Hace unos días se produjo el fallecimiento del profesor Rogelio Gateau. Uno quisiera que nunca ocurriera, pero habitualmente una generación nos deja antes que la siguiente.
Monsieur Gateau era un señor en el más amplio sentido de la palabra.
Con motivo de los 50 años del ingreso de la Camada XV al Liceo Militar General Espejo, me designaron para pronunciar unas palabras alusivas al acontecimiento; nunca supe la razón.
Pocos días antes me enteré que, por los profesores, lo haría Rogelio Gateau. Me asombré, era el profesor fundador del Liceo allá por 1948; al mismo tiempo supe que tenía ¡88 años!
Hice mi alocución muy emocionado un sábado; lamentablemente no estaba, había una frase dedicada a él. Concurrió el domingo. Fue impresionante el solo verlo: la prestancia de siempre, algunas canas más, un caminar cansino pero la misma estampa que inspiraba respeto y admiración. No todos tuvimos la suerte de convivir aquellas clases y el halago de conocerlo. Era un docente muy singular; docente de alma, excelente predisposición y eficiencia, tuvimos varios… pero en él había algo más. Su don de gentes, impresionaba a aquellos niños-jóvenes.
En sus clases, también aprendimos urbanidad y otras cosas imposibles de definir en palabras. Recuerdo su ironía para enseñar, sin reprender ni castigar: Alumno X, sugiero consulte al dentista por su segundo premolar inferior izquierdo (el susodicho había bostezado como un felino sin taparse la boca). Como ésa, una cantidad de otras ocurrencias similares. El resto, nos reíamos para adentro y asimilábamos el mensaje. Aprendimos francés, su idioma materno y mucho más.
Su alocución fue imperdible; con una lucidez envidiable, escuchamos una breve historia de su vida que desconocíamos; nos permitió comprender el porqué de esa personalidad única.
Luego del almuerzo y sobremesa, tuve el gusto de trasladarlo a su casa. En el trayecto manifestó que había disfrutado mucho la reunión, preguntó respecto de mi vida, etc.; pero lo más importante: mencionó que se sentía muy solo; ya no tenía amigos con quien hablar, con quien departir sobre cosa alguna.
Nos despedimos con un abrazo, yo apenado sabiendo que en nada podía ayudarlo después de todo lo que nos brindó; vivo en Buenos Aires. Recurrentemente lo recordaba; la lamentable noticia llegó.
En nombre de todos aquellos que tuvimos el inmenso placer de conocerle y aprender de su ejemplo -también el de aquellos de otras camadas que se identifican con estas palabras -, no lo olvidaremos mientras estemos vivos.
Mi tristeza y, seguramente la de muchos, por no haberle manifestado esto personalmente.
Que descanse en paz, lo tiene por demás merecido.
José Francisco Lewkowicz
Médico, XV CamadaLiceo Militar General Espejo.