Rafael Rodríguez: "Soy un ferviente admirador de Maupassant"

Interpretó al escritor francés a fines de los '70. Hoy vuelve a la escena con una nueva versión de aquel texto pero, esta vez, como director.

Rafael Rodríguez: "Soy un ferviente admirador de  Maupassant"
Rafael Rodríguez: "Soy un ferviente admirador de Maupassant"

Rafael Rodríguez siempre sintió fascinación por Guy de Maupassant. Por aquel escritor, novelista y cronista que hechizó con sus relatos al París del siglo XIX; pero también por ese hombre de ojos tristes, que vivió -y murió- acosado por alucinaciones y fantasmas. Perdidamente loco.

“Amo a Maupassant”, dice, con voz de trueno. Y, sin saber, comienza a dibujar la imagen del francés. “Lo amo por su vida, su historia, su obra y su soledad. Fue un hombre que tuvo todo y a la vez no tuvo nada. Un ser que tuvo la desgracia de estar con gente para estar acompañado. Porque era tan grande el deseo de estar acompañado, de saber quién fue su padre, que no supo gozar de las personas”.

Rafael Rodríguez sabe bien de lo que habla. Debajo y arriba del escenario se animó a perseguir el rasgo de las obsesiones del escritor realista. Devoró sus cuentos y novelas ; estudió a sus biógrafos; indagó en sus desvaríos y en su vida disoluta. Luego plasmó todo ese material en “Maupassant”, texto que interpretó y dirigió en 1979, en el teatro Independencia.

Con una versión renovada de aquella obra, el actor y director vuelve hoy a las tablas en la primera producción escénica de la Municipalidad de Capital. Para cerrar el paréntesis que lo mantuvo alejado del teatro (la última obra que dirigió fue “La cantante calva”, en 2007); y para sumergirnos, otra vez, en la vida tormentosa de uno de los mayores “fantásticos oscuros”.

-¿Qué renovó su interés por Maupassant?

-En realidad, Maupassant había muerto para mí en 1979; fue un personaje que me dio muchas satisfacciones. La idea de esta reposición fue de Guillermo Romero, quien vio aquella puesta y había quedado muy loco con aquel Maupassant. Pero ya no soy el mismo de entonces. Estoy un poquito crecido (risas)

Por eso buscó quién cumpliera con el ‘physique du rôle’: el experimentado Guillermo Troncoso; y convocó, como compañeros de escena, a Silvia del Castillo, Darío Anís, Francisco Molina, Julieta Gentile y Margarita Cubillos. “Todos hacen varios personajes; sólo valiéndose del trabajo del actor”.

-¿Qué mantuvo de la puesta original?

-Quedaron algunas cosas de aquél tiempo: deseché y sumé escenas; y cambié el final. Pero sobre todo respeté la puesta del tipo despojada y en donde todo recae sobre el trabajo del actor. El actor es la escenografía, el maquillaje, el vestuario, la luz e incluso el sonido.

Seis sillas móviles (bajo luz de sala) les bastan a a los actores para recrear los mundos, interiores, literarios -siempre tortuosos-, que transitó el escritor francés en sus cortos 42 años; un derrotero signado por manías persecutorias, estudios, borracheras, lecturas y descubrimientos.

El eje del relato “El Horla” (1887), un cuento de horror cuyo protagonista es asediado por un ser invisible, una presencia que lo envuelve y lo empuja, inevitablemente, hacia la locura.

-¿Cuál es el valor de Maupassant en la escena actual?

-En Europa ha sido uno de los grandes cuentistas junto con Chéjov y Gorki; y uno de los referentes del cuento de terror junto a Allan Poe y Lovecraft. Maupassant siempre intentó descubrir que había más allá.

Esta inquietud, manifestada en sus devaneos con lo sobrenatural, es advertida por el mismo Maupassant (Troncoso) en los primeros minutos de la obra: “Todo es misterio. Sólo nos comunicamos con las cosas mediante nuestros sentidos, incompletos, paralíticos, tan débiles que apenas tienen poder para comprobar lo que nos rodea. Todo es misterio...”

Incluso su nacimiento y su muerte. En el primer caso, hay datos encontrados: aunque su partida detalle que fue en en el castillo de Miromesnil, en Dieppe; uno de sus biógrafos señaló que había nacido en en Fécamp, en el Bout-Menteux. En el segundo, porque la crónica de sus últimos años, encerrado en un manicomio a orillas del Sena, abunda en vaguedades y silencios. “Sólo pude averiguar algo que dijo alguna vez: que su madre se había acostado con Dios. Por eso él era el hijo de Dios. Después no escribió más”.

Se sabe, en cambio, que su locura fue una enfermedad congénita; que se volvió adicto a la morfina y al éter y que coqueteó con el suicidio varias veces. Hasta ¿descansar? en el cementerio de Montparnasse.

También que Flaubert fue su nexo con los intelectuales parisinos (entre otros, Émile Zola). “No sólo lo apadrinó sino que también lo asesoró intelectualmente; además de criarlo junto a esa madre terrible que tuvo. Por eso muchos coinciden en que Flaubert pudo haber sido su padre verdadero”.

Rafael Rodríguez se queda en silencio. Se repregunta, en voz alta: “¿Por qué volver a Maupassant? Porque creo en su obra fervientemente y considero que no ha pasado. Y si baja hacia nosotros, como un maná, hay que comerla, atesorarla”.

-¿Hay textos de Maupassant en la obra?

-Sí, por supuesto: un 85% son sus palabras. En la obra hay un parangón constante entre su vida y su obra. Su léxico es una maravilla. Soy de los que se rinden al texto. La vedette del teatro es el texto.

Rafael Rodríguez recita un fragmento: “Dice Maupassant: Los locos me atraen. En todo caso, me pregunto: ¿a quién no le atraen los locos? Y cuando te atraen, ¿por qué es? ¿Para descubrir cuánto de verdad hay en ellos? ¿O qué de mentira en mí?. Sin embargo, no necesariamente hay que estar loco para hacer teatro (risas). Bueno, tal vez en un ambiente como el nuestro, sí.

-¿En qué sentido lo cree?

-Porque nada cambió desde la primera vez que vine a Mendoza, allá por el ‘64. Estamos igual: la gente que ocupa cargos culturales de toda la provincia cree que los artistas (actores, músicos, bailarines, directores) debemos estar al servicio porque, simplemente, esto nos gusta. Nos gusta sí, pero pagamos el boleto en micro y la carne. Alguna vez se nos tiene que pagar como se debe.

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