Un reclamo educativo con actos de vandalismo

Alumnos que realizaron una reciente toma en el Colegio Nacional de Buenos Aires, una emblemática institución del sistema educativo en nuestro país, produjeron una escandalosa profanación en la cercana iglesia consagrada a San Ignacio de Loyola, vinculada

Un reclamo educativo con actos de vandalismo

Las pintadas y destrozos que produjo un grupo de los jóvenes que realizaban la toma del Colegio Nacional porteño tuvieron una trascendencia de tal magnitud que las imágenes se reprodujeron con rapidez por el mundo.

Un detalle sobresalía: el profanado es un templo de la orden de los padres jesuitas, a la que pertenece el papa Francisco. El ex cardenal Bergoglio, siendo arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, tuvo bajo su jurisdicción la histórica iglesia. Si se mide cuidadosamente la magnitud del agravio cometido, se llegará a la conclusión de que el episodio es meramente anecdótico en cuanto a los daños materiales producidos.

No obstante, uno de los aspectos gravísimos es la falta de respeto del alumnado responsable del hecho en cuanto a las confesiones religiosas vigentes en el país.

Desde el punto de vista político, un ocasional ataque a templos que representan a las comunidades judía o musulmana, por ejemplo, podría haber desencadenado hasta un impensado e innecesario conflicto de carácter diplomático.

Pero lo que más debe preocupar a la sociedad es que, posiblemente, los alumnos agresores desconozcan que lo que atacaron es un bien cultural emparentado con la rica y valiosa historia de la Argentina. No tuvieron en cuenta, tal vez porque nadie les enseñó (ni sus padres y quizá ni la propia escuela), la importancia de valorar el sentido histórico de un templo que forma parte de la piedra basal de la Argentina que compartimos.

Una agresión a la historia de una comunidad es posiblemente más grave que el atropello religioso cometido o la destrucción de bienes materiales riquísimos en historia, sin duda. Y más delicada aún es la indiferencia con que el resto del alumnado del colegio y sus respectivos padres tomó el tremendo hecho, totalmente ajeno al reclamo educativo que se realizaba mediante la toma.

Una transgresión que supera todo límite, producida en el ámbito educativo y formativo es característica de un erróneo criterio de permisividad tanto de padres como de autoridades.
La ofensa religiosa está cubierta con la elogiable reacción del arzobispo porteño, que dijo pretender conocer a los chicos agresores para dialogar con ellos.

Una lógica respuesta cristiana proveniente del mismo Evangelio: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", memorable frase de Jesús desde la Cruz.

La gravedad simbólica del hecho obliga a las autoridades a algo más que a un castigo determinado a los estudiantes que cometieron el desmán. Más bien indica a todas luces la necesidad de restaurar la autoridad y el orden en la educación argentina, lo que no tiene nada que ver con el autoritarismo y la represión, sino con el apego a las más elementales formas de respeto.

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