Recuerdos de mi infancia: un Diego en los ojos

El mágico recuerdo del superclásico del Metropolitano 1981, Boca 3- River 0. Amor eterno entre Diego Maradona y el verdadero bostero.

Recuerdos de mi infancia: un Diego en los ojos
Recuerdos de mi infancia: un Diego en los ojos

¡Dos años tenía, loco; Y me lo acuerdo! ¿Lo podés creer? Inolvidable grito el de mi viejo, sentado frente al Telefunken de casa, ese que tenía dos botones grandes y tres chiquitos que, cada vez que los tocaba (ya más grande), me ligaba un coscorrón. Claro, eran el color, el contraste y no me acuerdo que más. Igual qué importa eso, ahora. Lo que importa es ese viernes (¡sí, el superclásico se jugó un viernes por la noche!). Mi papá volvió a casa temprano, se sacó el bendito traje de todos los días y se sentó en su sillón, pidiendo silencio por noventa irracionales minutos.

Corría el primer semestre de 1981 y apenas comprendía que el amor debía tener los colores azul y amarillo. Ya los años se encargarían de enseñarme a amar a ese muchacho que aquella noche lluviosa y cubierto de barro, con la 10 en la espalda, provocaría un desparramo sin igual, para cerrar un clásico inolvidable.


    El Diego, en otro clásico del Metropolitano 81.
El Diego, en otro clásico del Metropolitano 81.

Durante el almuerzo de aquel día, mi viejo estuvo tarareando  Can't buy me love, de los míticos The Beatles, quienes once años atrás, exactos, a través de palabras de Paul McCartney,  habían dejado de existir. "That money just can't buy, money can't buy me love" ("Ese dinero simplemente no puede comprarme; el dinero no puede comprarme, amor"). Era el preludio de la danza, la lluvia y el barro, construyendo un romance que, a 39 años, se mantiene intacto.


    Maradona, ídolo eterno.
Maradona, ídolo eterno.


Las imágenes se sostienen y la foto se reconoce en cualquier contexto: Maradona quebrando la cadera y doblando sus rodillas para buscar otra dirección, Fillol empezando un rezo ante un Dios que no iba a perdonarlo y Tarantini iniciando un vuelo que quemará sus alas, tal como Ícaro, cuando pretendió desafiar al astro rey. El resto es conocido; una foto que tiene el flash en otro lado, producto del engaño de Diego, un estadio que no se ve y un balón que alcanza a sacarle la lengua al lateral millonario antes de convertirse en el 3-0 de una noche que un par de meses después (en agosto, precisamente), coronó para siempre a Diego y a Boca como los mejores de aquel Metropolitano de 1981.

¿Que cómo me acuerdo si tenía dos años entonces? No tengo idea. Habría que preguntarle a mi viejo, que todavía me habla de esa gambeta y se le ponen los ojos brillosos. A veces, cuando ve una jugada que provoca delirios, suele metérsele un Diego Armando Maradona en los ojos.

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