Recuperar el respeto por los espacios públicos

Aquella Mendoza perdida, la que era considerada por turistas nacionales e internacionales como la ciudad más limpia del mundo, debe volver a ser ejemplo en ese sentido. Comenzar a concientizar a los niños en las escuelas sería un buen principio.

Recuperar el respeto por los espacios públicos

La falta de higiene no mata, como la inseguridad o los incidentes de tránsito, pero conspira contra el bienestar general de las personas y hace cada vez más lejano aquel concepto que, sobre nuestra Mendoza, tenían todos quienes nos visitaban: el de una ciudad emblemática por el aseo en general. Ya no existe aquella mítica pulcritud que nos destacaba.

En la provincia de Mendoza se recolectan (a valores de hace 2 años) 1.800 toneladas de residuos sólidos urbanos por día. Se calcula que entre 180 y 200 toneladas de basura son dispuestas en forma incorrecta por los ciudadanos. Esto significa que son arrojados en la vía pública, en cursos de agua, en calles y rutas, y en la montaña. No hay un remedio a la vista para tanta desidia, pese a los esfuerzos de los municipios, especialmente el de Capital, que ha incorporado modernos equipos para mantener a raya la basura. Por otra parte se ensayan reiterados operativos de limpieza en el centro cívico de Villa Nueva y en el resto de los distritos para retirar miles de kilos de deshechos.

El concepto que había antes de una ciudad pulcra, que incluso se vendía como recurso turístico, ya no existe. Hoy nuestro centro urbano y sus periferias no son causa de envidia de otras tantas ciudades contaminadas y con basura en las veredas. Es más, ya casi no se usan los lampazos de las vecinas en las veredas sino el agua (tan valiosa en nuestro desierto) y el secador, al mejor estilo de los porteros de Buenos Aires. Además es frecuente ver a ciertas amas de casa barrer y arrojar los residuos a las acequias, venas del regadío de Mendoza, verdaderas transportadoras de vida para nuestros queridos árboles. Y, con esto, no hace falta más que una moderada lluvia para que se produzcan taponamientos y se inunden calles y veredas con consecuencias de diversa gravedad, además de ofrecer un espectáculo deprimente y de obligar a vastos operativos de hombres y máquinas que no siempre se pueden realizar a tiempo.

No registramos, o lo hacemos con poca intensidad, la idea de la solidaridad y el cuidado extremos por el ambiente: se arrojan botellas de plástico y de vidrio, pañales, toallas higiénicas, papel, cartones, como en urbes de magros recursos económicos y asfixiante densidad poblacional. El parque General San Martín y la plaza Independencia se ven permanentemente agredidos por miles de kilos de desperdicios.
Tal vez sea necesario insistir con la concientización de los niños desde las escuelas, para que ellos, como en tantas otras disciplinas, potencien un cambio. En lo práctico habrá que colocar más letreros que nos recuerden las normas de buenas costumbres, que se dejaron de usar para dar paso al abandono.

Revertir este degradante proceso de destrucción de la calidad de vida puede ser una tarea que bien puede comenzar hoy. En los barrios, en las comunidades organizadas, por conducta de vecinos conscientes, que afortunadamente hay muchos. No esperar que esta responsabilidad sea solo del Estado, y por el contrario, las acciones que se implementen desde las administraciones públicas sean complementarias a las conductas que los mayores enseñemos a los hijos. Los comportamientos de abandono y desidia frente al cuidado del ambiente son reflejo de algo que estamos perdiendo, esto es, el respeto por lo que es de todos (plazas, calles, espacios verdes), y la consideración por el interés o bien común (la belleza y limpieza de nuestras ciudades y barrios, la salud pública). Pese a todo, las cosas se pueden revertir.

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