Tengo 69 años y soy oriundo orgulloso del distrito La Cieneguita, a 5 ó 6 cuadras de la plaza Marcos Burgos y la Municipalidad de Las Heras, en lo que definimos como el área de Ciudad del departamento norteño.
Siempre asumí que el origen del nombre del lugar se debía a que en su jurisdicción se encontraba (y se encuentra) el Club Sportivo, Social y Cultural La Cieneguita, entonces ubicado en calle Washington Lemos, entre Cacique Guaymallén y Perú. En la actualidad se ingresa a la entidad por Patricias Mendocinas.
La casa paterna -hoy ya demolida- estaba en la calle Sarmiento al 1055, entre Lemos y Patricias, donde actualmente se construye un complejo de departamentos para vivienda unifamiliar.
El hogar era una casa grande, en un amplio terreno. Allí moraban mis padres Hipólito Pedro Filice y mi mamá, Antonia Sard. Papá fue un inmigrante italiano que vino al país a los 11 años, procedente de la ciudad de Cosenza, región de Calabria. Su profesión fue la de enfermero, desempeñándose primero en el desaparecido hospital San Antonio (en la Cuarta Sección) y posteriormente en el Luis Lagomaggiore, donde se jubiló como cabo de cirugía.
Gracias a su abnegación por los enfermos surgió en mí la convicción de ser médico, especializado en Pediatría y Neonatología, y seguramente también le ocurrió lo mismo a mi hermano Alberto, cirujano. En ese hogar nacimos nosotros dos y nuestra hermana, Patricia, profesora de Literatura Italiana y traductora pública nacional. En los primeros años también residían nuestros “nonos” italianos, Rafael e Isabel, gringos puros que no hablaban ni una palabra en español y gracias a esa circunstancia es que aprendí la lengua del Dante.
Mi infancia fue muy feliz en ese pedacito de Las Heras, no muy lejos del centro de la ciudad y también cercano a El Challao. Jugábamos al fútbol en las calles de tierra del barrio, desafíos entre los muchachos de la Patricias Mendocinas y los de Washington Lemos. Lo anecdótico era que se trataba de partidos que empezaban a las 5 de la tarde, después de hacer los deberes de la escuela, y terminaban cuando la noche no nos permitía ver la pelota ni los arcos. Los resultados eran abultados, algo así como 10 a 9 ó 12 a 11…
Nuestras madres hacían tranquilas los menesteres de la casa o escuchaban algún radioteatro porque sabían que las calles eran seguras. Otros juegos: las bolitas, las figuritas o remontar barriletes, que confeccionábamos nosotros mismos, primero de papel y luego de plástico fino porque nuestros “enemigos” eran los árboles.
La primaria la cursé en la escuela Juan Gregorio Las Heras, sobre San Miguel esquina Roca. Tengo grabado haber vivido allí un episodio de la historia del deporte. Tenía 8 años cuando el gran Pascualito Pérez combatió por el título mundial de peso mosca con el japonés Yoshio Shirai, en Tokio, al final de 1954.
Era noviembre, no hacía frío y para sorpresa de los alumnos, la directora de entonces, Barbarita Morales, enterada de la importancia del combate, dispuso que los chicos formáramos en el patio para escuchar por la radio las incidencias de la pelea y el triunfo de nuestro comprovinciano. El micrófono escolar, pegado al receptor, amplificaba el relato del periodista argentino presente en Japón, Manuel Sojit (“Corner”).
¿Amigos de los años ‘50 y ‘60 de esa zona? Varios. Espero que no se enojen los que no nombro, pero puedo citar al contador José Taha, cuyos padres tenían un gran almacén de ramos generales frente a la plaza, donde en el presente hay un conocido supermercado. Otro compañero de ruta de los tiempos juveniles fue mi primo Francisco ‘Quito’ Figueroa, músico, hoy residente en Buenos Aires, quien fue integrante de una de las formaciones del conjunto Los Trovadores del Norte.
Quito era buen pianista, 6 años mayor que yo. En una ocasión lo contrataron en el entonces conocido cabaret Chantecler, de Tino Bargado, en Guaymallén, muy cerca de la Cuarta de “fierro”. Lo acompañé siendo un pibe. Volvimos muy tarde, más bien muy temprano, eran como las 8. Mi madre me estaba esperando en la esquina de casa.
Sólo recibí de ella silencio y lágrimas por verme llegar en buen estado. No dijo una palabra. Fue tanta su angustia reprimida que me fui derechito a la cama en penitencia y sin decir nada. No puedo dejar de citar a otros “cómplices” de los viejos tiempos, como Alberto Caredú, el ingeniero Raúl Sanz y los hermanos Mur.
Retomo el relato del barrio, zona humilde, de propietarios en general, trabajadores, no profesionales, excepto el doctor Vicente Polimeni, que vivía frente a la escuela Las Heras, el médico de cabecera de muchos residentes. Calles de tierra, acequias sin revestir, tranquilidad…
El club La Cieneguita fue nuestro “Luna de Avellaneda”. La modesta institución contenía a chicos y jóvenes, y nos permitía practicar, entre otras disciplinas, baby fútbol y básquetbol. Asimismo fue sitio de diversión. Siendo más grandes, los muchachos compartimos en su pista veladas danzantes y los carnavales, a veces amenizados por artistas nacionales. Ahí conocí, por ejemplo, al cantante de rock Billy Cafaro.
Otra experiencia en el club y las calles aledañas fue haber sido testigo de la filmación de escenas (especialmente un baile) de la película de Leonardo Favio “El romance del Aniceto y la Francisco”, que fue realizada en 1966. Incluso me tomaron a mí y a otros muchachos como extras para la parte en la que se recrea una reunión bailable a la que concurre Aniceto, protagonizado por Federico Luppi.
Otras de nuestras diversiones fueron las escapadas hacia El Challao, donde subíamos el cerro La Bodeguita y volvíamos al atardecer a la casa.
Dejé el terruño cuando me fui a estudiar Medicina a Córdoba, carrera que hice en 5 años, con el esfuerzo del viejo que pagaba los gastos.
En los ‘70, ya recibido y casado con Nora Viale, la mamá de mis 4 hijos, volví a habitar el caserón de La Cieneguita, hasta que finalmente me mudé a otra vivienda, en la calle Patricias Mendocinas. Fue la despedida de ese hogar italiano, con muchas habitaciones y generoso patio.
Hoy sigo viviendo en Las Heras, en el sector conocido como Alto Mendoza. Como buen lasherino fui y sigo siendo fanático de El Globito, hasta cuando le tocó descender a primera B. Por supuesto, también estuve en las buenas, como cuando Huracán se coronó campeón de la Liga Mendocina de Fútbol en 1984. En esa ocasión, a la terminación del encuentro consagratorio (contra Gimnasia y Esgrima), el arquero, Félix Orangel Martínez, ‘Coqui’, me regaló parte de su indumentaria, (guantes y camiseta), que todavía guardan mis hijos.
Nota de la redacción: El investigador e historiador Jorge Ricardo Ponte brindó precisiones sobre el origen de la denominación de La Cieneguita. "Antiguamente, al noreste de la actual Área Metropolitana de Mendoza había zonas llamadas 'ciénegas' o 'ciénaga' (forma moderna), como lugar o paraje lleno de cieno o pantanoso. La gran ciénaga era la que se encontraba hacia el norte del actual carril Godoy Cruz hasta el actual curso del zanjón Guaymallén (departamento de Guaymallén). Atravesando el zanjón hacia el norte y noreste del departamento de Las Heras se ubicaba otra porción de ciénaga, la que por su tamaño menor se la denominó "la cieneguita".