Por Julio Bárbaro - Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Cada tanto, alguno insiste con que debemos olvidar el pasado, como si esta memoria no tuviera relación con el futuro. El feriado en recuerdo del Golpe oculta el drama de que hemos aprendido demasiado poco de ese tiempo nefasto. Alguno inventó una supuesta teoría de “los dos demonios”, a partir de la cual -dado que la dictadura era genocida y nefasta- la guerrilla debía quedar al margen de la crítica.
Este invento sirvió para dejar a la violencia armada como un tema que era virtuoso en sí mismo, que no merecía ser criticado. Pacho O'Donnell escribió un libro sobre el Che Guevara, uno de esos libros que según mi opinión no aportan nada, o peor aún, hacen mucho daño. Hace una defensa cerrada de las virtudes del revolucionario que es el peor problema del oportunismo y termina aplaudiendo todo lo que sirve para el poder de turno. Eso es esencialmente el populismo, terminar apoyando todo lo que puede resultar popular.
El Che Guevara inaugura con Cuba una revolución que convoca a miles a entrenarse para terminar entregando sus vidas en una causa que nunca tuvo posibilidades de triunfar. Sumemos el detalle que Fidel se convierte en un dictador y que apuestan a un comunismo que imaginaban avanzar sobre el mundo y termina con la caída del Muro dejando una Rusia y una China más cercanas al poder de las mafias que al del socialismo.
En ese espacio se inspira el kirchnerismo, en ese encuentro nefasto entre las mafias y los revolucionarios. Es un supuesto modelo que dice cuestionar al imperialismo pero, en rigor, sólo se enfrenta con la democracia y la libertad. Engendran corporaciones propias desmesuradas, se asocian a las mayores corporaciones extranjeras y todo mientras cuestionan a los pocos que se animan a enfrentar sus discursos. Maduro expresa esa síntesis en Venezuela, espejo en el que intentan que nos miremos.
En tiempos del Golpe, la guerrilla imaginaba que iniciaba su tiempo de triunfo; una guerra popular que demostraría que el verdadero poder estaba en la boca del fusil. Perón decía que entre el tiempo y la sangre, él elegía el tiempo. Ellos remarcaban que a mayor cantidad de sangre sería menor el tiempo.
No quiero decir quién me lo dijo en plena dictadura, pero estaban convencidos de semejante demencia. La contraofensiva es parte de ese pensamiento. Hay un desprecio por la vida, la propia que se entrega o la del enemigo que se asesina. Justificar esta tragedia a partir del romanticismo de los actores es una degradación del sano juicio.
La guerrilla abarcó mi generación, fueron mis compañeros y arrastró la memoria de demasiados debates con ellos, pasé más de un mes en Trelew dialogando con los presos entre el once de marzo que nos eligieron diputados y el veinticinco de mayo en que asumimos. Antes de eso me hice cargo del velatorio de los muertos de Trelew en el local del peronismo porteño.
Fueron mis amigos, conocí de sobra sus ideas, ellos se equivocaron, ninguno imaginaba su derrota, el romanticismo no alcanza para negar el error. La guerrilla no les sirvió a sus pueblos, por el contrario, terminó siendo una excusa para el golpe de Estado.
Podemos entender y hasta admirar los sueños juveniles de revolución, pero no por eso negar que terminaron sembrando la muerte propia y ajena y que la guerrilla estaba convencida de poder enfrentar al Ejército en la dictadura, convencida de ser merecedora del apoyo popular.
No habría dos demonios, pero sí dos grupos que elegían el camino de la violencia para conducir a una sociedad a la que no imaginaban en condiciones de elegir por sí misma. Eran dos élites que se creían vanguardias iluminadas; aunque es cierto que la que ocupaba el poder era infinitamente más responsable de sus actos que la que lo enfrentaba, pero ambas coincidían en matar en nombre de un pueblo que jamás las hubiera elegido.
Siempre insisto en decir que Perón fue el último que intentó integrar a los guerrilleros a la democracia, les entregó gobernaciones como Buenos Aires, Córdoba y Mendoza; sin embargo, ellos intentaron seguir matando mientras conservaban sus cargos, consideraban a la democracia como un reformismo inútil, eligieron seguir matando y el asesinato de Rucci es la coronación de esa demencia.
Luego vendrían las excusas, López Rega y las tres A, como si ambas hubieran nacido de un repollo, como si los asesinatos de la guerrilla no tuvieran respuesta alguna desde los agredidos. La guerrilla y el Che Guevara no pueden ser justificados por el romanticismo ni por la popularidad que los rodea, aquel oportunismo del pasado culmina en estas miserias del presente.
La guerrilla y la mafia son dos expresiones de la ambición de quienes se consideran con derecho a matar a sus adversarios. Ambas son nefastas para la democracia y el desarrollo que sólo podemos alcanzar durante el ejercicio de la libertad. Recordar aquel Golpe debería servir para conjurar los vicios de este presente. Al no hacerlo, tomamos lo peor de esa historia.
Perón nos hablaba de una Tercera Posición que estuviera por encima de liberalismos y marxismos. El kirchnerismo es su contracara, es la tercera posición de lo nefasto, un intento de síntesis entre las mafias y la revolución, entre dos formas extremas de la ambición que justifican el asesinato de sus adversarios.