"Mi nombre es Dora Martin, nací el 19 de mayo de 1925 en algún lugar de la Colonia Bombal, creo en lo que es actualmente la calle Serpa, antigua calle Los Baños. Allí mi padre, Florencio Martin (vasco, de Bilbao), era chacarero; y mi madre, Ángeles Carlota Moreno (andaluza, de Granada), era ama de casa. Soy madre de tres hijos, abuela de siete nietos, bisabuela de ocho bisnietos y tatarabuela de un tataranieto de 4 años, con el cual hablo por teléfono bastante seguido y me hace reír un poco con sus ocurrencias. Me han dicho que el próximo será mi chozno, o algo así… ¿por qué le habrán puesto nombre tan feo?"
A sus 91 años, doña Dora (“La abuela” para todos los que la conocen) nos habla y en su voz clara e inteligente se adivina que el paso de los años no ha hecho mella en su razonamiento, que se mantiene intacto: “Tuve una infancia feliz, a pesar de que no nos sobraba nada.
Mis primeros recuerdos me llevan a un tío, Raymundo Fragapane, que tenía una vitrola a cuerda, y en ella escuchábamos a Corsini, Gardel, en fin... lo que había en aquellos años. También recuerdo a mi hermano Santiago, mayor que yo, enseñándome a andar en bicicleta y a jugar al truco, juego, que hoy lamentablemente he olvidado”.
Y sigue el relato lúcido: “Éramos diez hermanos, y yo la quinta de todos ellos; la finada, mi madre, nos reunía en la noche y nos leía los folletines que traían a casa una vez por semana. Recuerdo haberla escuchado leernos ‘El Conde de Montecristo’ y me ha quedado grabado un personaje: un tal abate Farías. Mamá nos preparaba comida a la usanza europea, con muchas calorías; se comían muchos productos del carneo. Y juguetes había poco y nada. Sin embargo, cuando era día de Reyes, me parece escucharla todavía: ‘¡Muchachos y chicas, levantaos, que van disparando los caballos (así les decía) de los reyes y fijaos lo que hay en la puerta del horno!’ Y allí había siempre, siempre, una fuente con buñuelos”.
-¿Cómo es vivir en un mundo donde la mayoría de las personas son, por lo menos, 15 años menores que usted?, ¿se siente una extraña en el mundo?
-Uno se siente un poco la madre de todos, uno puede dar consejos y siempre a una le preguntan. Se vive mucho en el pasado. No me siento extraña porque siempre me he adaptado, lo cual me sale de manera natural.
La abuela Dora ha vivido en muchos lugares: Rodeo del Medio, Barrancas, Rodríguez Peña, Palmira; un año en Godoy Cruz y la mayor parte de su vida en Gustavo André, Lavalle. Actualmente reside con una hija, su yerno y nietos en La Rioja.
“Es que al ser mi padre chacarero era muy normal ir cambiando de domicilio, ir siempre detrás del trabajo -explica-. En todas partes fui básicamente feliz, pero donde recuerdo con más fuerza es en Gustavo André, pues allí me casé y viví 50 años. Allí nacieron dos de mis tres hijos y allí con mi esposo tuvimos un almacén de ramos generales, que fue el sustento de nuestra familia y se llamaba El Hogar.
-¿Observa muchas diferencias en el modo de ser de la gente en la actualidad respecto a su juventud?, ¿le gusta el mundo actual?
-Son muy grandes las diferencias, no se puede comparar, a veces me parecen imposible algunas maneras de pensar. Francamente, hay muchas cosas que no entiendo que sean como son. Sin embargo, antes era muy sacrificada la vida.
La abuela sonríe y con algo de picardía en sus ojos nos confía un recuerdo: “Una vez participé en una obra de teatro. Fue más o menos en el ‘43; yo todavía era soltera, muy jovencita y vivía en Gustavo André y me tocó hacer dos papeles. Éramos un grupo de jóvenes en el pueblo, y un señor Albacete, junto a un cuñado mío, Fernando Castro, decidieron organizar una obra como un modo de fomentar alguna actividad cultural. Pedimos prestado un galpón de una finca o bodega, no recuerdo muy bien, y allí ensayamos durante meses. Y resulta que me pretendía mi marido y tanto insistió, que le dieron un pequeño papel. Era mensajero y el parlamento que tenía era decir: ‘De Casa Fernández y Fernández’, eso era todo. La obra se llamaba ‘El inventor del trabajo’. Me tocó desempeñar dos papeles, uno recuerdo que era de villana. Yo estaba de novia y la obra tuvo un final feliz, pues terminé casada con mi pretendiente de aquel tiempo, que fue el padre de mis hijos” (ríe divertida al comentarlo).
“Además, ¿sabe una cosa? Yo, aquí donde me ve, fui reina de la Vendimia de Gustavo André, creo que en el ‘43”, agrega orgullosa.
-¿Qué es lo más importante que la vida le enseñó?
-Lo más importante es la honradez. Cumplir con la palabra empeñada, no robar y tener amigos honrados. Yo aprendí más que todo de mis padres. Ambos eran muy parecidos, nos respetaban muchísimo, nos educaban de una manera que con una sola mirada comprendíamos lo que nos querían decir.
-¿Le teme a la muerte?, ¿a qué le teme?
-A esta altura a lo único que le temo es a no seguir viviendo como vivo, a perder capacidad de movimiento. Por lo demás no le temo a nada, me siento bien. Sí le temo al sufrimiento. Soy muy feliz, soy optimista, agradezco mi suerte día a día. Mis hijos son muy buenos conmigo, al igual que mis nietos y mi yerno.
La abuela se detiene un momento y, disfrutando de sus evocaciones, continúa: “Por aquellas épocas Gustavo André era muy chico, había sólo dos almacenes; uno de un señor Luis Rodríguez y otro de una familia Quesada. Nosotros en nuestro almacén fuimos los primeros panaderos que hubo en el pueblo; yo amasaba el pan estando embarazada de 7 meses de mi segundo hijo. En aquellos tiempos los descendientes de españoles e italianos tenían finca y vivían allí todos los dueños. Era un lugar muy tranquilo y alejado”.
Después salta hacia atrás en el tiempo: “Mi casamiento fue sencillo, en familia, y en mi viaje de bodas fuimos a Mendoza. Hicimos nuestro casamiento en la finca de mis padres, en lo que es ahora la calle Moyano, pero fue simplemente una reunión familiar”.
-¿Cuál ha sido el día más feliz de su vida?
-Cada día que fui madre, es una felicidad muy grande.
-¿Cuándo comienza a envejecer una persona?
-Depende de la persona, yo a los 75 me sentía joven, es una cuestión mental. Depende de las ganas de hacer cosas, de la ilusión que uno tenga. Ser joven es tener ilusiones.
-¿Qué es la felicidad abuela?
-La felicidad es subjetiva, no es la plata, es tener bien a la familia, es en definitiva una manera de mirar a la vida.