Desde hace bastante tiempo -al reflexionar y al hablar sobre temas que atañen a nuestra convivencia- en mi interior apareció una imagen que desea simbolizar el estado “anímico” en que se encuentra nuestra sociedad desde, hace ya, muchos años: un tejido deshilachado que es necesario -con urgencia- volver a recoser y retejer.
Aquella imagen de recoser o retejer se encontraba muy presente en los hogares de nuestra niñez cuando las mamás intentaban que nuestras vestimentas duraran un tiempo más y se vieran más presentables. Es muy posible que aquella imagen, y realidad, se encuentren, también hoy, presentes en muchos hogares a causa de la penuria económica.
Sirvan, aquellas imágenes o estas realidades, para poner en el centro de nuestra conciencia y atención el tiempo social que estamos viviendo y sufriendo; tiempo que nadie desconoce, del que todos hablamos y del que, por acción o por omisión, todos tenemos un tanto de responsabilidad. La frase que se utiliza, a menudo, para simbolizar lo que sucede -lo que “nos” sucede- es: “Estamos en crisis” o “el mundo está en crisis”.
Algunas señales
No escapa a la consideración de cualquier habitante adulto que las instituciones responsables de coordinar y ayudar a una correcta convivencia social -o lo más cercano a ella- se encuentran hoy desprestigiadas, tachadas de inoperantes, cuando no de corruptas. ¿Qué pensamos de nuestros políticos, de los que detentan los poderes Ejecutivos, Legislativos y Judiciales de nuestra Nación, de nuestras provincias y de nuestros municipios? Ciertamente, y no desde ayer, la valoración ciudadana sobre todos ellos es muy baja, rayando en la decepción, la rabia o la rebeldía.
Lo dicho se aplica, también, a las organizaciones empresariales, sindicales y financieras. Y, también, a la Iglesia Católica, que no debe señalar con el dedo y no debe rehuir el sayo que le corresponde en esto de retejer y recoser el tejido social argentino.
Desde el menos informado de nosotros, y hasta el papa Francisco -pasando por los grandes analistas sociales- todos afirman que “esto no va más”, que “estamos al borde del abismo”, que “esta economía mundial no sirve”, que “esta economía mata”, y varios etcéteras más.
Cabe invocar aquí los recientes informes internacionales que hablan de un 1% de la humanidad (aproximadamente 70 millones de personas) que poseen tanta riqueza como el 99% restante (aproximadamente 6.999.930.000 personas). Y que el 20% más rico de los habitantes “consume” el 80% de todo lo que se produce; mientras el 80% mayoritario debe conformarse con sobrevivir con el 20% de los productos ofrecidos. Nada digamos de quienes -en ciertos lugares de África, Asia y América Latina- “viven” con lo que se puede adquirir con dos (2) dólares por día.
¿Qué decir del multimillonario gasto mundial “diario” en armamentos, equipos, movilización y de las diseminadas guerras que el papa Francisco explicita al decir que “ya estamos en la tercera guerra mundial”? Es un verdadero y absoluto genocidio. No sólo por las personas a las que se da muerte sino, también, porque esa inmensa sangría de dinero podría sacar de la pobreza y de la indigencia a millones de personas.
Las insaciables ansias de los poderosos (en dinero y en decisiones) de “tener” siempre más. Aunque ello comporte guerras, expropiaciones, millones de excluidos y de migrantes y millones de inocentes sufriendo toda clase de penurias debidas a la ambición de algunos.
Y toda esta fractura humana se proyecta hacia la naturaleza, hacia nuestra casa común, que está siendo devastada por y para quienes hoy la habitamos y para las generaciones venideras.
No deberíamos sorprendernos por “las consecuencias” que se derivan de lo elencado muy sucintamente: miedo (no sólo temor), inseguridad, justicia por mano propia, indiferencia, aprovechamiento sobre los más débiles, casi inexistencia de los derechos y de las obligaciones. Cada cual, como dice la canción, “atiende su juego”. Y nos creemos tan inteligentes como para no advertir que, de esa manera, “todos perdemos” en este inhumano e infame “don pirulero”.
¿Podemos (y debemos) hacer algo? Para contrarrestar la realidad expuesta es necesario no obviar las causas profundas que la favorecen y construir un nuevo paradigma en el que la reducción de la desigualdad, la protección social y el cuidado de los más desprotegidos y de la naturaleza, sean prioritarios.
Entre los hitos políticos, casi cotidianos, existe un elemento común: el “rédito electoral del uso de la confrontación”. No de la confrontación de ideas sino la de personas, de colectivos, de naciones. Lo hemos visto, por ejemplo, en el debate sobre el Brexit, en el referéndum para un acuerdo de paz en Colombia o en la victoria de Trump en EEUU. Sin dejar de lado lo que, desde hace mucho años (¿desde 1810?), continúa sucediendo en nuestra Argentina
El insulto personal, la mentira, la desfachatez, la adopción de posiciones extremas e irreconciliables funcionan cuando se trata de ganar elecciones porque conectan con la indignación social y canalizan las ansias de seguridad y de proteccionismo de la sociedad. ¿Podrá darse que, de una vez para siempre, encontremos la cordura y el respeto, el diálogo verdadero y la búsqueda de lo que nos une como comunidad social? Dependerá de cada ciudadano y de cada una de nuestras instituciones.
En las instituciones gubernamentales se habla mucho de “transparencia”. ¿Es sólo una palabra o un buen deseo o se verifica en la cotidiana realidad? ¿Existe transparencia interna en los partidos políticos y en los sindicatos, en los procesos económicos y comerciales, en el proceder de nuestras instituciones? También esto depende de cada uno de nosotros y del conjunto social.
Francisco sigue alertando sobre la irresponsabilidad de esperar a un “mesías” que todo lo solucione. Más aún, nos sigue repitiendo que, de no mejorar nuestra democracia y nuestro sistema socioeconómico, las “derechas” más ríspidas terminarán ocupando los sitios de decisión política. Y con el aplauso de muchos, ante el desorden y la injusticia reinantes.
Sí. Es posible cambiar de rumbo. Pero para que esto ocurra, debemos salir de nuestro individualismo y egoísmo. Debemos pensar y actuar en “plural”, con los otros, con decisiones realistas que procuren el mayor bien ciudadano. Y esto contra toda evidencia, con fe en lo más humano que anida en nosotros y que nos anima a creer en la posibilidad de mejorar nuestro rumbo.
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.