Ramonot: Un barrio que lleva el nombre de una moto

Recuerda al primer vehículo de este tipo fabricado íntegramente en el país, por una familia de origen francés que se instaló en Palmira. Un conjunto habitacional con muchas necesidades.

Ramonot: Un barrio que lleva el nombre de una moto
Ramonot: Un barrio que lleva el nombre de una moto

En la franja que va del carril Barriales hasta el carril Chimba, por calle Unión hacia el norte, casi en el límite con Junín, hay un conglomerado de 9 hectáreas perteneciente a Palmira, San Martín, que ha tenido un importante crecimiento en los últimos años, pero que tiene casi un siglo desde que se instalaron los primeros pobladores.

Sí, eran tierras de Pablo Ramonot, quien había viajado desde Francia a la Argentina y se instaló en la zona de Barriales, y a fines del siglo XIX compró algunas hectáreas en la zona, que dan origen al barrio que lleva su nombre.
 
En él hoy  viven cerca de 1.200 personas en 220 viviendas que se distribuyen en las 17 hectáreas de superficie. Muchas de ellas son norteñas y se dedican a cultivar chacras en pequeñas propiedades de Rodríguez Peña, Barriales o la Isla Grande.

"Ya estamos sacando los primeros tomates y tenemos un puesto de verdura sobre la Ruta 60 y eso nos alcanza para comer y mandar nuestros hijos a la escuela", confiesa Susana, quien hace unos años  se vino a vivir con su familia, teniendo nylon como techo y algunas cañas apretadas que hacían las veces de pared. Pero hoy viven en los módulos que construyó hace 2 años el Instituto Provincial de la Vivienda, y dice estar feliz porque "tenemos un techo digno".

Manuel Usubiaga (59) es un vecino que compró su lote hace 36 años y hoy vive con su esposa y sus 4 hijos. "Cuando yo llegué acá, habían unas diez casas y esto (señala a la calle) era un callejón".

Manuel es empleado municipal y dice que una de las cosas que más le preocupan de su barrio es la inseguridad porque "a mí ya me han robado 2 veces" pero que le gusta vivir en el lugar porque "ya llevo muchos años, la mayor parte de mi vida, y a esta altura, ya no deseo cambiar".

Hoy,  Santiago Riveros (23) está a cargo de la Unión Vecinal porque algunos de sus miembros han ido renunciando. "Tenemos personería jurídica y los balances al día, y siempre estamos haciendo gestiones para mejorar el barrio", relata. Pero antes de marzo, quizá deba refrendar sus pergaminos en una asamblea que ya han pedido algunos vecinos.

Uno de los más conocidos vecinos es Hugo Flecha García (59), militante social que hace unos años promovió la ocupación de tierras en las que edificaron su vivienda 150 familias. "Eran tierras incultas y abandonadas, yo comencé a trabajar inspirado en el movimiento de "los sin tierra" (de origen brasileño) y gracias a estas acciones hemos podido brindar dignidad a muchas familias que lo necesitaban".
 
Asegura que esas conquistas no han sido fáciles ni livianas para él porque "estuve detenido 4 veces, la última el año pasado, por exigir respuestas para gente que no daba más", y que "volvería a actuar como la primera vez, siendo solidario y compartiendo el pan con quien no lo tiene, siempre luchando por el derecho a la  tierra", dice el ex arquero de Palmira entre 1974 y 1981, que a su vez es peluquero.Los vecinos coinciden en que hoy necesitan una plaza "para que puedan jugar nuestros niños" y una sala de Primeros Auxilios "para que no tengamos que caminar 2 kilómetros hasta  Palmira para poder atendernos".

Pero eso es lo que falta, porque están orgullosos de lo que tienen. Y enumeran los servicios con que hoy cuentan: gas natural, cloacas, agua potable y alumbrado público, además de un SUM con Jardín Maternal y la escuela República de Colombia, ubicada en el carril Barriales. Pero hay otros vecinos que no desean hablar.
 
Tienen miedo. Señalan un grupo de jóvenes que antes de las 11 de la mañana, bebe cerveza sentados bajo la sombra de un álamo. Y apenas entre dientes deslizan que "en la noche el barrio se pone pesado, porque es la droga la que manda".

Ajenos a los peligros mundanos, con esa inocencia con la que se suelen manejar, un manojo de niños desafía el sol ardiente del mediodía de enero y espera turno para que todos puedan pasear en la única bicicleta con la que cuentan.

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