Ramón y Román, una sociedad secreta y compartida

Al DT y al diez los separan las camisetas, pero no el modo de actuar. Han logrado lo que pocos: meterse en el corazón del hincha de River y Boca, respectivamente. Por eso, manejan los tiempos y marcan la cancha a su manera. Por Fabián Galdi.

Ramón y Román, una sociedad secreta y compartida
Ramón y Román, una sociedad secreta y compartida

Bastaría invertir una vocal de lugar para que Ramón se transformara en Román y viceversa. No sólo la similitud en cada uno de los nombres que los convierte en fácilmente identificables es el signo distintivo del entrenador y del futbolista, sino que en ambos casos se trata de los máximos referentes que tienen River Plate y Boca Juniors hoy día, respectivamente. Uno, tanto con los pantaloncitos cortos como en su etapa de DT; el otro, aún con la diez en la espalda. Y encima, con otra carta credencial en común: la de prodigarse una admiración mutua, más allá de ser íconos antagónicos entre "millonarios" y "xeneizes".

Ramón Díaz y Juan Román Riquelme construyeron sus historias en los dos clubes futbolísticos más emblemáticos de la Argentina a partir de una misma base, la de ganarse un espacio propio sin que nadie les regalase un centímetro de terreno.

Surgidos, en ambos casos, desde las divisiones inferiores, el consolidarse en la etapa formativa a temprana edad para luego convertirse en profesionales tuvo otro punto de contacto: haberse consagrado previamente campeón del mundo con las selecciones juveniles argentinas en 1979 (Japón) y 2007 (Malasia), en forma respectiva. Ya en Primera, después de haber dado vueltas olímpicas en campeonatos nacionales, Ramón y Román supieron alcanzar el máximo reconocimiento internacional, tanto en la Copa Libertadores como en la Copa Intercontinental. Y, además, la mayor de todas las conquistas en el plano individual: la de de haberse ganado el corazón del hincha, lo cual en el código del fúbol significa la concreción definitiva del éxito genuino.

La semana pasada encontró a los dos – una vez más – en el foco de la atención mediática aún en los días previos a la llegada del Mundial y con figuras de la talla de Messi, Agüero y compañía ya en suelo argentino. En el caso del entrenador, por haber presentado abrupta y sorpresivamente la renuncia a su cargo en River. En el del jugador, por dilatar su respuesta y diferir las negociaciones por la renovación de su contrato con Boca, el cual vence a fines de este mes. Casi como si fuera un efecto dominó, la causa fue la misma: falta de empatía con la conducción de su respectivo club.

Las consecuencias, en este caso, no serán necesariamente simétricas: uno se fue y el otro intenta quedarse; los motivos sí son idénticos: sentir que sus propios nombres están por arriba de los de Rodolfo D ´Onofrio y Daniel Angelici en la consideración popular. Y tanto Ramón como Román responden al termómetro de la popularidad más que a las voces protocolares de escritorio.

Ramón Díaz venía de tolerar un matrimonio por conveniencia con el entonces presidente riverplatenses Daniel Passarella y no quiso repetir la experiencia con la actual gestión de D ´Onofrio. A fines de 2012, el “Pelado” suplió a Matías Almeyda en la conducción del plantel profesional del “Millo” y llegó cual si fuera un manotazo de ahogado del “Kaiser” para apuntalar su ya agrietada presidencia. Un aceptable segundo puesto en el Final 2013 pero una frustrante performance en el Inicial 2013 lo dejaron sin escudo protector. Las elecciones produjeron un cambio de timón en el club y hubo un apuntalamiento de la nueva dirigencia a partir de un almuerzo en conjunto tras el que el riojano aceptó una rebaja de su propio sueldo como señal de apoyo a la virtual economía de guerra en Nuñez, debido a la afligente situación económica heredada de la gestión anterior.

Más allá del idioma de los gestos, lo cierto es que Ramón pateó el tablero al anunciar en forma taxativa su renuncia en un encuentro con D ´Onofrio y el secretario técnico Enzo Francescoli, a mediados de la semana anterior, lo cual desencadenó una reacción inmediata de la dirigencia reconociendo que ya no había vuelta atrás y de allí que se aceleraron los tiempos para decantar en el acuerdo con Marcelo Gallardo. Fue evidente, además, que el “Pelado” quiso irse en ganador, luego de la obtención del Final 2014 y de la Súper Final 2014. Un lenguaje gestual que ni siquiera necesitó de explicaciones: el hincha de River ponderó los dos logros conseguidos durante mayo pasado como un bálsamo ante la herida profunda de la pérdida de categoría en 2011.

Riquelme, en tanto, transita otro de los ciclos de relación forzada con Angelici. No son nuevos los problemas de convivencia, cuyo origen se remontan a seis años atrás cuando el actual presidente era tesorero de Boca. Es más, el directivo se identifica políticamente con Mauricio Macri, quien también atravesó inconvenientes durante su gestión presidencial en La Ribera tanto con Carlos Bianchi como con Román.

A fines de 2012, por ejemplo, el futbolista declaró en la revista “La Garganta Poderosa” que no quería que el “Virrey” volviera a dirigir en el actual ciclo porque, según se publica en la entrevista, “ya ganó todo y quieren que le vaya mal para criticarlo”. En ese mismo año, Riquelme había anunciado a sus compañeros que iba a dejar de jugar y lo hizo en el peor de los escenarios: el partido de vuelta por la final de la Copa Libertadores, en San Pablo, ante Corinthians. Si bien se encargó de saludar uno por uno a los jugadores tras el partido, lo cierto es que el anticipo lo había hecho un día antes su hermano Cristian, por las redes sociales. “Me siento vacío”, fue su explicación. La causa real había que encontrarla en dos direcciones: la fría relación con el entrenador Julio Falcioni y problemas de atraso en el pago de la suma acorada con el club. Los días siguientes lo hallaron gravitante en zona de influencia a través de sus declaraciones, entre estas “me sigo entrenando solo”, “juego al fútbol con amigos” y “no me gusta el estilo de juego del equipo”. 

En este pasado Torneo Final, Román utilizó la Bombonera como una caja de resonancia y lanzó mensajes entrelíneas a la dirigencia cada vez que pudo. El último fue el más contundente: “Quiero jugar hasta los 40 años”. Más allá de la frase, que puede interpretarse en tono de ironía y de hasta superar el registro de Martín Palermo, su antagonista, quien se retiró a los 39, lo cierto es que el diez marcó la cancha y dejó claro que estaba lejos una jubilación anticipada. Ahora, con la inminente reforma de los torneos, busca un contrato de 18 meses hasta diciembre 2015. Si bien Angelici ha contestado con evasivas, el vice Juan Carlos Crespi deslizó al cierre de la semana pasada que las condiciones están dadas para que el vínculo siga.  

En el último superclásico oficial (2-1 para River), volvió a haber un encuentro entre Ramón y Román previo al partido, cuando el diez se acercó hasta el banco de suplentes visitante y con el DT intercambiaron un saludo afectuoso. Tras el juego, consultado por la prensa, el entrenador se deshizo en elogios para Riquelme: “Es uno de los grandes jugadores argentinos y si fuera directivo de ese club le renovaría el contrato por diez años”. Más que humorada, la confirmación de que piensan y sienten igual. Y que los divide la camiseta pero no el sentido de pertenencia a los códigos futboleros, aunque les toque compartirlos a la distancia.

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