Radiografía de Macri 2017, superstar

Radiografía de Macri  2017, superstar
Radiografía de Macri 2017, superstar

El domingo 2 de abril de 2017, en estas mismas columnas, bajo el título de “Cómo se hizo Macri, cómo llegó adonde llegó y quién es hoy”, sintetizamos el aporte de mendocinos que frecuentaban a Mauricio Macri o que lo conocían desde antes, para ver si el presidente era un nuevo fenómeno de la política en un país peronista-radical, o si en realidad sólo era una continuación del viejo liberalismo clásico o alguno de sus neos.

Ahora, quienes pudieron observarlo entre el triunfo de las PASO y la consagración de octubre, ratifican o rectifican sus pareceres.

Si bien nunca lo despreció, desde que está en la presidencia, Macri revaloriza cada vez más las virtudes del Estado, precisamente por la carencia de ellas. Sabe, como no sabía antes, que no existe receta extraída de la lógica empresarial para suplantar a la política, pero aún no encuentra una fórmula precisa para hacer funcionar un Estado que, paradojalmente, dejó de funcionar durante la década más estatista que se haya vivido.

Ahora bien, no es privatista pero sí desea asociar la lógica privada de administración con la estatal. No se trata de un CEO reciclado a la política, sino de un político que defiende esa concepción. Para él la lógica empresarial y la política, conociendo ambas, son distintas, pero eso no implica que la primera no pueda ayudar a la segunda.

Lo suyo tiene poco que ver con las políticas de los años 90, como lo acusan los K. Aquello fue una fusión de peronistas conversos al liberalismo que -como todo converso- al poco tiempo eran más fanáticamente neoliberales que  Reagan y Thatcher juntos, aliados con los más oportunistas y menos escrupulosos de los liberales tradicionales. Las Marías Julias, las Adelinas o los Albamontes.

Mientras que los liberales más serios no cayeron en la tentación de querer copar al peronismo por la ventana menemista. Si de noventistas estamos hablando, los que sí provienen de aquellos tiempos son gente como Amado Boudou o Sergio Massa, quienes no parecen haber perdido demasiado los vicios de sus orígenes, por la corrupción del primero o el oportunismo del segundo.

Cuando recién estaba madurando a la vida pública, sus principales maestros políticos fueron gente como Carlos Grosso o José Octavio Bordón antes de que éstos encabezaran las huestes renovadoras del peronismo de los años 80. Hoy Grosso sigue siendo un asesor fundamental de Mauricio. Éste no lo muestra porque está desprestigiado pero lo consulta siempre en los temas grandes de la política.

La diferencia es que renovadores como Grosso o Bordón unieron mucho, cuando les tocó protagonizar la política nacional, sus prácticas renovadoras con las ideas  del sector progresista del peronismo cuando éste aún no se volcaba en masa al kirchnerismo.

Mientras que Macri jamás entendió  ni compartió la mentalidad del “progre”, al que siempre sintió ajeno a su personalidad. De Grosso y Bordón les encanta su intento de darle racionalidad republicana al peronismo discutiéndole su carácter movimientista y sus excesos autoritarios. Es, digamos, lo máximo de peronismo que Macri puede llegar a incorporar a su práctica.

Si hay algún político con el que se siente referenciado es con Arturo Frondizi, en particular por su programa, ese que casi no pudo cumplir por el doble ahorcamiento que sobre su gobierno practicaron militares y peronistas.

Más que la idea “desarrollista”, de Frondizi le interesa su propuesta “integracionista”, esa por la cual pueda sintetizar una política compartida por empresarios y sindicalistas, el Estado y los privados, civiles y militares, federalismo en lo local y global en lo universal, etc.

Como que sintetizando esos opuestos podría sacarle  todo signo ideológico a su gobierno, que es lo que quiere para horror de los progres.

Haber puesto en su gabinete juntos a figuras como  Jorge Triaca en Trabajo y Patricia Bullrich en Seguridad es algo para analizar. Siendo ministra de Trabajo durante el gobierno de Fernando de la Rúa, Patricia se enfrentó duramente a gente que expresaba las ideas de sindicalistas como los Triaca.

Y sin embargo hoy conviven porque en el tema sindical Macri no piensa ni como Alfonsín ni como De la Rúa, ni en general como el radicalismo. El siempre soñó tener su pata sindical o al menos lograr un acuerdo empresarial sindical global.

Acá también se parece más a Frondizi que a los radicales. Quiere modernizar el sistema sindical pero a través de una política de integración y no de conflicto o ruptura con el modelo actual.

Por eso les devolvió el manejo de las obras sociales que Cristina les confiscó desde que se peleó con Moyano.

Así, ahora tiene a un hijo de sindicalista en su gobierno pactando con sindicalistas.Y en Seguridad a una ex montonera que tiene una lógica bastante verticalista de la política y por eso defiende como defiende a Gendarmería en su lucha contra la droga.

En cuanto a sus referentes internacionales, por supuesto que tiene afinidad ideológica con gente como el chileno Piñera o el español Rajoy, pero donde hoy se siente plenamente identificado es con el francés Macron.

Tanto que si no estuviera ocupado siendo presidente de Francia, Macri no dudaría en ofrecerle el cargo que quiera en su gobierno. Lo ve como una nueva generación política que no le hace asco a ganar dinero desde la empresa pero cuya principal vocación es la pública y su pasión por la gestión supera cualquier ideología. Macron es para Macri él mismo una generación menor.

Con Obama coincide en muchas cosas, se admiran mutuamente, pero no son lo mismo. Comparten el diagnóstico del presente pero las tradiciones políticas de donde provienen son mundos  alejados y nadie puede liberarse enteramente del pasado, ni sería bueno que así fuera porque entonces la experiencia serviría de casi nada.

Con Donald Trump tiene una relación similar a la que tiene con su padre. Con gente como el presidente norteamericano Mauricio convivió durante toda su vida empresaria. Pero hoy los ve como un tanto cavernícolas, como el hijo que debe enfrentarse con el padre para ser él mismo. No tiene desprecio ideológico por Trump, lo siente culturalmente cerca, pero a la vez se ve como un modernizador tanto de Donald como de Franco.

Por formación no mamó de la cultura democrática institucional de la UCR, pero por personalidad no posee el autoritarismo que suele mostrar el peronismo.

El kirchnerismo lo golpea mucho con el tema de los derechos humanos porque sabe que allí sus convicciones son más frágiles, pero no es porque sienta antipatía por ellos sino porque en las últimas décadas el tema de los derechos humanos ha sido apropiado por sectores que ideológicamente nada tienen que ver con Macri, a los cuales él no entiende o siente demasiado alejado de su mundo.

Sus enemigos políticos tienden a confundir su relativo desinterés con complicidad dictatorial, pero eso es algo traído de los pelos que cada vez que se lo intenta usar les resulta un fiasco, como les va pasando con Maldonado.

Macri es susceptible de todas las críticas, pero difícilmente se lo pueda encajar en categorías dictatoriales o noventistas, porque, incluso más allá de su voluntad, expresa nuevas realidades  que los dueños de la política anterior se niegan a admitir, y así les irá mientras no acepten la novedad, cuyo reconocimiento no implica que les deba gustar. Pero sin entenderla seguirán siendo derrotados por la novedad.

Elisa Carrió es su aliada inesperada, como que la historia hubiera hecho coincidir a dos destinados a combatirse. Ella es el aliciente que le faltaba, una portadora de la república moral preideológica con la que Macri puede entender algo de ese progresismo que de otro modo siente tan ajeno.

Ella lo critica y le pone límites por un lado, pero por el otro le da mucha autoestima, lo hace sentirse incluso más de lo que es. “Vos podés superar y ser mejor que tu padre”, le dice siempre a un Macri que la mira con un dejo de dudas, pero también con un dejo de entusiasmo. Es la única que le insufla épica al ingeniero pragmático.

Dos mediáticos que suelen pelearse en tevé son santos de la devoción de Macri: Julio Bárbaro y Fernando Iglesias, pese a que tan poco en común tienen ambos entre sí. Iglesias le fascina no tanto por su duro antiperonismo sino por ser un gran polemista, que es de lo que carece el macrismo.

Pero Bárbaro expresa un peronismo con el cual él simpatiza, pero que no entiende por qué lo critica, por eso de tanto en tanto se reúne para indagar acerca de las diferencias entre ambos.

Para Macri un pensador que cree que la causa original del mal argentino es el peronismo y otro que cree que el abrazo Perón-Balbín fue un hecho histórico trascendental, pueden ser sintetizados en su mente pragmática.

Para horror de los macristas más duros, que quisieran un jefe con relato antiperonista, quizá sin darse cuenta de que Macri suele ser indiferente no sólo a cualquier ideología, sino también a cualquier relato.

Jaime Durán Barba es a Macri lo que Ernesto Laclau fue a los Kirchner. Es que cada cual tiene el ideólogo que se le parece. Los Kirchner le compraron la receta teórica a un émulo izquierdista de Frankenstein que quería transformar al populismo en el nuevo nombre de la revolución y que les explicaba cómo hegemonizar al país, mientras que Macri se siente fascinado por ese encuestólogo con amplia formación académica generalista que mezcla ambas cosas para venderse como un científico del marketing y la publicidad, un teórico de la nueva política, que según él, aún no figura en los libros pero que ya predomina en las redes. A pesar de que ambos parecen más macaneadores que teóricos, lo cierto es que hasta ahora Durán Barba parece pegarla más de lo que lo hiciera Laclau, pero eso es opinable.

Sin embargo, el verdadero pensador de cabecera de Macri es Alejandro Rozitchner, quien predica una filosofía de autoayuda que al presidente le encanta. Como magníficamente bien lo define internet, se trata de un especialista “en temas motivacionales, brindando cursos sobre el entusiasmo y la alegría”.

Es que Alejandro tuvo con su padre los mismos problemas freudianos que Macri con el suyo. Franco era un empresario autoritario que no dejaba que nadie creciera a su lado, mientras que el padre de Alejandro, León Rozitchner, era un progre durísimo que los últimos años de vida se hizo K fanático y que de vivir hubiera odiado como odian todos los K a Macri.

Para atemperar a sus padres, tanto Mauricio como Alejandro salieron un poco más frívolos en lo que hace a ideología. Ambos se ven como almas gemelas, dos maltratados que vienen a vengarse de la mano dura paterna con una “ideología” que reivindica la felicidad y la alegría.

Por último, a Macri le está resultando tan fácil pelear contra las K porque a éstos el odio los tiene obnubilados y ni siquiera se ocupan de entenderlo para combatirlo mejor. Ellos sólo creen que se trata de una nueva derecha que les roba sus consignas, o sea que es más pérfida que la vieja derecha.

Además, sabedor de que relato contra relato pierde, Macri no tiene relato alguno, lo que más quiere es compatibilizar y apropiarse de todos los relatos posibles, aunque sean contradictorios. Quiere mostrarse, y lo hace bastante bien, como un tipo normal que rechaza esa excentricidad que fue el kirchnerismo al menos en su última etapa, que ideologizó nuestros principales defectos.

En todo caso Macri desea ser un contrarrelato ya que todo lo que se le oponga a los K le viene bien, y mientras más dure el discurso K mejor para él, porque así el peronismo no podrá volver a crecer. Y entonces Macri superstar podrá brillar solo en la nueva Argentina, lo cual no es lo mejor que nos podría pasar.

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