Quino: los primeros trazos

Joaquín Salvador Lavado nació el 17 de julio de 1932 en Guaymallén, en el seno de una familia de inmigrantes andaluces. Su infancia mendocina lo marcó para siempre.

Quino: los primeros trazos
Quino: los primeros trazos

Ya sabemos que, para celebrar sus 80 años, Joaquín Salvador Lavado, Quino, eligió volver el 17 de julio de este año a su tierra natal. El "padre" de Mafalda regresó así al paisaje de su infancia, ése que lo esperaba con una bienvenida íntima y con la inevitable pompa del homenaje.

¿Qué significa Mendoza para Quino? Una de las imágenes más nítidas que guarda (y que contó en una entrevista realizada por Rep y Martín Pérez) resume esas largas siestas mendocinas: "No se podía escuchar la radio y se tenía que dejar entornada la puerta del zaguán durante tres meses. Antes de mi madre murió mi abuelo, y después de ella fue mi padre. Así que prácticamente me pasé de luto de los diez a los dieciocho años".

Hijo de emigrantes andaluces, de Fuengirola (Málaga), su familia comenzó a decirle ?Quino' desde pequeño, para no confundirlo con ese tío tocayo, ilustrador publicitario, que despertó tempranamente su vocación de dibujante.

De hecho, recién en la escuela primaria descubrió que su nombre era Joaquín, mientras padecía los problemas del Felipe que luego nacería de su mano: "Me angustiaba tanto que en los primeros tres meses tenía malas notas, pero después terminaba el año con notas altas, aunque nunca era el primer alumno, y eso me daba bronca".

No sólo el sentido trágico y el humor negro de los andaluces lo influenciaron. Las revistas a las que el tío estaba suscripto le abrieron la retina y, de paso, el maravilloso mundo del humor mudo: Life, Esquire y Saturday Evening Post. Claro que a los 18 años descubrió París Match y a sus dibujantes favoritos Jean Bosc y Chaval. "El humor que me gustaba era el de ese dibujo de Chaval en que el tipo va mirando por la ventanilla de un avión y ve pasar un tranvía".

Lo cierto es que pasó su infancia entre revistas, también entre aquellas cuyos nombres quizá el lector recuerde: Patoruzú, Rico Tipo, El Tony y Tit Bits. "Hay una cosa de la economía del momento que no me cuadra, porque me acuerdo que mi padre para comprarse un traje tenía que pedirles una forma a sus amigos para sacar un crédito... y, sin embargo, en mi casa se compraba todo tipo de revistas. Así que, o las revistas eran baratas, o los trajes eran carísimos."

Y así fue creciendo, en una casa de sobremesas picantes: "Niño, ven pa'acá", cuenta que le decía su abuelo. "¿Tú sabes lo que es una misa?" El niño respondía que no. "Una congregación de ignorantes adorándole el culo a un tunante", remataba. La abuela era comunista. Los padres, "socialistoides".

Todavía en Mendoza, el joven Joaquín vivió ese trágico 1945: con apenas 13 años, la muerte de su madre lo marcó entre los símbolos del luto y los silencios, mientras la Segunda Guerra Mundial desataba los debates familiares. "Se armaban unas discusiones del carajo", recuerda en la entrevista mencionada. "Por eso es que yo siempre fui muy politizado."

Había empezado a dibujar como todos los niños, a los 2 ó 3 años, pero a los 14 decidió, conscientemente, que su vida seguiría esa línea. De modo que empezó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Mendoza (esa por la que desfilaron talentos como Carlos Alonso y Luis Quesada, entre muchos más) hasta que, dos años después, luego del fallecimiento de su papá, decidió abandonarla para convertirse en autor de historietas cómicas.

Quizá haya tenido algo que ver con su perspectiva (eso de estar parado ?adentro', pero atento al ?afuera') el hecho de que su padre trabajara en una tienda que se llamaba "A la ciudad de Buenos Aires" y el tiempo que pasó hojeando esas revistas extranjeras.

¿Su primer trabajo? Un anuncio de una tienda local. "Recuerdo que era para una tienda de sedería y que se llamaba Sedalina, pero prefiero no tratar de pensar cómo era esa publicidad, porque seguramente me avergonzaría", dijo.

También el servicio militar obligatorio dejó un trazo indeleble en su vida: "Pensaba que nunca iba a salir de allí y tenía ganas de matar a todos, pero compartir mi vida con muchachos de diferente extracción social... Fue una ruptura muy grande, un enriquecimiento. Empecé a dibujar algo distinto", confesó.

En Buenos Aires, primero sufrió el rechazo, después la aceptación y finalmente el aplauso generalizado. Compartió pensión con Rodolfo Walsh y tabernas con Tejada Gómez. Y si bien su niña-rebelde le abrió las puertas del éxito, sabemos que algo de eso germinó acá.

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