestuoso, de piedra, viento y nieve, hay quienes se animan a transitar e incluso a vivir en los pueblos a orillas de la ruta nacional 7.
Los pobladores de Polvaredas, Punta de Vacas, Puente del Inca y Las Cuevas, cada vez son menos y con menguadas expectativas de ver crecer a esas pequeñas comunidades, como se les ha prometido durante décadas y, en cambio, por las dificultades de residir en esas latitudes, son cada vez más grandes las posibilidades de emigrar.
No lo decimos nosotros, lo expresa Eduardo Muñoz, ex operario ferroviario, afincado con su numerosa familia en Punta de Vacas. "El futuro acá está complicado -le dijo hace un tiempo a Los Andes-. Uno quiere lo mejor para sus hijos, que estudien y que no tengan que sufrir tanto como sufrí yo". El hombre soportó no hace mucho el robo de 55 vacunos que criaba para reforzar sus ingresos, por lo que él, como muchos otros, piensa que la prestación de seguridad está ausente en esos parajes.
En Las Cuevas los sentimientos de los escasos pobladores son los mismos. Se aguardan obras y mejoras en la infraestructura, que cambie la realidad de vivir entre ruinas de antiguos edificios que caracterizaban la hermosa villa fronteriza, que data de los años '50.
Hay que señalar que el 1 de noviembre de 2017, este punto fronterizo fue declarado "Pueblo Auténtico" por el Ministerio de Turismo de la Nación, junto a otras 23 localidades del país. La idea es desarrollarlos turísticamente conservando su identidad, su patrimonio natural y cultural, su arquitectura, tradiciones y gastronomía. Pero, hasta ahora lo único concreto son el viento, las privaciones y la esforzada permanencia en el lugar de un puñado de habitantes.
Las mismas carencias valen para otros parajes montañosos.
Hay sí un cúmulo de propuestas en llevar adelante el tan postergado y necesario desarrollo de mejoras en estos bellos paisajes de nuestra frontera.
La decadencia que hoy se observa se empezó a consolidar en los años '90 cuando dejó de correr el tren hasta Las Cuevas, aunque ya la región había recibido un mazazo, al promediar los '80, al desactivarse el Tren Trasandino.
Desde entonces todo vino para atrás. Por eso debe impulsarse de una buena vez el postergado y necesario desarrollo de prestaciones en uno de los más bellos lugares de nuestra provincia: mejor conectividad, iluminación pública, atención médica y servicios básicos e imprescindibles, como agua y cloacas.
Nos preguntamos qué pasará con el anunciado Plan de Desarrollo Turístico de Alta Montaña, encarado por el Ente Mendoza Turismo (Emetur) y por el Instituto de Desarrollo Rural.
¿Se verán pronto las primeras intervenciones en el terreno?
Para todos los pobladores de las localidades descriptas es un buen anuncio y esperan que el pronto inicio de las obras de refuncionalización del Corredor Bioceánico, que tendrá ejecución en toda la ruta 7, desde Palmira hasta la unión con Chile.
En tiempos de escasa abundancia o mejor dicho de seria crisis estructural y económica, convengamos que no están dadas las condiciones para pensar en proyectos faraónicos. La realidad indica la necesidad de poder gestionar austeramente sin que ello signifique el miedo al fracaso. Lo hecho es perfectible, lo no realizado utopía.
Poner en valor y reflotar el centro de esquí Los Penitentes en forma urgente, y potenciar lo existente en las villas cordilleranas proveyéndolas de servicios básicos postergados, es una posibilidad tangible de asegurar que se queden los que están en esos parajes, se acerquen otros a radicarse y se beneficien los miles de visitantes que tiene la zona.