Los partidos del Jefe en la selección no terminan en los 125 con la mayor. Su sentido de pertenencia llega desde la adolescencia. Subió, escalón por escalón, recorrió todas las categorías.
Porque hubo otros 45 encuentros oficiales desde la Sub 17 hasta el Sub 23. Y si se incluyen los amistosos contra combinados provinciales o equipos de ciudades del Interior, aparecen otras 30 presencias después de recorrer cientos de kilómetros en un micro que partía de la puerta de la AFA. Doscientas presencias albicelestes más tarde, Javier Mascherano ya está harto. “Hasta ahora en mi hoja de títulos grandes dice. ¡Cero!”, grita con esa indignación que le impide resignarse.
En Brasil 2014, Mascherano avisó que no quería comer más m... Un año después, en Chile, advirtió que soñaba con ganar la Copa América para saldar una deuda interna y para poner a resguardo de presiones a las próximas generaciones. No lo consiguió. Aún. Con 32 años recién cumplidos, apuesta por el sueño americano con descarnado realismo: “Ya ni siquiera alcanza con llegar a la final. Llegar a la final y perder ya no sirve. Hay que dar un paso más, está claro”. ¿Sincericidio? El subcapitán nunca pide que lo entiendan.
Mascherano es el faro de un grupo que no soporta más el calvario. Pero entre rendirse y volver a exponerse, eligieron correr riesgos. El Jefe debutó en julio de 2003, en un amistoso ante Uruguay, en La Plata. No ganó esa noche, empató 2-2. Y no ganó nunca más. Ni en la Copa América de 2004, 2007, 2011 y 2015. Ni en los Mundiales 2006, 2010 y 2014. Cuatro finales ya perdió. Es más, estuvo entre los sparrings que acompañaron a la delegación a Corea-Japón 2002. ¿Se esconde? “El verdadero héroe es Javier porque él es corazón de la Selección”, cuentan en la intimidad del plantel.
Mascherano sabe que recorre su última Copa América; en Brasil 2019 no estará.
Para la vieja guardia, la camiseta de la Selección fue un impulso, una inspiración. Se sienten en deuda. ¿Quieren revancha? Quieren venganza.
“Quiero ganar un título”, dice Messi. Y llegan los alineamientos. “Nos propusimos llevar la copa a Buenos Aires”, avisa Di María. “Queremos es ganar un título con la Selección”, se suma Banega. Declaraciones tan sinceras como arriesgadas. Como calzarse un salvavidas de plomo. Eligieron convivir con una enorme autopresión, un giro que exige determinación, compromiso y carácter.
Martino lo sabe y anticipa que el tema emocional lo ocupa. Tanto que camino a una soñada final están previstas algunas sesiones puntuales relacionadas con motivación y cargas emocionales. Por ahora, mejor, un paso detrás del otro.
Esta generación ya invade las históricas estadísticas de la Selección y amenaza con apropiarse de todos las plusmarcas. Pero no lo viven con orgullo, al contrario, casi se trata de un escarnio público.
¿De qué valen sin corona? Messi (50) acosa a Batistuta (54) como máximo goleador de todos los tiempos, y también Agüero (33) acorrala a Crespo (35) e Higuaín (27) se acerca a Maradona (32); Mascherano (125) persigue a Zanetti (145) y acaba de alcanzarlo en presencias en la centenaria Copa América (22); si juega con Panamá, Messi igualará a Passarella en el tercer lugar de partidos como capitán (46); hace tiempo que Romero (74) le robó el récord a Fillol (58) y que Messi luce el registro de más goles como capitán (33).
Al término de la Copa América, cinco de los 10 futbolistas con más encuentros pueden pertenecer a esta familia: Mascherano y Messi ya son socios del Club, y se sumarían Agüero, Di María y Romero. Los aterra la idea de quedar en la historia por un sinfín de marcas que apenas reflejaría que pasaron muchos años por la selección. Pero sólo pasaron.