Desde que Mauricio Macri dijo que si era elegido, el 11 de diciembre no habría más cepo al dólar, se ha desatado una muy interesante polémica al respecto. Es necesario recordar que, desde que se derogó la Ley de Convertibilidad monetaria y el gobierno se apropió de los dólares que las personas y empresas tenían en los bancos, ha existido un régimen de control de cambios.
Esto implica que los dólares (divisas) que ingresan los importadores o quienes ingresan capitales al país, van obligatoriamente al Banco Central, que les entrega pesos a cambio. Es decir, el gobierno considera que las divisas no son de quienes las generan sino del Estado.
A su vez quienes necesitan comprar dólares, euros o cualquier otra moneda, en forma legal, debían recurrir al Banco Central y la AFIP, quienes autorizaban o no la compra. A medida que el gobierno se fue quedando con menos dólares fue aplicando más restricciones a la venta, hasta que finalmente en 2011estableció el popularmente denominado cepo cambiario.
Se trata de un régimen de racionamiento de entrega de dólares, donde el Estado decide quiénes, para qué y cuántos dólares pueden comprar; o directamente no pueden comprar nada. Como los dólares son cada vez más escasos, las restricciones son mayores, afectando a las importaciones, y la falta de éstas contribuyen al estancamiento de la economía.
El cepo no ha sido un incentivo para el ingreso de divisas, sino que las ha disminuido. Ni ha impedido que ellas sigan saliendo del país, ya que el gobierno se vio obligado a mantener abiertas dos pequeñas ventanas para la salida de dólares. Una fue la del llamado dólar tarjeta, usado intensamente para viajes de turismo y/o compras en el exterior.
La otra ha sido la autorización de compras del denominado dólar ahorro, que autoriza la AFIP, con criterios que al parecer sólo conoce la computadora que responde a los pedidos. Esta segunda ventana viene incrementando las ventas en los últimos meses, a pesar de que las diversas medidas represivas del mercado paralelo han reducido la brecha cambiaria.
Desde luego que a medida que se intensifica la campaña electoral, y nos aproximamos a las elecciones aumenta el interés por saber qué piensan hacer con el cepo quienes tienen posibilidad de suceder al actual gobierno. Pero pensamos que sería conveniente que los candidatos dijeran qué piensan hacer con el inmenso y pesado cepo que tiene completamente agobiada y exhausta a la economía argentina.
Ese cepo que se puede definir como la virtual estatización del funcionamiento de la economía, convertida en la práctica en una actividad dirigida por la burocracia estatal. Este debería ser el núcleo central del debate, porque tal es el problema, del cual el cepo cambiario es sólo una manifestación.
Bastan algunos de las decenas de ejemplos que se podrían dar, uno de ellos justamente el causante de la falta de dólares, las variadas formas de obstaculizar las exportaciones, cuyos casos más emblemáticos han sido la carne vacuna, el trigo y el maíz.
Al margen de las groseras retenciones que afectan a esos productos, se aplicaron cuotas de exportaciones, formas burocráticas de limitación como registros y autorizaciones previas o prohibiciones lisas y llanas.
Con su consecuencia lógica: menos exportaciones y menos producción, menos dólares que ingresan al país. Si a ello agregamos la deliberada política de atraso del tipo de cambio, vemos el panorama lamentable en que se ha sumido a economías regionales como la nuestra.
Pero también forman parte del cepo el desaforado crecimiento del gasto y el empleo público improductivo, la carga impositiva más alta de la historia y una inflación que corroe toda la actividad.
Son parte del cepo la formación de una seudo burocracia técnica que obliga a las empresas y a las personas a dedicar enorme cantidad de tiempo a presentar en decenas de organismos públicos cuantiosas informaciones, que sólo sirven para el chantaje y la extorsión.
Hoy las empresas, los productores, detentan la propiedad formal de sus empresas, pero es la burocracia estatal la que decide qué pueden producir, a quién vender, a qué precio. Esto, y mucho más, es el cepo que asfixia la iniciativa, la creatividad, la innovación. Sobre esto hay que debatir.